jueves, 4 de diciembre de 2014
Jesus is Born
Belén en las ruinas del Born (Barcelona, diciembre de 2014). Foto remitida por Aureli Santos
Desde hacía siglos, los signos que anunciaban la era nueva se multiplicaban. Un profeta ascendió a la montaña para escuchar, entre nubes de tormenta, la poderosa voz del dios, y aceptó inmolarse antes de pisar tierra santa; el pueblo que le seguía enfervorizado había cruzado el desierto mientras el maná que llovía del cielo hacía más llevadera la espera; una mujer estéril recibió el anunció que alumbraría un hijo que sacudiría los cimientos del mundo: se llamaría Sansón; otro santo, caído en desgracia, salió vivo del vientre de la ballena.
El alumbramiento del mesías puso fin a la opresión del imperio. Ya no importaba que los fariseos siguieran traficando alrededor del templo, que maquinaran con la bendición del imperio; el pueblo, las manos unidas, los brazos en alzo, saludaba el advenimiento de la luz y entonaba cánticos en honor del nuevo dios que los liberaba de las cadenas, perdonaba los pecados y anunciaba que en el tiempo del Adviento las faltas ya no serían faltas, porque no habría nadie a quien faltarse ni nadie les faltaría. Todo estaría permitido, pues las argollas represoras habrían caído. Las familias, unidas, podrían seguir, bendecidas, negociando la prosperidad del pueblo. Por eso, el pueblo abandonaba hogares y trabajos para seguir la senda que el mesías, desde el púlpito, los brazos en cruz, señalaba.
El niño de la era del Acuario nació entre ruinas; las ruinas de los tiempos caducos, signo de las cadenas derribadas. Milagrosamente -ya todo era un milagro, una maravilla- preservadas, de pronto aparecidas, las ruinas eran el testimonio de lo que se dejaba atrás, de altas torres caídas, del espíritu incólume que resistió a los envites bajos del tiempo. El tiempo, ahora, no pasaría. Cada día sería un nuevo día. Los árboles florecerían eternamente, de la tierra manaría leche y miel, y, todos unidos, con la voz del pueblo, iluminados por el uncido, la mirada húmeda por una lágrima de esperanza, entonarían enardecidos cánticos y bailarían rondas antes de dar el salto decisivo.
Amén.
Bárbaro, genial. Y de aquellos cuentos el negocio de dos milenios...Y el opio para muchos fervorosos -elegido o forzoso- que dudo que les haya liberado. La tierra está sembrada de sangre de infinitos sapiens sapiens entregados a salvar la causa de los negocios.
ResponderEliminarEnhorabuena por el texto, me ha encantado.
porque, como bien dice, todo se reduce al negocio. Se venden y se propagan sueños, pero quienes manejan la venta, saben que no se trata de ilusiones sino de dinero contante y sonante.
EliminarHaz que hacer lo que haga falta y vender el humo que sea para seguir teniendo la sartén por el mango.
¿La corrupción? ¿Decía?
El día menos pensado le expulsan de la tierra prometida :-)
ResponderEliminarRecordemos que quien no accedió a la tierra prometida fue Moisés....
EliminarEs cierto.Aunque en realidad me refería a usted ,como descreido :-)
ResponderEliminarCreo en los verdaderos mitos, es decir los mitos antiguos...
EliminarLos de ahora son sucedáneos creados con propósitos perversos
ResponderEliminar... e interesados.
ResponderEliminarY qué lo diga.
Lo más sorprendente es cómo nos creemos que las fábulas más disparatadas.
Lo que ocurre mucho dice mucho sobre nosotros, sobre nuestra credulidad -y entrega a los más fuertes..
Y también de lo dificil que es sustraerse a las emociones y opiniones del grupo en el que se desenvuelve nuestra existencia.
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