Conmovedor.
En la visita de la exposición de arquitectura moderna internacional en Bagdad en los años 50 (City of Mirages. Baghdad, from Wright to Venturi), anteayer 3 de octubre por la tarde, en la Sociedad Bostoniana de Arquitectos (todo un nombre), estuvieron una decena de arquitectos, de unos noventa años, que fueron quienes, como H. Morse Payne, proyectaron la mezquita, y el rascacielos, de la Universidad de Bagdad, de Gropius, e hicieron las perspectivas de este proyecto, o los dibujos de la embajada norteamericana que José Luis Sert proyectó.
Eran -Perry King, Gail Flynn, etc.-, colaboradores de Gropius o de Sert por el aquel entonces.
Contaban que los arquitectos del estudio de Gropius (The Architects Collaborative: TAC) que trabajaron en el proyecto de la Universidad de Bagdad, dajaron los locales de Harvard Square (en Cambridge, frente a Boston) para desplazarse a Roma con las familias respectivas. Los sueldos de los colaboradores y los técnicos eran muy inferiores. Sin embargo, los encantos de la noche romana -eran los tiempos de la Dolce Vita- pudieron con la mayoría de lo matrimonios.
La última vez que estos arquitectos estuvieron en Bagdad fue entre 1981, al estallar la guerra entre Iraq e Irán, y 1987 (uno solo). Hacía, pues, más de treinta años que no sabían nada, no habían visto nada de lo que proyectaron. Se emocionaron al ver las fotos y las filmaciones.
Y confirmaron lo que se intuía: Wright destestaba a Gropius y a Mies van der Rohe, porque consideraba que eran emigrantes europeos que le habían robado protagonismo. Por eso Wright proyectó una universidad (y no solo una ópera), que nadie le había encargado -el encargo lo recibió Gropius-, precisamente para ver si el rey Faisal II de Iraq dejaba de lado a Gropius.
Llegó también una arquitecta mayor, alta y delgada, que fue guapa, sin duda (y lo es aún), sobriamente vestida de negro, cuyo austero porte un anillo de oro tan solo iluminaba: recordaba que bailó con quien se convertiría en el rey Faisal II, cuando éste todavía era un príncipe de dieciséis años, en el trasatlántico Queen Elisabeth II, rumbo a Europa. Sesenta y cuatro años más tarde, aún no se acaba de creer, y se emociona, que el joven príncipe, que luego fuera rey, fuese asesinado ocho años más tarde. Partió antes de que concluyera la visita.
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