Arte y memoria
De regreso al jardín de infancia. Han pasado sesenta años desde el párvulo.
¿Dónde están el patio imponente, la entrada majestuosa que imponía y que tanto se tardaba en cruzar, la escalinata monumental de altos y anchos peldaños que se alzaba vertiginosamente, casi como la cara escalonada de una pirámide, frente a la puerta de acceso?
No pueden ser un patio que se cruza en tres zancadas, ni una entrada tras la cual uno se da de bruces con una escalera cuyo rellano apenas se alza por encima de nuestras cabezas.
Los pasillos interminables de techos inalcanzables, conducen a puertas que se podrían tocar casi con la punta de los dedos.
Como le ocurrió a Alicia, algún conejo apresurado ha encogido el interior, convertido en una casa de muñecas, o un brebaje que habremos tomado sin darnos cuenta, nos ha convertido en un gigante.
La desproporción entre el espacio y el usuario sigue. Pero se ha invertido. El espacio ha empequeñecido ante nosotros sufridores de un estirón del que no teníamos conciencia. No cabíamos en nosotros atemorizados ante el volumen en el que nos sentíamos perdidos. Hoy, sentimos tristeza ante el empequeñecimiento de las estancias, reducidas, de salas palaciegas, casi siempre vacías, como de un castillo encantado, a aulas mediocres y desordenadas.
No deberíamos nunca regresar físicamente a los lugares de la infancia. Tan solo cabría recordarlos. Solo entonces recuperaríamos sus cualidades.
La memoria es infiel. Y creadora. No compone una imagen fidedigna de la realidad. Recrea, desajusta, distorsiona, recompone libremente lo que percibimos. Ni siquiera recuerdos recientes se ajustan a lo que realmente ocurrió, cuya ocurrencia nunca sabremos cómo fue en verdad.
Vivimos dos veces: lo que nos pasa y lo que recordamos. La realidad pasada es un sueño. La memoria no es depositaria del pasado, sino creadora del mismo. Su creación no es fija. Se recrea con el paso de los años.
La realidad, si no, es un material bruto. Necesita del trabajo de la memoria para ser digno de ser rememorado. La realidad solo atrapa nuestra atención cuando es recordada: trabajada, recompuesta por la memoria.
Memoria e imaginación son las facultades gracias a las cuales la vida es digna de ser vivida. La memoria trabaja a partir de hechos vividos realmente , la imaginación a partir de sueños. Pero ambas componen un mundo distinto al mundo profano en el que habitamos diariamente, del que escapamos, para vivirlo intensamente, cuando recordamos.
De algún modo, el mundo verdadero, que más nos marca, solo existe en nosotros, un mundo que creamos cuando recordamos. El mundo real solo tiene entidad y sentido para ser recordado, cuando se le recuerda. Mientras, en un telón de fondo que nada significa y que solo importa si la memoria lo considera digno de ser refundado.
El arte no es sino una tentativa, a menudo fracasada, de dar cuerpo a los sueños. Trata de construir un mundo alternativo a la realidad, mejorado, engrandecido, criticado.
Pero cualquier atisbo de materialidad congela la plasticidad de los recuerdos, que pierden su capacidad metamórfica. El arte, como una fotografía, solo es una cara de la realidad transfigurada. En ocasión esta es la cara memorable. Las caras de los sueños son múltiples y en constante transformación.
De algún modo, para ver el mundo recreado, deberíamos cerrar los ojos y dejar que los recuerdos asciendan -trascendiendo la grisura cotidiana.
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