lunes, 2 de julio de 2018
La realidad y el teatro (a cada lado del espejo)
El espacio que acogía el poder judicial en la ciudad-estado de Atenas, donde tenían lugar los debates judiciales, tenía la misma estructura arquitectónica que un teatro: gradas en semi-círculo, abiertas como un abanico, a un lado de una plataforma central.
El cine y la televisión han jugado a menudo -es un lugar común- con la teatralización de los juicios, a los que asiste el público, en los que fiscales, jueces y abogados cumplen con su papel (una palabra que remite directamente al arte de la interpretación).
Del mismo modo, las aulas universitarias, sobre todo en los siglos XIX y XX, antes del temible dominio de las llamadas "aulas de prácticas", también se han dispuesto, a menudo, como espacios teatrales. La palabra con las que se denominan dichos espacios, anfiteatros, ya evoca bien el carácter teatral de lo que acontece en clase, con el profesor hablando y gesticulando en la tarima a la vista de los estudiantes dispuestos en gradas semi-circulares.
La justicia y la enseñanza, que buscan ambas la verdad, y en las que ésta se alcanza tras un debate -del profesor consigo mismo y con los estudiantes, de los fiscales, abogados y jueces- se desarrollan en espacios que recuerdan o que imitan teatros griegos o romanos.
Los espacios "reales" y "teatrales", los dominios de la realidad y de la ficción, pueden, pues, acoger acciones muy parecidas que tienen como fin debatir y hallar "la verdad".
Sin embargo, la relación entre la crónica y la ficción, entre la historia y la fábula, es más compleja de lo que parece. Debo esta lúcida observación a la profesora de la Escuela de Arquitectura de Barcelona, Mónica Sambade.
Comentaba la obra de teatro Falsestuff, de Nao Albet y Marcel Borrás,, actualmente en cartel en el Teatro Nacional de Cataluña (TNC) en Barcelona. La obra es una ficción. Pero incluye un debate o coloquio entre los actores y un moderador. Este acto se sitúa entre la interpretación y la exposición. Una parte del texto está escrito, al igual que el resto de la obra, y pertenece al mundo de la ficción. Otra, por el contrario, expone historias o hechos verídicos. El debate suma dos modalidades comunicativas: la conferencia y la interpretación actoral. Los ponentes son actores y son profesores al mismo tiempo. Asumen un doble papel: es decir, en tanto que la palabra o el concepto de "doble" remite al mundo de la ilusión y el engaño, aquéllos juegan con la credulidad del público asistente.
Dicho coloquio semi-ficticio se inicia con una breve exposición por parte de uno de los participantes (el moderador, sea un actor o no). Esta exposición narra unos hechos históricos. Éstos son ciertos. Algunos han acontecido recientemente y pueden ser comprobados. La exposición es una crónica casi periodística, el enunciado de unos datos verificables. Mas, esta comunicación acontece en un escenario teatral. Observaba Mónica Sambade, acostumbrada a dar y recibir clases, que, mientras que estos mismos hechos, expuestos del mismo modo, son plenamente aceptados como ciertos en una aula, en el teatro se convierten en ficticios. No son "creíbles" -aunque su enunciación sea "teatralmente" eficaz.
Se descubre así que el teatro tiene la capacidad de exponer como "verdaderos" hechos imaginarios, mientras que la historia se vuelve ficción en el escenario. La verdad histórica se tiñe o se convierte en una fábula. Nadie se cree que lo que se cuenta sea cierto. Parece un texto literario. Por el contrario, nadie duda de la existencia, durante todo el tiempo de la representación, de la existencia o, mejor dicho, de la presencia de personajes, convertidos en personas. como Edipo, Hamlet, Don Juan o El Misántropo. La trágica historia de Edipo o de Ifigenia son percibidas como ciertas. Lo son mientras acontecen en el espacio teatral. Asumimos que acontecen en otro mundo -el espacio tras el telón o el espejo, el espacio que la escena constituye-, pero no dudamos que allí tienen lugar "verdaderamente". Y sufrimos o gozamos -sentimos la piedad y el temor que Aristóteles enunciara- ante lo que ocurre a los personajes, ante lo que viven; y sus vivencias, trágicas y patéticas, las sentimos como nuestras.
No ocurre lo mismo con la exposición de hechos históricos en el teatro. La capacidad fabuladora del mismo, la potencia del mundo que encapsula, transforma radicalmente lo que acontece o se expone, y la historia deja de ser creíble. Se convierte en parte de la ficción. Ficción que se percibe como verdadera en el espacio del teatro, dentro de la lógica del teatro, pero no como verdadera en el mundo profano donde nos hallamos.
El teatro crea su verdad, transforma la ficción en verdad, pero también desarma la verdad cotidiana y la integra en la urdimbre de su ficción.
Este hecho, del que los autores de la obra Falsestuff son sin duda conscientes, acrecienta el perverso juego -tan atractivo y complejo- al que se dedican.
Agradecimientos a Mónica Sambade por su observabión
Y a Nao Albet y Marcel Borrás por la invitación a cruzar el espejo
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