La creación ¿es un hacer? Hacer, en griego, se decía poieo. La poiesis es, literalmente, el resultado de un hacer; es un hecho, o una obra. La poesía es una creación. Toda creación artística y arquitectónica, es tanto que es el resultado de un obrar, es una creación poética.
Pero la obra de arte no es un hacer, sino un quehacer.
Un hacer es un trabajo. Éste se lleva a cabo para subsistir: se trabaja para vivir o malvivir. De entrada, no se querría trabajar. Los mitos suelen presentar al trabajo como un castigo divino. El trabajo no redime sino que obliga. Se trata de una imposición externa. El trabajo es propio del hombre, pero señala su caída. Los dioses no trabajan.
Un quehacer, por el contrario, no es un trabajo forzado (por las circunstancias: la necesidad de un sueldo, el hambre, etc.). Se trata de una obligación, ciertamente, una obligación que nos damos. Nos obligamos a llevar a cabo una tarea, cuya gratificación no es un bien ajeno, sino la propia realización consecuente y a buen puerto del trabajo. Prestamos atención a una "voz interior", que nos dice que tenemos quehaceres, qué tenemos que hacer. El obrar persigue no solo o no tanto una obra hermosa, sino una buena obra. El quehacer es un acto ético. Tiene sentido. Cumplimos con nuestro deber. No debemos nada a nadie sino a nosotros mismos. Fijamos los objetivos, los fines; escogemos los materiales; decidimos las operaciones. Somos dueños de nosotros mismos. Somos libres cuando tenemos un quehacer. No tenemos la libertad para hacer cualquier cosa, sino lo que queremos llevar a cabo. El quehacer opera siguiendo unas pautas que nos damos, pautas que nos pautan, nos organizan, nos edifican. El quehacer es un hacer sin imposiciones. La necesidad es interior. El quehacer no persigue una obra sino el ir haciendo, un operar sin metas, sin "objetivos", sino que el objetivo perseguido es el propio quehacer.
No se trata, bien es cierto, de hacer por hacer; un hacer sin sentido, mecánico, casi espasmódico, como si no se pudiera estar quieto, sin control, sino un hacer porque se tiene que hacer, cuyo fin es el obrar mismo, plenamente consciente.
Y, por eso, porque no obedecemos a nadie más que a nosotros mismo, el quehacer nos hace humanos. El trabajo, el hacer puede degradar, rebajar; el quehacer eleva. Nos alza por encima de la animalidad -que asumimos y superamos. El quehacer da sentido a la vida: es una vida plena, que nos orienta. Nos libra de perdernos, de la perdición.
Pero la obra de arte no es un hacer, sino un quehacer.
Un hacer es un trabajo. Éste se lleva a cabo para subsistir: se trabaja para vivir o malvivir. De entrada, no se querría trabajar. Los mitos suelen presentar al trabajo como un castigo divino. El trabajo no redime sino que obliga. Se trata de una imposición externa. El trabajo es propio del hombre, pero señala su caída. Los dioses no trabajan.
Un quehacer, por el contrario, no es un trabajo forzado (por las circunstancias: la necesidad de un sueldo, el hambre, etc.). Se trata de una obligación, ciertamente, una obligación que nos damos. Nos obligamos a llevar a cabo una tarea, cuya gratificación no es un bien ajeno, sino la propia realización consecuente y a buen puerto del trabajo. Prestamos atención a una "voz interior", que nos dice que tenemos quehaceres, qué tenemos que hacer. El obrar persigue no solo o no tanto una obra hermosa, sino una buena obra. El quehacer es un acto ético. Tiene sentido. Cumplimos con nuestro deber. No debemos nada a nadie sino a nosotros mismos. Fijamos los objetivos, los fines; escogemos los materiales; decidimos las operaciones. Somos dueños de nosotros mismos. Somos libres cuando tenemos un quehacer. No tenemos la libertad para hacer cualquier cosa, sino lo que queremos llevar a cabo. El quehacer opera siguiendo unas pautas que nos damos, pautas que nos pautan, nos organizan, nos edifican. El quehacer es un hacer sin imposiciones. La necesidad es interior. El quehacer no persigue una obra sino el ir haciendo, un operar sin metas, sin "objetivos", sino que el objetivo perseguido es el propio quehacer.
No se trata, bien es cierto, de hacer por hacer; un hacer sin sentido, mecánico, casi espasmódico, como si no se pudiera estar quieto, sin control, sino un hacer porque se tiene que hacer, cuyo fin es el obrar mismo, plenamente consciente.
Y, por eso, porque no obedecemos a nadie más que a nosotros mismo, el quehacer nos hace humanos. El trabajo, el hacer puede degradar, rebajar; el quehacer eleva. Nos alza por encima de la animalidad -que asumimos y superamos. El quehacer da sentido a la vida: es una vida plena, que nos orienta. Nos libra de perdernos, de la perdición.
Estupenda descripción de algo difícil de describir, al menos yo, sintiendo exactamente esta diferencia entre el quehacer y el hacer, no he sido capaz de ponerle palabras.
ResponderEliminarPienso que uno de los problemas mayores de esta sociedad es que no orienta a los seres humanos hacia el quehacer, solo genera nichos de "haceres".
Y se riza el rizo cuando se es capaz de transformar un "hacer" en un "quehacer", conozco alguna persona que lo ha logrado de forma natural y es francamente admirable y envidiable.
Hay un libro de entrevistas con Nicolaus Harnoncourt y de escritos suyos en el que alerta de la eliminación de las artes en general y de la música en particular por parte de los responsables de la educación y creo que podría enlazarse con los quehaceres y los haceres.
Un saludo, Carmen
Muchas gracias por el comentario y la recomendación del libro que desconozco y buscaré.
EliminarCasi se podría decir que hacer es fácil, pero cumplir con un quehacer exige mucho más