En 1968, con 34 años de edad, Xavier Rubert de Ventós creó la cátedra de Estética en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona (ETSAB). Fue la primera. Ha sido la única. Ninguna otra Escuela de Arquitectura en el mundo ha impartido clases de estética. Solo de historia y de composición.
Hizo entrar a un joven Ignasi de Solá-Morales. Poco después a un tímido Eugenio Trías (hoy en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona). José Quetglas, Tomás Llorens (posteriormente director del IVAM de Valencia y hoy responsable de la Fundación Thyssen en Madrid), Félix de Azúa y Ferrán Lobo (quienes de este modo pudieron escapar del temible ambiente de la universidad vasca), Javier Fernández de Castro, Gerard Vilar (Universidad Autónoma de Barcelona), Eduardo Subirats, Narcís Comadira, Víctor Gómez Pin, Arnau Puig, entre otros, han sido profesores de estética en la ETSAB.
Los años ochenta fueron los mejores para esta Cátedra, luego Sección.
La Universidad recurría al reconocimiento público de la mayoría de aquellos profesores.
La partida temporal de Xavier Rubert al Parlamento Europeo a principios de los ochenta, de Félix de Azúa al Instituto Cervantes de París a principios de los noventa, no hicieron mella en su empuje. Pero nunca se recuperó totalmente del paso de Eugenio Trías a la Universidad Pompeu Fabra, poco tiempo después.
Los nuevos planes de estudio europeos de arquitectura no contemplan la impartición de estética -tampoco los anteriores, de ahí el logro de Xavier Rubert. Algunos responsables de la universidad querrían que se mantuviera; pero el próximo Plan de Estudios de la Escuela no la incluyen. La Sección de Estética desaparece. Quizá la única de toda la Escuela.
La lenta partida de sus profesores, que culminó con el fallecimiento de Ferrán Lobo y, ahora, con la jubilación de Félix de Azúa y de Xavier Rubert de Ventós, ha servido para aumentar la nómina de enseñantes de otras secciones. Estética se ha desangrado.
No ha sabido adaptarse. Prefirío mantener clases magistrales en las que profesores excepcionales como Xavier Rubert, Eugenio Trías o Félix de Azúa, construían lentamente un discurso, en vez de optar por talleres o clases prácticas, en los que quienes trabajan mayoritariamente son los estudiantes, que tienen la virtud de multiplicar las horas impartidas.
No pudo "crecer". Una asignatura optativa, pero obligatoria para quienes optaban por una especialidad de Teoría, desapareció. Pasó de ser una asignatura anual a cuatrimestral.
El lento desapego de algunos de sus profesores ante un panorama cada vez gris acabó por hundirla. Ya casi no se dirigían tesis ni tesinas. Se impartían pocas clases. Tampoco se podían impartir más. Ferrán Lobo, el más activo en cursos del tercer ciclo y en grupos de discusión en primer y segundo ciclos, falleció. Nadie lo ha reemplazado.
Quizá algún día se recuerde que, a principios de los años ochenta, las clases de Xavier Rubert desbordaban; que no se cabía en las que Félix de Azúa azuzaba alos alumnos, en los noventa; que se hablaba de arquitectura en relación con otras artes, de Tomas Mann, de la cábala, de música (Eugenio Trías); de Marcel Proust (Xavier Rubert), De Diderot o de Baudelaire, o de los caprichos del arte contemporáneo (Félix de Azúa), o de los enigmáticos signos del arte de las cavernas (Ferrán Lobo) como si todas estas obras tan diversas configuraran un espacio en el que se viviera bien.
Marisa Paredes, Françoise Frontisi-Ducroux, Miquel Barceló, Lluis Pascual, Agustín Villalonga, Gregorio Luri, Gregorio del Olmo, Miquel Civil dieron conferencias o seminarios.
Hubo un tiempo en que la Escuela de Arquitectura de Barcelona formaba arquitectos y pensadores. La existencia de una Cátedra o Sección de Estética viva coincidió con los años pletóricos de la Escuela.
Ya solo le queda un año de vida.
Y este asunto es algo que sabe realmente mal. Importa poco, parece, hoy en día, el que los que imaginan nuevos espacios tengan criterios de sensibilidad en el pensamiento; ver más allá de lo que meramente uno hace (refiriéndome a aquello de lo 'específico' de unos estudios) produce tantísimas sensaciones...
ResponderEliminarO aunque así no fuera; independientemente de que facilite o no el asunto que conscierne al arquitecto, como el de hacer de un espacio un lugar (y a poder ser mejor, claro), cuántos nuevos matices puede uno apreciar en el mundo del arte, en lo humano y en lo que nos conscierne.
Eso sí, me alegro de haber tenido tales clases, mientras ha podido durar este 'milagro' de más de medio siglo...! Más si -esto lo desconocía- ha sido la única escuela que lo ha tenido...!
Un gran agradecimiento, sí...!
Ha sido triste -y lo sigue siendo cada día más: desde un departamento que no ha podido o no ha querido defender Estética hasta profesores de la Sección que se han ido alejando de la Escuela, entre otros motivos, porque se daban cuenta que nada había que hacer.
ResponderEliminarSí, Xavier Rubert, Eugenio Trías y Félix de Azúa (los tres profesores mejores y más conocidos) han sido envidiados
Y yo no sé aún qué hacer ahora....
Tocho ruinoso