lunes, 20 de octubre de 2014
Itaca (Ulises y Cristo, o mitos paganos y mitos cristianos)
La exposición Mediterráneo. Del mito a la razón, en Caixaforum (julio-diciembre de 2014) concluye con un relieve tardo-romano, del siglo IV dC: Un frontal de un sarcófago cristiano grabado con motivos paganos, en concreto una escena de Ulises atado al mástil de la nave que se escora peligrosamente hacia unas sirenas -unos seres híbridos, mitad mujer, mitad ave de presa con poderosas garras- que la atraen hacia el acantilado dónde están posadas.
Este relieve fue hallado casualmente en la colección permanente del Museo Nacional Romano, en una de las sedes del museo, cabe la Estación Término en Roma. Apenas visto, la exposición, hasta entonces inconclusa, adquirió un final lógico. Este relieve no aparece ven la extraordinaria monografía de Carlos García Gual dedicada a las sirenas.
La inclusión de este relieve ha sido criticada por algún estudioso porque se desmarca del resto de las obras expuestas.
Y, sin embargo, abre la transición hacia una nueva percepción del mundo -que la exposición no aborda-, a partir de un motivo conocido.
Las relaciones entre el paganismo y el cristianismo presentan dos vías distintas. Ambas fueron recorridas por Pablo -que algunos estudiosos, no sin razón, aunque de manera polémica y quizá esquemática, consideran como el inventor del cristianismo-. Por un lado, hubo padres de la iglesia que trataron de armonizar mitos paganos con historias del Antiguo y del Nuevo Evangelios; otros, por el contrario, los opusieron frontalmente.
Los primeros consideraban que los mitos paganos anunciaban la buena nueva. De un modo imperfecto, contenían ya enseñanzas plenamente desarrolladas por los evangelios. Las historias no se oponían, sino que las primeras eran un boceto, aun impreciso y con errores, a veces, de las historias evangélicas. La lectura de los mitos, entonces, no era una distracción, sino un viático, hacia la palabra de Cristo. Dado que la cultura imperante era la pagana, y que el conocimiento de los mitos era general, éstos constituían un punto de partida para la comprensión y la aceptación de una visión del mundo que aclaraba la aún borrosa visión pagana.
Uno de los mitos que los padres de la iglesia consideraban más cercanos a la palabra del hijo de dios era, precisamente, el de Ulises y las sirenas. La lectura es casi obvia. Ulises anuncia a Cristo (y a cada cristiano); las sirenas son las tentaciones del mundo material, y el mástil es la cruz que ata y estructura, como un pilar cósmico, el mundo, impidiéndole disolverse en un remolino. Hasta los tapones de cera tenían una lectura alegórica cristiana (eran los Evangelios, escritos sobre tablillas de madera recubiertas de cera, como era costumbre en el mundo romano, cuyo conocimiento permitía hacer oídos sordos a los encantos de la poesía pagana).
Ulises regresaba de Troya. Se dirigía a Ítaca, su isla y su ciudad natal. La resistencia a la seducción de las sirenas le permitía superar uno de los últimos escollos. Ítaca le aguardaba. Esta ciudad, entonces, era la prefiguración del Paraíso.
La tradicional oposición entre la ciudad y la naturaleza originaria que estructura el Antiguo Testamento, o la oposición entre Jerusalén y Babilonia, o entre la Jerusalén terrenal y la celestial, ya no era de recibo. El Paraíso era una isla, y una ciudad; en verdad, era el lugar donde se retornaba tras el viaje de la vida, algo así como el espacio del Uno en la escatología platónica, el ser y el espacio del ser al que el alma retorna tras su tránsito por la vida terrenal.
Quizá algún día, una exposición cuente lo que ocurrió a partir de entonces con las primeras leyendas cristianas.
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