La casa en llamas, 2023-2024
A partir de una anécdota tan improbable como las que desencadenan películas con Historias de Filadelfia, o Vacaciones en Roma, y con una interpretación de la actriz Emma Vilarasau, una de las mejores del cine español desde María Barranco y Carmen Maura en Mujeres al borde de un ataque de nervios, hace cuarenta años, La casa en llamas, del cineasta Dani de la orden, recientemente estrenada con un más que merecido éxito, cuenta una sarcástica, sardónica historia familiar, naturalmente turbia y turbulenta, que acontece en una casa de verano: la típica segunda (o tercera) residencia de la clase acomodaba, ubica en la costa, que no podía ser sino la del pueblo de Cadaqués.
La casa, en verdad, existe, aunque no se ubica en el Ampurdán, sino en el menos fino Maresme. Se trata de la casa Rovira -dos casas, en verdad- que el arquitecto Coderch construyó para dos hermanos en la segunda mitad de los años sesenta, y que está hoy en venta en los portales más inalcanzables.
Aunque el director no parece que conocía al arquitecto, al que balbuceantemente llama Codé, escogió la casa porque, pese a ser una obra de los años sesenta, supuestamente encarna la arquitectura moderna de la clase rica, aislada, augusta mente enfrentada al mar, dominando las rocas, por las que se circula como por una alfombra persa -la naturaleza abrupta a los pies de una clase exclusiva- hecha de muebles de tocho, paredes rectas encaladas, formas rectangulares y volúmenes cúbicos, que sientan bien para encapsular la peculiar incendiaria atmósfera familiar.
La casa en la realidad o en la película conserva el mobiliario original en el que destaca un mítica lámpara de techo del propio arquitecto.
Una película maravillosa en el lugar adecuado, en el que todos juegan un papel, simulando ser lo que no son ni sienten, incluso la misma casa que hace ver que se halla en otro lugar.
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