domingo, 19 de febrero de 2017
Asiriomanía
Patio Asirio o de Nínive, Palacio de Cristal, Exposición Universal, Londres 1851
Casa Asiria, Exposición Universal de París, 1889
Cromos de una marca de cubitos de carne con imágenes de arte mesopotámico, principios del siglo XX
La pérdida de poder del Imperio Otomano, debilitado por las sucesivas guerras de Crimea con el Imperio Ruso, y con el Imperio Persa a mediados del siglo XIX, permitió a los Imperios Británico y Francés, y al gobierno prusiano (pronto sucedido por el Imperio Germánico) enviar tropas a los territorios árabes del Imperio otomano, a lo largo de los valles de los ríos Tigris y Eúfrates.
Hasta entonces, el gobierno de la Sublime puerta había sido reacio a conceder permisos a occidentales para transitar por el Imperio, sobre todo por la parte oriental, árabe, donde el poder turco era más débil. Sin embargo, se trataba de un extenso territorio cuyo paso era conveniente para los imperios antes citados para desplazarse desde sus capitales hacia las colonias en el Extremo Oriente (India, Indochina).
Los primeros militares occidentales instalados en lo que fue Mesopotamia -y hoy es Iraq-, bajo control turco, eran a la vez arqueólogos aficionados que querían comprobar la veracidad del texto bíblico cuando describía denostadas ciudades asirias y babilónicas: su existencia justificaría que dichas tierras se convirtieran en colonias occidentales -como así ocurrió tras el desmembramiento del Imperio otomano tras la Primera Guerra Mundial-, puesto que el texto fundacional de la identidad cristiana, la Biblia citaba estas ciudades. Años más tarde, ya a principios del siglo XX -un fenómeno que se acentuó en Alemania y Francia en los años treinta- el que hubieran sido ciudades "semitas" favoreció la popularidad del arte sumerio, toda vez que la lengua sumeria no pertenecía al grupo linguístico semita -que acoge no solo al árabe, sino al hebreo-.
Si Egipto fascinó a Occidente tras la campaña de Egipto napoleónica a finales del s. XVIII, el cada vez mayor control del centro y el norte de Mesopotamia por parte de británicos, franceses y alemanes, la exploración arqueológica, y el traslado de grandes relieves y estatuas de piedra, procedentes de palacios asirios, y de paneles cerámicos de Babilonia a museos occidentales en París, Londres, Berlín y, más tarde en Chicago y Filadelfia, despertó el interés por un arte juzgado bárbaro, propio de poblaciones crueles, ávidas de sangre -como las describe la Biblia-, y por tanto despreciables y fascinantes -que, por contraste, acrecentaban la moralidad de los poderes occidentales y legitimaba su dominio de territorios aun marcado por gobiernos déspotas e inhumanos.
Es así como el Palacio de Cristal de la Exposición Universal de Londres de 1851 -el paradigma de la arquitectura moderna de hierro y vidrio- se dotó de un patio asirio o de Nínive, con reproducciones de toros alados que soportaban jardines colgantes (babilónicos), mientras que la Exposición Universal de París de 1889 se dotó de réplicas de hábitats de culturas antiguas y "primitivas" mundiales que incluyeron una casa asiria. Según la guía de la muestra: "Cuando se estudia la historia de la antigua Asia, no existe ningún pueblo más interesante de estudiar que el Asirio. Esos monarcas de Nínive, siempre en lucha, siempre ávidos de sangre y de carnicería, son realmente los especímenes más típicos de lo que una civilización exclusivamente guerrera puede engendrar de salvaje y bárbaro".
Esta vision aun era perceptible en la Exposición Colonial de Paris de 1931 que presentaba un pabellón siro-libanés en el que se exponían piezas arqueológicas hititas y asirias, así como "artes indígenas y artes francesas". La exposición concluía: "Francia tiene el mérito de no haber sacrificado la salvación y el porvenir de las razas indígenas a sus intereses económicos; pero es legítimo que Francia no pierda de vista estos intereses".
Salvación, raza, indígena: el vocabulario revela todo un imaginario.
El arte asirio fascinaba -¿fascina?- por su carácter "bárbaro", que justificaba la explotación comercial y política de lo que hoy son Siria -o lo que queda- e Iraq.
La estética suele revelar una manera de relacionarse con el mundo, de "desearlo" -y de "convertirlo".
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