Unos titiriteros han acabado en la cárcel en Madrid por unos días a causa de un espectáculo infantil considerado impropio para niños y contrario a los valores que defiende un gobierno democrático, que son dos causas penales distintas.
El espectáculo mostraría acciones de violencia y violación.
Los cuentos infantiles, tal como fueron transcritos por los Hermanos Grimm o por Charles Perrault son violentos: poblados de ogros y de asesinos, cuentan torturas, crímenes y escenas de canibalismo. Desde Hansel y Gretel a Barba Azul, los cuentos son un cúmulo de horrores que, según los estudiosos, tienen como finalidad familiarizar con la dureza de la vida y despertar la empatía con las víctimas.
Las marionetas raras veces representan escenas de paz y armonía. Los golpes altos y bajos están a la orden del día, así como el engaño y la traición.
Es cierto que la violencia narrada puede ser tolerada más que la figurada, pero un espectáculo de marionetas no es una representación realista de un asesinato.
¿No puede ser rechazado entonces? ¿con qué o bajo qué criterio?
Un obra de marionetas es una obra escenográfica, de teatro o cercana al teatro -tienen lugar en lo que se denominan precisamente teatrillos-, es decir se trata una obra de arte.
Una obra de artes es la presentación plástica o sensible (a través de formas visibles, legibles o audibles) de una idea o un contenido. En el caso de una representación teatral, la forma tiene que ser capaz de presentar visible y sonoramente un determinado contenido.
Escribía Pascal, retomando una opinión de Aristóteles, que "extraña cosa es la representación (pictórica o teatral) que nos gusta por el parecido con cosas que no deberían gustarnos".
El arte de la representación debería ser capaz de transfigurar acciones y figuras que al natural nos disgustarían. Supongo que entre estas acciones repudiables o desagradables se hallarían crímenes, violaciones y ejecuciones. Cuando Pascal escribió esta célebre frase, Sade y Bataille aún no habían nacido, si bien sus obras también podrían ser valoradas a la luz de esta opinión. Desde luego, Pascal estaba familiarizado con el arte plástico cristiano que a menudo muestra unas situaciones (mutilaciones, decapitaciones, ejecuciones, agonías) que en la vida real son insoportables y condenables. Si el criterio estético -si la valoración de la obra- se basa en el contenido y no en la manera con la que se muestra, todo el arte cristiano debería ir a la hoguera, propuesta con la que Platón hubiera estado de acuerdo, y asumieron los calvinistas.
Por tanto, un espectáculo de marionetas puede ser censurado si la forma adoptada no es conveniente para transmitir ciertas ideas o contenidos que no se ven metamorfoseados, convirtiéndose de repudiables en placenteros.
Pero las crónicas periodísticas y los edictos municipales -si están bien transcritos por la prensa- no se refieren ningún juicio estético.
Eso significa que la forma de expresión fue inexistente o improcedente. El primer caso sería imposible: sin una forma, no se puede comunicar ninguna idea; en el segundo caso, la forma escogida no lograría comunicar una idea, o la deformaría hasta tal punto que el contenido de la obra sería el contrario del que los artistas querrían transmitir.
En este caso, el juicio estético negativo llevaría al rechazo de la obra, que debería ser retirada.
Pero la condena no se apoya en la forma, o en la unión de la forma y el contenido, sino solo en el contenido, por lo que la forma ha sido incapaz de convertir y transmitir el contenido. No se trata pues de una obra de arte, y no cabía en un festival artístico. Los organizadores serían responsables por haber escogido un ente no artístico, por haber juzgado "mal".
La alcaldesa de Barcelona ha defendido a los titiriteros al presentarlos como unos inocentes asustados, culpables de un espectáculo improcedente. Esta observación sí es propia de la teoría o de la crítica de arte. Responde a la imagen del artista romántico, ya fijado por Rousseau, y retomado por cierta vanguardia europea en los años XX. Los artistas serían mediadores entre el mundo de las ideas y el mundo sensible, pero no serían conscientes de lo que hacen o dicen. Esta concepción, en verdad, ya remonta a Platón cuando presentaba a los grandes poetas, no sin un deje de ironía, como unas personas sin cultura que cuentan lo que no saben, por lo que sus conocimientos no limitan la expresión directa y fiel de sus ideas que por otra parte no les pertenecen sino que provienen del mundo exterior y sobre todo superior.
Mas, a continuación, la alcaldesa rechaza la condena porque se basa, una vez, en la apología del terrorismo. En este caso, la alcaldesa emite, como quienes han censurado la obra, un juicio político, pero no estático, porque defiende la bondad de los contenidos y no la manera de expresarlos.
¿No se puede condenar a unos titiriteros?. Sí; por ser "malos" artistas, torpes o incapaces -de expresarse-, pero no por las ideas que expresan.
Sin embargo, la condena política y no estética del arte, es decir la condena del arte por razones no artísticas o que no atiende al carácter específico del arte no es nueva: Platón, precisamente, pedía la condena a muerte de ciertos titiriteros. ¿Por qué? Por una razón que, curiosamente, es más artística que política o moral, más estética que ética: La obra de arte -Platón se refería a la interpretación o recitación de los versos de Homero, de la
Odisea, por ejemplo- era tan perfecta que el espectador tenía la sensación de estar ante la realidad, como si la obra fuera un velo transparente que descubriera hechos que hubieran tenido que quedar al cubierto. La obra mostraba lo que no debía ser mostrado.
¿Acaso ha ocurrido esto en Madrid?
Una obra de marionetas ¿tiene la capacidad de mostrar, de manera tan naturalista que desaparece como obra de ficción y se asemeja a un documento, o "a la realidad" misma, lo que no se puede mostrar o decir? Si así fuera, quizá hubiera que premiar el talento artístico de los titiriteros.
Quien sabe
NB: Si los criterios estéticos fueran los que deciden sobre la "bondad" de una obra y, por tanto, sirven de baremo para aplaudir o prohibir una obra (cuya forma es incapaz de traducir una idea), la defensa y el rechazo de obras de arte seguiría quizá caminos distintos a los marcados hoy, y obras alabadas -por su contenido-, pero formalmente grandilocuentes o gesticulantes, como el Monumento a la República (un abarrocado soporte para una discreta estatua de los años 30), o la desmesurada Llama de la ciudad, ambas en Barcelona (y de los mismos arquitectos), pasarían en un segundo término antes estatuas, hoy derribadas o desmanteladas, formalmente correctas (pero ideológicamente repudiables), como un discreto y sereno Monumento a los Caídos del escultor Clará en Barcelona.