martes, 12 de noviembre de 2024

El pueblo

 La palabra pueblo, de origen latino, debería ser utilizada con guantes, quizá puesta en sordina. Desde el siglo XVIII, ha sido manoseada y utilizada con toda clase de fines confesables o no.

Populus, en latín, designaba al conjunto de ciudadanos, poseedores de derechos, que se oponían a los senadores que ejercían el poder. El pueblo se distinguía de la plebe y del vulgo, los cuales, por el contrario, carecían de derechos.

Lo que definía a un miembro del pueblo era la ley que lo amparaba y a la cual aceptaba someterse. La lengua, la religión (las religiones politeístas solían ser tolerantes), el linaje, las costumbres, la tierra no eran criterios para definir quién podría formar parte del pueblo. Tampoco la riqueza. 

Quienes aceptaban estar amparados por el derecho tenían obligaciones, las cumplieran individual o colectivamente. Las vida de los pobladores estaba así regulada: los límites y el alcance de sus acciones y decisiones estaban tabuladas. Existían unos límites dentro de los cuales los miembros del pueblo podían actuar. 

Para nosotros, poblar es un verbo que designa la instalación de un grupo en un territorio que hacen suyo. En el Génesis, este territorio se extiende hasta los límites de la tierra: una tierra de acogida que debe ser investida.

Pero, salvo en el origen, la población de un territorio implica su ocupación y, probablemente, como ya cuentan los mitos, el enfrentamiento con los primeros moradores, sean humanos o divinos, figuras antropomórficas o monstruosas. La lucha a muerte es inevitable, y el exterminio consiguiente, ya sea físico, eliminando al oponente, ya sea moral, reduciéndolo a la esclavitud. 

Incluso podríamos decir que la misma población de la tierra es consecuencia de un asesinato. Si Cain no hubiera matado a su hermano Abel, no hubiera sido condenado al destierro y no hubiera fundado la primera ciudad, lejos de su tierra natal.

No es casual que el verbo populare, en latín, signifique, no poblar, sino despoblar; más exactamente, exterminar. Una tierra poblada es una tierra devastada, arrasada. La Eneida, que narra la llegada de Eneas a Italia para fundar la nueva Troya, concluye con una guerra inmisericorde: el campo de batalla queda “poblado”, es decir, convertido en tierra yerma.

Cuidémonos mucho de utilizar a destajo la palabra pueblo, tan común en el vocabulario de la política, sea cual sea el sexo, el sesgo, la edad, las creencias, las adscripciones y los idearios políticos, no sea que el pueblo se nos encare y se manifieste como lo que es: la sombra de Atila que solo avanza dejando un rastro de sangre.

¿Pueblo? No, habitantes, ciudadanos, o simplemente personas; individuales, pero dispuestas a compartir, cohabitar y ayudarse. A formar un conjunto sin dejar de poder pensar por sí mismos.


lunes, 11 de noviembre de 2024

Lugar de encuentro

 Las calles desembocan en las plazas. Vierten a los viandantes a éstas. Quienes se apresuraban se serenan. Caminan más despacio. La plaza atempera el movimiento.

Aunque ya comentamos hace años que la palabra plaza, en latín y en griego, significaba calle ancha, o ensanchamiento, mostrando que la plaza no tenía entidad por sí misma, sino que pertenecía al género (o a la familia) de las calles, lo cierto es que place, en francés, no significa solo plaza sino emplazamiento; exactamente, lugar. El francés place designa un espacio vacío que rodea a quien se ubica en él. Place es el lugar que le corresponde a cada ser o cada ente. Être à sa place se traduce por estar donde toca, consciente del lugar que ocupamos en una comunidad, sin ilusiones pero con serenidad. Estar en el lugar que nos corresponde expresa que sabemos quienes somos y porque estamos aquí. 

Cuando esto ocurre, la imagen de la plaza que se impone es la de un espacio ordenado, “bien” organizado, sin conflictos, donde cada ser u cada ente ha encontrado donde asentarse, sintiéndose cómodo. Las plazas aportan aperturas. Airean el tejido urbano. Y abren mentes. En las plazas se producen encuentros que dan lugar a mercadeos, intercambios y debates.

