El nacimiento milagroso, virginal de Atenea, la estrecha relación de Zeus y Apolo, padre e hijo, la resurrección y ascensión a los cielos de Heracles, la encarnación de dioses olímpicos, el descenso a los infiernos de Hermes, otro hijo predilecto de Zeus, son temas mitológicos griegos que recuerdan inevitablemente a historias del antiguo y del Nuevo testamento.
Pero sabemos que el parecido es fortuito, y que los mitos, griegos y cristianos, tienen un distinto significado.
Sin embargo, la relación entre ambas religiones no se ha establecido en época moderna, ni es el fruto de autores descreídos o ignorantes. La relación fue puesta en evidencia por algunos Padres de la Iglesia.
Ya comentamos que los primeros teólogos cristianos tenían una relación ambivalente con la cultura griega. Conocían los mitos griegos perfectamente. La mayoría de los primeros teólogos tenían una formación clásica y escribían en griego. Algunos denunciaron a los dioses paganos juzgándolos como demonios -por tanto como dioses de los que había que apartarse, o divinidades menores pero aun poderosas-, y denunciaron los mitos como historias engañosas, lo que significa que no las juzgaban necesariamente falsas, sino peligrosas, historias verdaderas que llevaban a la perdición.
Otros Padres de la Iglesia, como Justino, creían que los mitos griegos encerraban parcelas de verdad. No eran ni mentiras ni fabulaciones, sino relatos que se aproximaban a la luz, de un modo aun velado pero reconocible. Hubo pensadores y profetas, antes que Cristo, que llegaron casi a la verdad y que desde luego la anunciaron, la precedieron. Unos eran los profetas bíblicos; otros, los filósofos griegos. Por tanto lo que los mitos contaban acerca de los dioses olímpicos era en gran parte cierto. Se trataba de historias, y de figuras sobrenaturales, que se anticiparon a la venida de Cristo. Nacimientos y resurrecciones milagrosos, dioses que eran uno y trino no eran invenciones, sino eventos verdaderos que pronosticaban lo que iba a venir. Zeus era como Yahvé, y Apolo o Hermes como Cristo; Heracles sin duda también.
Cristo no fue una figura redundante, sin embargo, sino que manifestó con nitidez lo que estaba aun abocetado en las figuras e historias míticas griegas. Justino, así, manifestaba que los griegos no desconocían al dios, o a los dioses verdaderos; lo único que ocurrió, como acontecía con las historias del Antiguo Testamento, es que no llegaron a percibir con plena nitidez la verdad que el dios verdadero encarnaba. Pero llegaron hasta el umbral, y por esta razón, el conocimiento y la divulgación de los mitos paganos no era condenable. Para Justino, el cristianismo era una religión ancestral -al menos tan antigua como la religión olímpica- que se remontaba hasta Homero. Por eso, se tenía que leer y defender a este poeta o profeta.
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