Antes de que la cultura griega tuviera una visión ambivalente de la cultura urbana, juzgada tanto positiva cuanto perniciosamente, y frente a la decididamente -salvo en contados casos- juicio negativo que toda ciudad terrenal merecía en el Antiguo Testamento (no solo ciudades asirias o Babilonia, sino incluso ciudades de Israel y Judea), la cultura sumeria o mesopotámica en general, consideró que la ciudad no era una invención divina o humana, sino la condición misma de la creación del cosmos. Éste emergió, como Egipto de una flor de loto entreabierta, de una mítica ciudad primigenia situada tanto en los márgenes cuando en el centro de las aguas primordiales. Antes que nada érase la ciudad. Por este motivo, cualquier ciudad fundada rememoraba las condiciones mismas de la creación del universo, retrotraía el tiempo al inicios de los tiempos, antes de que el tiempo degradara la creación.
Para los griegos antiguos, la ciudad era una creación humana, sin duda alentada, en el origen por el dios Apolo. Algunas urbes, como Troya fueron construidas por divinidades como Poseidón, y Herakles tuvo mucho que ver con la fundación de ciudades o colonias griegas en todas las costas occidentales mediterráneas. Sin embargo, esta creación, que no se remontaba al inicio de los tiempos, ni estaba en el origen del cosmos, no era una obra que entorpeciera o dañara el mundo.
Aristóteles consideraba que la ciudad era el typos oikeion, el espacio propio, el hogar, verdaderamente (oikos) del hombre. Existía una relación natural entre el hombre y la ciudad. La constitución, las leyes era lo que ambas estructuras, natural y artificial, humana y urbana, compartían. Ambos, ciudad y ciudadano, se regían por una misma normativa, que no solo regulaba la vida sino que la fundaba en tanto que vida propiamente humana. Los humanos eran humanos, y no salvajes o bestias, porque vivían en la ciudad y se sometían a las leyes de ésta. La constitución de las ciudades-estado constituía al ser humano en tanto que humano, amansaba a las fieras, de algún modo. Los humanos no estaban consustancialmente ,ligados al medio natural sino urbano. Su lugar, aquel que los definía, se hallaba en la ciudad; era la ciudad.
Leyes inspiradas o "bendecidas" quizá por el cielo, pero plenamente humanas; leyes que tenían como fin humanizar al hombre; dotarle de un espacio común en el que pudiera debatir, e intercambiar ideas y bienes; un espacio donde vivir en común; formar una comunidad de iguales, en la que cada uno se reconocía como humano y reconocía al otro como su igual.
La ciudad no era solo un lugar de mercadeo y de poder. O sí era un centro de poder, éste residía en su capacidad transfiguradora, capaz de convertir una fiera huraña, o un monstruo, como un Cíclope, como se comentó en una entrada anterior, en un ser humano a parte entera.
Desde luego, la ciudad no era solo un lugar de reunión de humanos, sino lo que lograba que los seres humanos existieran (como humanos). era la matriz de lo humano. De algún modo, rememoraba el poder de las ciudades mesopot´ñamicos, dotándolas de un poder aún mayor. No estaban en el origen del cosmos, sino de lo más importante del cosmos: el ser humano.
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