Un encuentro conlleva un enfrentamiento, curiosamente. Denota que algo o alguien está en contra (nuestra). Uno se desplaza a la contra, en contra dirección. Mas, el encuentro -el choque- produce un altercado en el tránsito.

Dos personas pueden encontrarse en un cruce. Pero no es imposible que, desde puntos distintos, se dirijan hacia un mismo destino. Apenas se detienen, en este caso. Siguen desplazándose a toda prisa. El encuentro es físico; pero no activa la palabra. Quienes se ven obligados a seguir juntos no miran a quien tienen a su lado. Deben de mirar al frente para no tropezar. El encuentro en un cruce de calles apenas invita al diálogo.

Por el contrario, un encuentro verdadero se produce cuando dos personas se desplazan en direcciones contrarias y se detienen para no  darse de bruces con quien no viene de frente, la frente bien alta, con quien no nos esquiva, como si nos rechazara o le fuéramos indiferentes, como si fuéremos nadie. Los encuentros obligan a detenerse, a verse las caras, y a ceder el paso: un gesto de reconocimiento del otro. Una muestra de deferencia. Uno se pone al servicio del otro sin perder su libertad. Es un reconocimiento simbólico que engrandece a quien concede el favor y honra a quien lo recibe, el cual a su vez, se aparta para dejar el paso, dándose un reconocimiento mutuo. 

Un encuentro es siempre un acontecimiento singular: inesperado, sea bienvenido o temido. El encuentro nos pone en evidencia, nos desarma. Revela quiénes somos. Nos descubrimos ante el otro. Tras el encuentro podremos recomponernos, volver a adoptar la máscara hierática con la que caminamos por la calle, viendo sin ver, viendo sin querer ser visto. 

El encuentro, por el contrario, es una llamada de atención. Los planes, las perspectivas se desmoronan en favor de una situación que nos toma con el pie cambiado pero que, no obstante, puede ser satisfactoria, en cualquier caso, perturbadora. Debemos abrirnos, cesar la introspección. El encuentro nos acerca al otro. Este deviene próximo, nos es cercano. Nos reconocemos a los ojos del otro. 

Y cuando cada uno reemprenda su camino, el encuentro quedará atrás, quizá olvidado por un tiempo. Hasta que nuevo choque nos devuelva a la luminosidad que todo encuentro emite. 

Los encuentros a cara de perro invitan a dar el esquinazo, o a amenazar. El encuentro satisfactorio, en cambio, nos devuelve, por unos momentos, la luz que habíamos perdido. Y los encuentros fortuitos producen la sensación agridulce de nostalgia por no haber hecho un alto, durante un tiempo, tomándonos el tiempo, lo que hubiera, quizá, cambiado nuestra vida.



domingo, 10 de noviembre de 2024

FRANCESC DOMINGO (1893-1974): EL ORIGEN DEL MUNDO






















Fotos: Tocho, Barcelona, noviembre de 2024.

La calidad de las fotos es deficiente debido a los reflejos en los vidrios protectores. Algunos dibujos surrealistas no han podido ser fotografiados.

El óleo Barraca de tiro al blanco, inspirado en Los fusilados del 3 de mayo, de Goya, pintado como denuncia del fusilamiento de García Lorca, depositado en las reservas del Museo Nacional de Arte Catalán, no se expone. No se indican las causas.


Los historiadores del arte español, y catalán, en particular, sin duda saben que Francesc o Francisco Domingo no era únicamente un pintor noucentista, más o menos académico, autor de retratos oficiales y de bodegones fuera de época.

Una exposición antológica en Barcelona descubre, para quienes no somos especialistas, a un artista formado junto a Joan Miró, a un pintor surrealista, amigo del poeta francés René Char, a un dibujante de variaciones sobre el célebre cuadro de Courbet, El origen del mundo -durante años oculto detrás de una cortina-, y a un organizador de exposiciones internacionales, en París y en México, en apoyo de la República Española, durante la guerra civil, que concluye su carrera en la vanguardia con su amistad con Picasso y su admiración y homenaje a García Lorca, antes de exiliarse a Brasil, y declinar poco a poco, pese a algunos poderosos aún grabados y sus retratos de la población descendiente de esclavos negros.

