La Universidad Politécnica de Cataliña (UPC) en Barcelona está practicamente en bancarrota y está a punto de quebrar. La deuda ináudita de ciento once millones de euros, ante un presupuesto poco más del doble ( doscientos setenta y ocho millones) es inasumible. La venta de bienes, la expulsión de personal, la subida de matrículas, la reducción de sueldos, etc. son medidas desesperadas y posiblemente inútiles.
Algunos economistas piensan que este hundimiento solo es el inicio de la puesta en evidencia de, tras la burbuja de la construcción, de una segunda burbuja, de la universidad pública española.
Se han creado, con costes excesivos - materiales caros, derroches de medios - universidades en todas las ciudades. La dispersión por todo el territorio de facultades y centros casi vacíos es sorprendente. Los campus se han multiplicado. Son campus casi fantasmas. No hay suficientes estudiantes para llenar tantos edificios.
Cada ciudad, cada pueblo ha querido tener una universidad. Posiblemente por el rédito político obtenido, no respondiendo a ninguna necesidad. ¿Cuántos profesores no se han desplazado a universidades, un día laborable en pleno año académico, para impartir un seminario, que parecían vivir un día festivo, con las dependencias nuevas, abiertas y casi vacías?
Sabemos qué ocurre cuando estalla una burbuja. Lo primero que causa el derrumbe no levanta cabeza, pero todo el resto, a continuación, cae. La universidad pública española está malherida, posiblemente gravemente condenada, o a muerte.
Sólo cabe lo que está ocurriendo. La emigración de los mejores estudiantes al extranjero, siempre que puedan pagarse el viaje. Sin retorno previsto.
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