El ágora griega arcaica, hasta el siglo VI aC, era un espacio público. Acogía actividades políticas, administrativas, comerciales y lúdicas. Se diferenciaba bien del acrópolis, un espacio en las alturas consagrado a los dioses protectores de la ciudad, que la dominaba pero no la controlaba. Las dirección y la gestión de la ciudad estaban bajo el mandato de los dioses, pero éstos no interferían con la vida pública, en manos de asambleas como la boulé, el pritaneo y la ecclesia, -contrariamente a lo que había ocurrido en Mesopotamia y, posteriormente, en Roma. El ágora era el lugar privilegiado del mercadeo y del intercambio de bienes y de ideas. Se discutía y se comerciaba, siempre bajo el control político que velaba por los intereses generales.
A partir del siglo VI aC, sin embargo, la religión se fue infiltando en la vida del ágora, cada vez menos consagrada a tareas profanas, desde el comercio hasta la educación. Los aristócratas y los generales quisieron forjar un espíritu nacional -contrario a los Persas y a Esparta. Dotaron el ágora de monumentos religiosos: el altar de los doce dioses, efigies de héroes míticos y diversos templos, al tiempo que la ecclesia o asamblea de la ciudad, constituida por cinco mil varones libres, se retiró hacia una del colinas cabe el acrópolis. La arquitectura y el urbanismo se pusieron al servicio de la ideología. Los espacios públicos se regularon mediante pórticos que los rodeaban: estructuras y formas arquitectónicas repetitivas que anulaban la variedad o disparidad de formas que hasta entonces habían sido consecuencia y símbolo de la vitalidad de la ciudad. Se instituyeron fiestas religiosas multitudinarias a las que se invitaba al pueblo a participar y el culto a los héroes míticos de la ciudad como Teseo -que supuestamente habría galvanizado y unido a la ciudad bajo un único mando. Se forjaron mitos identitarios. La disidencia fue condenada. Los debates, las puestas en duda, las discusiones, los diálogos sobre temas y conceptos que tenían que ver con la organización política de la ciudad se reemplazaron por grandes ceremonias religiosas que exaltaban el implacable poder ateniense. Lentamente Atenas fue basculando hacia la dictadura. Se era ateniense o se estaba en contra de Atenas. Sócrates, que no aceptaba la visión monocorde de la historia, compuesta para galvanizar a las masas haciéndoles creer en la pasada y la futura grandeza de una ciudad-estado que se creía superior, fue condenado a muerte. Prefirió morir antes que bajar la cabeza.
Atenas acabó como una ciudad provinciana en la periferia del estado romano.
De unas semanas a esta parte es como si se hubieran despertado todas las furias y es totalmente inutil intentar razonar. Asusta ver la capacidad que tienen algunas personas para no permitirse ninguna duda y para mantenerse como un bloque sin una sola fisura y para engañar y dejarse engañar
ResponderEliminarSe suponía que una sociedad moderna sería una sociedad que no necesitara de mitos para para organizarse y ahora volvemos a los discursos apelando a la patria ,a los orígenes y a la furia guerrera...
Desde luego
EliminarNos hemos vuelto intransigentes, ciegos y soberbios. La duda parece haber desaparecido ante la fe ciega.