Una exposición sorprendente para los neófitos, muy bien y extensamente documentada, y con obras como mínimo inesperadas -y algunas hermosas, inquietantes, imprevistas e imprevisibles. 


https://www.fundaciovilacasas.com/es/obras/Francesc-domingo-i-segura

sábado, 9 de noviembre de 2024

ALBERTO PERAL (1966): SPLASHING MIES (SALPICANDO A MIES, 2024)




















Fotos: Tocho, noviembre de 2024


El pabellón alemán en la Exposición Internacional de Barcelona de 1929 -y su reconstrucción en los años 80- es una construcción marina o submarina, un palacio bajo las aguas. A la figura de Venus emergiendo de las aguas, los dos estanques de aguas quietas -uno dotado de plantas acuáticas-, y a los reflejos en la superficies acristaladas y las columnas plateadas se suman las pronunciadas aguas de las extensas losas y placas de ónix, de mármoles de distintas tonalidades  y de travertino que desdibujan y difuminan la casi infantil composición de líneas rectas del conjunto.

El escultor Alberto Peral ha creado una instalación escultórica en el pabellón que acentúa la condición acuática de la construcción, delimitada por dos saltos de agua.

La mejor y más sugerente intervención que se ha llevado a cabo en este espacio habitualmente desangelado.

Montaje arquitectónico: David Mesa

Quizá un día, la fundación la Caixa, un pozo, también acuático,,ubicada justo enfrente del pabellón, al que se desciende como en el hondo templo hindú de los infinitos escalones, pueda disfrutar de una instalación tan lúcida. 


viernes, 8 de noviembre de 2024

Brecha generacional

 Estudiantes de los últimos cursos de arquitectura comentan a menudo que profesores insisten -insistimos-, una y otra vez, en la brecha generacional -para justificar la falta de diálogo (y de empatía).

Brecha generacional. La expresión que utilizamos los profesores no indica una lógica y natural diferencia generacional -pertenecemos, habitualmente al menos, docentes y estudiantes, a generaciones distintas, al igual que padres o abuelos, e hijos o nietos. Esta última expresión diferencia generacional natural- no califica o descalifica, sino que describe. Enuncia lo que, por naturaleza, se da. No se puede ni se tiene que alterar.

La expresión brecha generacional, en cambio, apunta a una profunda diferencia, no solo de edad, sino de conocimientos, con un marcado sesgo, que denota la superioridad de unos, los maestros, y la inferioridad de otros, los discípulos. También implica que pocas relaciones o puentes tenderse. Los inferiores se dan por perdidos. 

Nos olvidados que, en latín, el discípulo, por excelente era el día: cada día sucede al que le precede, y los logros de hoy son los frutos de las acciones o decisiones  emprendidas el día anterior, tras lo cual, pasadas las horas, los días devienen días del pasado que alumbran a los que despuntan. Todo día precede y sucede a un día. Ningún día es más importante que otro -ni siquiera los días festivos que requieren la existencia de los días laborables para, por contraste, cobrar vida.

Brecha evoca un corte profundo, un abismo incluso. Se trata de un tajo, una herida incurable. El daño es insalvable. Como si ya nada se pudiera remediar.

De un lado se ubican los profesores, no solo en el presente sino también en el pasado, cuando ellos (nosotros) eran (éramos), (los) estudiantes. Nosotros, creemos recordar, leíamos, éramos cultos, y poco nos podían enseñar los profesores. Al otro lado, los estudiantes, hoy, que ninguneamos porque no leen, no leen como nosotros leíamos, estamos seguros, según el testimonio de los recuerdos - que no pueden estar deformados o no pueden deformar lo que realmente hacíamos  y no hacíamos. Éramos sabios, hoy no saben nada. No nos separábamos de los libros sesudos, hoy tiktokean. Éramos ya lo que somos, doctos y preparados, y contemplamos un páramo cultural. 

