jueves, 9 de enero de 2014
MESCHAC GABA (1961): TRESSES & STREETS (PELUCAS-EDIFICIOS & CALLES, 2005-2007, 2009)
Meschac Gaba (presente en la Documenta de 2002, y en la Bienal de Venecia de 2003) es un artista oriundo de Benin que hoy vive en Rotterdam. A partir del año 2000 empezó una serie de pelucas, con pelo artificial, que representan rascacielos; una segunda serie, titulada Streets (Calles), se compone de imágenes de vehículos pesados y coches. Las pelucas, trenzadas sobre un andamiaje por dos artesanos, que tardan unos tres días en completarlas, pueden llevarse. No son objetos de uso diario, sino propio de rituales, ceremonias y festividades. Realzan -.al mismo tiempo que cargan.
Gaba considera que son ejemplos o símbolos de modernidad, así como de poder. Representan la entrada en el siglo XX, y la aceptación, por parte de la población africana, de modelos europeos y norteamericanos, de los que se ofrecen variaciones personales.
Los edificios se apoyan sobre la cabeza de las personas. Las coronan. No las encapsulan, sino que se fundan en ellas. Los edificios evocan el pasado colonial y la asunción de modelos impuestos, transfigurados por el gusto y las tradiciones de cada país. La pervivencia de las costumbres que las pelucas expresan -son objetos que ya se portaban en el Egipto faraónico-, y la inmobilidad de los edificios, arraigados en la tierra -si bien denotan el desarraigo de los modelos- se contrapone a la mobilidad y la moda, la fugacidad que una peluca contemporánea acarrea. La austeridad de los rascacielos -edificios institucionales, sedes de empresas y bancos- queda en evidencia por las formas blandas, y el colorido y la condición manual, casi infantil, de las pelucas. No son edificios levantados para cobijar la vida; entes bien, la aplastan; pero el color, las formas, la técnica, y la disposición contradicen tan ásperos propósitos, como si quedaran en ridículo, o se convirtieran en motivos de juego.
Rascacielos trenzados. Nuevamente, el tejido y la arquitectura se encuentran. Idealmente, el trenzado debería efectuarse sobre el propio pelo -o debería dar al menos esa impresión-. De este modo, el edificio aparece como una prolongación de la persona, o un peso que ésta debe acarrear para siempre. Ésta se halla unida para siempre al bloque. El cobijo, el hogar -si fueren hogares, que no lo son siempre-, que debería proporcionar seguridad y confianza, se vuelve una pesadilla, una extraña cárcel de la que uno no puede desprenderse, como si el modelo, que remite a culturas impuestas, hubiera echado raíces, confundiéndose con las raíces del pelo -un elemento corporal que guarda las características propias de una
persona.
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