Torá es el nombre que reciben los cinco primeros libros del Antiguo Testamento. Este título significa mandamiento. Consta de las leyes que Yahvé habría entregado al pueblo de Israel, sobre todo las que Moisés recibió en lo alto de Sinai.
Estas normas actúan como guías. Indican qué y cómo se tiene que operar. Aportan modelos y pautas de comportamiento. Se trata de un conjunto de enseñanzas para portarse o comportarse juiciosamente.
Torá deriva de un verbo que se traduce, precisamente, por indicar, o apuntar -por ejemplo, con el dedo, con una flecha- una dirección: se indica la "buena dirección", el camino que conduce hacia dónde se tiene que ir -si uno quiere seguir una senda recta.
La Septuaginta (o Biblia de los Setenta: la traducción griega del Antiguo Testamento que setenta -o setenta y dos- sabios habrían llevado a cabo en la Biblioteca de Alejandría en el siglo III aC) traduce Torá por Nomos. Ley o norma.
Esta ley, o este conjunto de leyes, recibe una traducción espacial, o se manifiesta, ante todo, espacialmente. Consiste, literalmente, en una norma de conducta: es decir, sirve para desplazarse, para conducir "bien", para no perderse en camino, o escoger el camino equivocado, que no lleva a sitio alguno, que lleva a nada.
Nomos deriva del verbo griego nemoo: distribuir, repartir, asignar. Nombra la tarea que el buen pastor lleva a cabo cada día: divide los pastos entre el número de animales del rebaño que posee o dirige, y asigna a cada uno un lote adecuado. Su trabajo consiste en una acción sobre el terreno: organiza el espacio de modo que el rebaño pueda alimentarse correctamente. Al mismo tiempo, traza o escoge los caminos más seguros, y se preocupa de que ninguna oveja se extravíe. Si eso ocurriera, no duda en dejar el rebaño para reintegrar el animal extraviado o descarriado por la vía adecuada.
La misión del buen pastor se resume en actuaciones o decisiones que redundan en beneficio de una comunidad (un rebaño). Vigila que nada les falte, que no pierdan nada, ni se pierda. Por tanto, marca los límites que no pueden cruzarse so pena de entrar en terrenos pantanosos. El buen pastor debe marcar cuáles son las barreras que no se pueden saltar. Las normas que establece se reflejan en los campos. Los mismos campos parcelados son el resultado de las normas que promueve: campos asignados a un rebaño.
El griego nomos ha dado el término latín norma. Se trata de un término que presta hoy a confusión. No significa norma, sino compás. Se trata del instrumento con el que se trazan circunferencias, figuras perfectas, y con el que se pueden tomar medidas. El compás mide el espacio con precisión. Por eso, Yahvé, y luego su Hijo, se representaban con un compás en la mano: un instrumento que también era un atributo de la personificación del arte liberal de la Geometría. Con el compás se pueden tomar las medidas de las cosas con exactitud, y verterlas o traspasarlas al espacio. Se trazan así líneas, contornos: los que definen entes y parcelas: espacios asignados a figuras o funciones. Es decir, líneas que organizan el espacio, ordenándolo.
De este modo, las líneas o normas que el compás marca, permiten establecen congregaciones, comunidades. Son líneas que reflejan, o materializan órdenes. Son órdenes hechas al o para el espacio.
Entre los espacios acotados para la vida comunitaria destacan las ciudades. En ellas, las normas de convivencia tienen que ser claras, y muy visibles. Cotas, calles, direcciones deben estar bien señaladas. Los sentidos evidentes. Señales de tráfico, paneles ayudan a no perderse, a no tomar una calle en dirección contraria -lo que puede acarrear la muerte-, o a toparse con una vía sin salida.
Las normas que rigen la vida son ante todo normas de urbanidad: normas que se aplicaban para un urbanismo correcto: así, regulan qué se puede hacer y dónde se puede ir, hasta dónde se puede ir o actuar.
Estas normas, inscritas en el territorio, tienen un origen muy antiguo: se remontan a los tiempos cuando los humanos necesitaban pastores -reyes, profetas, adivinos- que les señalaban el camino.
No se podía estar en tierras sin ley, ni cruzarlas siquiera.
Hoy sabemos qué ocurre cuando nos saltamos la "normativa" -o aplicamos normas equivocadas: el paisaje destruido español bien revela la falta de ésta, y las faltas cometidas.
Muy bien articulado ese camino sin solución de continuidad entre la Torá, le ley, la norma y la ciudad como territorio en el cual se inscribe la norma. A todos nos iría mejor si tuviéramos más claro que no hay obra humana que no nos trascienda y que en todas ellas se puede seguir el hilo que nos lleva a nuestros orígenes.
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