Mas, si rebajamos con displicencia y aire cansado -cansado porque estamos seguros que nada obtendremos de las clases que impartimos con desgana-, ¿por qué enseñamos? ¿Para mostrar nuestra superioridad? Una supuesta superioridad que solo esconde nuestra inseguridad ante maneras de ver del mundo que se nos escapan, aferrados como estamos a lo que creemos que fuimos. Los estudiantes, acaso, ¿no tienen acaso nada que aportarnos, tan solo tendiéndonos un espejo que nos descubra nuestro rostro ajado, soberbio y sin ilusiones, que no queremos ver? Cuando nos creemos del lado correcto de la brecha -que hemos creado- quizá sea tiempo de retirarnos antes de acabar irrisoriamente y sin ya nadie con quien hablar y a quien comunicar lo que aún sabemos, ni estar dispuestos a aprender lo que no podíamos saber y pronto no podremos, aunque quisiéramos, aprender.


A R.A por sus lúcidas observaciones  

LE CORBUSIER (1867-1965): MUJER CON COLLAR (1929)



 

Le Corbusier, como pintor, estaba a la altura de su faceta de arquitecto y de su profunda vena de escritor (cada uno juzgará la frase como quiera).

Dibujo de sus inicios, en venta en una feria de arte de Barcelona.

Al módico precio ….

martes, 5 de noviembre de 2024

El arte del toreo

 Seguramente no es necesario hoy remontarnos a la etimología de las palabras. Su significado literal y metafórico, sus implicaciones, la extensión de sus aplicaciones, lo que apuntan y lo que evocan son meridianamente (signifique lo que signifique este adverbio) claros: torear y capear designan acciones en las que un ser humano y una bestia interactúan -y en algunas ocasiones parece que intercambian los papeles.

El torero azuza al toro: lo enerva, lo excita, lo atrae, para que embista en línea directa, justo para esquivarlo y desorientarlo. 

La capa actúa de señuelo. El juego consiste en poner de los nervios al toro sin que la vida nivel temple del torero se resienta. Se trata de marear el toro -cono si fuera una perdiz. Se le produce la ilusión que tiene al torero, su supuesta víctima, a un tiro de piedra; mas, aquella, en el último momento, se esfuma: ya no está donde estaba. 

El torero engaña al toro, antes de rematarlo, lo distrae, lo confunde, antes de la estocada. El toro apunta a la capa, detrás de la cual no hay nada. Debe de detenerse al momento, dar la vuelta y contraatacar, gesto que el torero espera para desorientar aún más al toro. El torero juega al despiste, un juego que si no fuera con el golpe final, se asemeja a un juego de cartas o de manos: nada por aquí, nada por allá, la bolita no está nunca donde se supone. 

Y siempre queda el burladero -el nombre lo dice todo- para escapar a la acometida del toro y sacarle la lengua. Torear, lógicamente, significa burlar, engañar, mientras que la expresión capear el temporal destaca la acción o decisión de quien se sacude con malas artes de un problema, arteramente, esconde su responsabilidad.

El torero, como el actor, el embaucador, el charlatán, el traperlista juega al gato y el ratón: el maravilloso y enervante juego de la ficción, de las apariencias, que emboban, distraen y dejan la boca abierta por la astucia, la desvergüenza, la falta de prejuicios y el encantamiento.

Hoy se anunciado que el nuevo responsable de Interior en la comunidad de Valencia, nombrado por el presidente, el fatídico día en que las aguas se han salido de madre, destaca por “su conocimiento de la idiosincrasia de los festejos taurinos y, en especial, de “bous al carrer””, según se afirma desde la Consejería de Justicia.  

¡Olé tus…!





 

domingo, 3 de noviembre de 2024

De perdidos al río….

 https://x.com/remerikos/status/1852940729447842200

Si fuera una escena de Martes y Trece….

La realidad no hace tanta gracia 


Juego de tronos

 La historia más conocida que se ha impuesto narra que la guerra de Sucesión europea concluyó en el Reino de España y en concreto en el Principado con la toma de Barcelona, la disolución de las instituciones catalanas, la reorganización centralista del reino, la victoria final del rey Felipe V de Borbón sobre el Archiduque Carlos de Habsburgo, y la entronización de una nueva casa real, que aún reina, de origen francés, los Borbones (originarios del centro de Francia y reyes de Navarra, en la Península Ibérica, entre otros territorios)

Recordemos que la Guerra de Sucesión se desató en Europa, y se centró en una durísima contienda entre el Sacro Imperio Germánico, gobernado por la familia imperial de los Habsburgo, que reinaba también en España, y el Reino de Francia, en manos de Luis XIV de Borbón. 

