sábado, 27 de octubre de 2012
Universidad pública española: cierren puertas
Pese a -o a causa de- inversiones millonarias en campus deslumbrantes (la Universidad Politécnica de Cataluña, que ya posee dos campus en Barcelona, construye dos más, en Barcelona y alrededores, uno de los cuáles dedicado básicamente a unos cursos de Ingeniería de la Alimentación, con un edificio previsto de unos cuatro cientos metros de largo, saltando por autopistas y autovías), las universidades públicas, a las que les llegan cada vez menos fondos del estado y las autonomías, se aprietan el cinturón.
El número de aquéllas es sorprendente: no hay ciudad o pueblo llano que no acoja unas cuántas facultades, por lo que el sueño de los planes europeos se está realizando. las aulas acogen a muy pocos estudiantes; no tanto por una política decidida en favor de grupos pequeños, gracias a un bien dotado cuerpo de profesores, sino, de manera más simple, porque hay casi más facultades que alumnos. En Cataluña, en pleno estallido de la burbuja económica, cuando los arquitectos llevan unos tres años sin encontrar trabajo, existen cuatro escuelas públicas -y tres privadas, en las que, pagando fortunas, con un cinco pelado de promedio, se accede, amén de escuelas técnicas.
Los recortes están a la hora del día. Algunos son el chocolate del loro: los despachos de los profesores y la administración ya no disponen de teléfonos para llamar al extranjero (aunque se defienden los intercambios con China, es un decir); los ordenadores ya no se renuevan, no se reparan, y dejan de funcionar; la limpieza escasea; se elimina el papel higiénico, hasta el Elefante, en los lavabos; apenas existe mantenimiento de los edificios; las facultades se cierran a cal y canto durante las vacaciones (este año, absolutamente nadie podrá acceder a las facultades a partir del 22 de diciembre), cortando la luz, y restringiendo la seguridad.
Otros recortes son más vistosos: supresión de plazas de profesores asociados, aumento de la carga docente de aquellos enseñantes cuya investigación no se considera relevante (investigación que los profesores, hoy, tienen que financiarse), supresión de becas para estudiantes, reducción de sueldo del personal no académico o anulación de plazas; recortes que, junto con el aumento del precio de las matrículas (por lo que numerosos estudiantes ya no pueden pagar un curso completo) -aumento tan drástico que los cursos de tercer ciclo, cuya impartición, en tiempos de bonanza económica, hubiera sido dificultosa por la escasez de enseñantes, ya no pueden impartirse efectivamente por falta, esta vez, de alumnos-, permiten que los sueldos de los cargos directivos, cuyo número ha aumentado, puedan crecer, como es natural.
Todas estas medidas son, sin embargo, insuficientes.
La Universidad Autónoma de Barcelona ha encontrado la llave de oro: suprimir días de clase. De este modo, se ahorra en luz, limpieza y mantenimiento, amén de la reducción de sueldo de los empleados con contratos anuales.
Esta medida es luminosa; pero tímida, de vuelo raso. Una vez puesta en práctica, debería desplegar todo su potencial. por ejemplo, suprimir todas las clases, todos los días, cerrar bibliotecas, y, por que no, centros. La llave a la alcantarilla. De este modo, el problema de la falta de financiación se solucionaría de golpe: por escasa que aquélla fuera, siempre sobraría ante el nulo coste de unos edificios cerrados, abandonados, en ruinas.
¿Cómo es que nadie ha pensado en una solución tan simple y efectiva? Debe de ocurrir que quienes gobiernan no han puesto un pie en la universidad; pública.
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