¿Cómo tenemos que entrar en contacto con las artes visuales que se exponen ante nosotros?: ¿a golpe de vista, o con una mirada larga y sostenida? ¿De un vistazo, o a años vista -con la mirada puesta en lo que vendrá con el tiempo, el estudio, nuestra predisposición y preparación para el encuentro?
Algunas obras llaman la atención: se muestran a primera vista. Mas no aguantan una segunda mirada. En francés, se las calificaría de tappe-à-l´oeil (literalmente que golpean el ojo: ostentosas, chillonas). Otras, por el contrario, pasan desapercibidas o se resisten a nuestra contemplación; solo con el paso del tiempo, lentamente se descubren. Y otras, finalmente, se exhiben pero son invisibles. Están ante nosotros pero no presentan ningún interés. Están hechas para pasar desapercibidas. Son y no son anodinas. Buscan no llamar la atención, pero quieren dar qué pensar. Su forma, sus cualidades son vulgares, inexistentes o imperceptibles. No destacan. Pero precisamente porque no destacan a la vista, no dejan de querer ser un misterio que no se puede resolver si no se cierran los ojos. Tal serían los objetos encontrados por Marcel Duchamp.
No todas las obras que nos hacen ojitos aguantan nuestra mirada. Nos guiñan el ojo para atraparnos. Pasado el impacto, unas son prescindibles. Merecen, caen en el olvido. Otras, en cambio, hipnotizan. Nos dejamos seducir; nos sujetan. Nos convertimos en sus objetos de desvelo. La relación que establecemos es visual. Y el impacto es doble. Por sus características o cualidades, por la "forma" de mostrarse, por lo que parece querer comunicarnos, por la extrañeza o la inquietud que quizá nos suscite, por la turbación, la emoción o el temor -el temor y la compasión que Aristóteles detallara-,la obra no pasa desapercibida. Quedamos prendados. Estamos atentos, detenidos ante ella. La obra se nos revela de golpe, como si nuestros ojos se desorbitaran y se nos desvelara lo que hasta entonces no habíamos visto ni imaginado nunca.
La obra es una aparición. De pronto, se nos manifiesta, se nos descubre. Quizá estuviera ya delante de nosotros, pero no éramos "conscientes", no la veíamos. Estaba sin estar para nosotros. No habíamos establecido contacto visual alguno.
Ahora, sin embargo, nos deslumbra. La lengua francesa posee una hermosa expresión: nos "llena la vista" (elle nous en met plein la vue): es decir, la imagen se incrusta en nuestra pupila y la llena o la desborda incluso -el ojo es un lago, o un pozo-, impidiéndonos mirar nada más. Toda nuestra atención está ocupada por esta obra. Ésta colma nuestra mirada, nuestra atención y expectativas. Como si de un sueño hecho realidad se tratara. Una aparición emana de no se sabe dónde, desde luego, no viene de nuestro mundo o nuestro entorno. Pero se materializa, se encarna a la vista de todos o ante nosotros. Y es portadora de buenas nuevas o de hados funestos. Nos anuncia lo que vendrá o lo que acontece más allá, lejos de nuestra vista. Nos muestra lo que no alcanzamos a ver, lo que no queremos ver. Nos fuerza a abrir los ojos ante realidades que no concebimos o imaginamos a las que quizá hemos dado la espalda. La aparición nos obliga a reflexionar sobre lo que hasta entonces nos ha pasado desapercibido.
Nuestra mirada golpea la obra y abre sus puertas. Nuestros ojos fuerzan su sentido. Son un taladro que recorre, explora, documenta la superficie a la búsqueda de señales, de indicios que den pistas sobre lo que la obra encierra. No la tocamos, salvo con la mirada.
La imagen es una máscara que nos desenmascara lo que tememos o a lo que aspiramos -y que alcanzamos a través de la imagen, o en ella. La vista que nos abre nos golpea. Un golpe de vista es un doble golpe: se trata de una acción que, de súbito, descorre un velo, y el golpe que recibimos a la vista de lo que se nos muestra. La imagen nos apela. Frapper, en francés, no significa solo golpear, sino llamar la atención, sorprender. La imagen nos prende, nos enreda. Quedamos quietos, atados a y por lo que vemos. Nos mantiene en tensión. Ejerce una fuerza. Doblega nuestra voluntad. El efecto no siempre es fugaz. La imagen puede producir una impresión duradera, que puede cambiar una vida -como cuenta Proust en varios pasajes de A la búsqueda del tiempo perdido: la vida del protagonista está marcada por ciertas impresiones o imágenes plásticas o musicales imprevistas. Una marca es el resultado de una fuerza. Se aplica fuertemente un ente sobre nosotros, que deja una huella imborrable. La vida, desde entonces, estará lastrada, influida por esta impronta. Don Quijote no habría partido a luchar contra los elementos si las novelas que leyó no le hubieran trastocado: tocado profundamente.
Golpes de vista, en el doble sentido de la expresión. Reflexiones, también una palabra con cara y cruz. Una movimiento hacia una imagen para que se nos abra -y abrirnos a ella-, y la flexión a la que nos somete con todo su peso, obligándonos a inclinarnos ante ella -hasta que quizá, la mirada gacha, ya no la veamos. Tales son las impresiones que este breve texto traduce: el juego de miradas, el cruce de miradas, miradas que alientan o fulminan, entre una obra y nosotros, entre una obra que obra en nosotros -porque puede con nosotros o porque nos dejamos cautivar, rendidos.
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