La guerra se desató a raíz de la imposibilidad de engendrar a un heredero del rey Carlos II, en España, y las ambiciones de LuisXIV que redactó dos tratados para desmantelar el imperio español, entregando los territorios a varias potencias, Francia en primer lugar, lo que llevó a Carlos II, ante la amenaza de la desaparición del imperio, a nombrar un heredero de origen francés para calmar las ansias de la monarquía francesa, irritando al emperador alemán a cuya dinastía pertenecía Carlos II, dinastía que esperaba, a través de príncipes alemanas, seguir en el trono del reino de España.

La lucha se dirimió en la península. Acabó en una guerra civil entre los herederos de los Habsburgo, el archiduque Carlos (Carlos IV), y el rey Felipe V de Borbón. 

El fracaso de la toma de Barcelona por parte de Felipe V en 1706 -quien huyó a Perpignan, ante el avance de tropas austriacas-, donde se había asentado Carlos IV, y las dos tentativas fracasadas de éste de tomar Madrid, prolongaron la guerra civil que concluyó cuando Carlos IV dejó Barcelona al ser nombrado emperador del Sacro Imperio Germánico, y Felipe V tomó la ciudad de Barcelona.

Mas, lo que quizá sea menos conocido, sea un hecho que narra el novelista inglés del siglo XVIII, Laurence Sterne, en La vida y las opiniones de Tristam Shandy, Caballero (libro III, cap. XXV), una novela delirante, inspirada en el Quijote cervantino, reiteradamente citado, y que inspiró el Ulises de Joyce. 

Tras el fallecimiento de quien iba a ser el heredero del trono de Francia, cuando le llegara la hora a Luis XIV, Felipe V, ya en el trono de España, se postuló como rey de Francia, lo que amenazaba con desatar una nueva guerra europea, pues Felipe V hubiera acumulado el reino de Francia y el imperio español, una potencial amenaza para el Sacro Imperio Germánico, el imperio británico y los territorios del Papado.

 Quien fue ministro de Felipe V, el influyente cardenal italiano Giulio Alberoni, logró disuadir al rey de la puesta en práctica de sus ambiciones. Alberoni, a la vez, suavizó las consecuencias de la Guerra de Sucesión, pactando con juristas catalanes favorables a Felipe V, el mantenimiento del derecho civil catalán, y un modelo de organización territorial menos centralista. 

Sin embargo, la muerte de Luis XIV volvió a suscitar el deseo de Felipe V de convertirse en rey de Francia. Cualquier desplazamiento del rey fuera de la Península desataba los rumores de su partida a Versalles.

De nuevo, la intervención del cardenal Alberoni logró evitar una nueva guerra devastadora, al convencer a Felipe V, en contra de los deseos de la corte, de renunciar al trono de Francia. 

Sin sus consejos, y el seguimiento de los mismos del rey, la historia de Europa habría sido distinta y seguramente más trágica. Mas ¿habría tenido lugar la Revolución francesa y las consecuencias del imperio napoleónico? Una pregunta a la que no cabe respuesta alguna.  

No dejemos de leer las “surrealistas” aventuras de Tristam Shandy, uno de los textos más voluntariamente delirantes jamás escritos, ¡las supuestas memorias personales de un no-nacido! 

https://rua.ua.es/dspace/bitstream/10045/25520/1/RHM_29_07.pdf





sábado, 2 de noviembre de 2024

THE BEATLES: MAGICAL MYSTERY TOUR (1967)

 

 La olvidada -más que olvidable-, denostada, y sin embargo, muy británica película televisiva sobre un viaje imaginario por ciudades y campiñas británicas, marcado por el absurdo.
Hoy, posiblemente, una delicia añeja, difícilmente encontrarle, raramente proyectada, pese a contener algunas de las mejores canciones del grupo.  
Los Monty Python (amigos de Georges Harrison) no están lejos….

La ciudad acabada

 Tenemos la sensación -lo que seguramente no es solo una impresión- que la ciudad de Barcelona está en permanente obras. Éstas no solo se llevan a cabo en el mes de agosto, el mes “tradicional” o habitual para ejecutarlas, cuando las calles están vacías, o lo estaban otrora, antes de la llegada de los turistas, y los comercios cerrados, con la persiana bajada, como si la ciudad estuviera adormecida, tan solo sobresaltada por el bramido metálico de las taladradoras, y el penetrante olor del alquitrán.

Los constantes acontecimientos que puntúan la vida de la ciudad, desde los juegos olímpicos hace ya más de treinta años, sacuden la ciudad por las reformas que se emprenden: calles cortadas, zanjas que no cesan de abrirse y cerrarse, fruto del dudoso acuerdo entre administraciones, erizadas de gruas.

 Hoy, parece que solo las inacabables obras del templo expiatorio de la Sagrada Fanilia, un mal sueño de mal gusto, tienen ya las horas contadas. 

La ciudad, en cambio, es un mar de obras que apenas concluidas dan pie a reformas, mejoras y nuevas intervenciones que remedan o amplíen las actuaciones del pasado, que nunca acaban de pasar. El verbo acabar es significativo.

Contaba la arquitecta y urbanista María Rubert, en una clase esta misma semana, que una periodista le preguntó cuando la ciudad, en permanente tránsito, estaría acabada. ¿Veríamos un día la ciudad libre de máquinas y operarios, caseras de obras y vallas?. La ciudad ¿dejaría de estar en construcción? ¿Se habría alcanzado al fin la conclusión de un proyecto?

María Rubert contestó que esto no ocurriría nunca: la ciudad nunca estaría acabada. Las obras proseguirían mientras la ciudad viviera. Siempre se hallarían solar sin construir todavía, edificios y espacios necesitados de cuidados. La ciudad ideal no existe ni debe de existir. Mas que un sueño es una amenaza.

Pues el verbo acabar es ambivalente. Se compone a partir del sustantivo cabo, que procede del latín caput -que no significa, coloquialmente, “acabado” o rendido, pero que evoca bien el acabamiento-, sino que se traduce por cabeza. Ls cabeza, como un cabo geográfico, es o se halla en un extremo. Mas lejos no se puede llegar: no hay nada, el vacío. Quien llega al finisterre no puede seguir avanzando. Debe regresar, retroceder, invertir el camino emprendido, so pena de perderse. El cabo señala hasta dónde podemos llegar -una expresión con un tono inquietante. Las reglas se desbaratan más allá del cabo. Empieza entonces un territorio de incertidumbres, ilimitado, ignoto, donde todo lo que rige en la tierra habitable deja de tener validez y sentido.

Acabar significa alcanzar el final de lo emprendido. El fin perseguido se ha logrado. La tarea o la aventura cesa. Ya no tiene sentido proseguir. Se puede descansar. ¿Qué hacer entonces? ¿Por qué seguir vivo?

El llegar al final conlleva la muerte de lo que orientaba la vida activa. Acabar significa matar. El acabamiento es una acción violenta. Voy a acabar contigo, una expresión que no debiera. Tras esta acción, que pretende poner fin (a las obras, el trabajo, los proyectos, los sueños, las ensoñaciones, las ilusiones, los delirios, también) violenta o tajantemente -un tajo, un corte profundo que sangra y no se puede cocer, que deja una huella perdurable-, sin discusión, solo queda un campo de ruinas, la desolación. Ya no se tiene nada que hacer. Ya no se puede obrar. Solo se queda de brazos caídos, desorientado. 

El fin es un corte brusco, un cese, el encuentro con una pared o con lo desconocido. La pérdida de rumbo, la falta de perspectiva, de una visión de futuro acerca peligrosamente al final de la esperanza. La postración, el encogimiento marca la posición vital.  

Una ciudad acabada es una ciudad muerta, donde ya no hay nada qué hacer (una expresión ambigua dónde las haya) . Hay nada. No tiene futuro.No permite la vida. Solo cabe el abandono. La dejadez, el desánimo imperan. El pulso cesa.


A M.R