Retrato, retrat, ritratto, en español, catalán e italiano; portrait, tanto en francés como en inglés: dos maneras antitéticas de nombrar una imagen casi siempre plástica (dibujada, pintada, esculpida, fotografiada o filmada), pero también escrita, que mantiene un parecido formal (y espiritual) con un modelo, cuyos rasgos se plasman gráficamente.
Ambos grupos de palabras se componen a partir del sustantivo latino tractus (o del verbo trahere). Éste significa traer, arrastrar. Algo -una imagen, en este caso-, lejano, es obligado a manifestarse, a mostrarse. Esta venida a la luz conlleva un esfuerzo. Lo que se manifiesta es reticente, se retrae. Posee, sin duda,aspectos, que no querría desvelar. La luz le ciega, pero sobre todo, lo expone a la vista de todos, sin que las dobleces puedan seguir existiendo y cumpliendo su función. Lo que se trae ante nosotros pierde su misterio. La imagen traída o plasmada es un indicio cierto de lo que, en la realidad, no se percibe. Aquélla no miente.
Pero el movimiento que se requiere y se efectúa para producir una imagen, es inverso en un caso y en otro. Retratar significa traer hacia atrás. La imagen se retrae, se retracta, se encoge. El retrato es un acto de retractación: todo lo dicho y mostrado hasta ahora ha sido una mentira, una imagen; llega la hora de la verdad. Los cuentos cesan. Podemos prestar atención en este momento.
El retrato retrocede. La imagen disminuye con respecto al original, al modelo. En este movimiento de retroceso, en este abandono, que evoca una pérdida, una retirada, sin embargo, los datos, los rasgos se contraen; los detalles, las anécdotas se pierden. Solo quedan las características propias, lo que "de verdad" o "en verdad" constituye la esencia" del retratado: su verdad. El encogimiento suelta lastre. Todo lo que distrae y desvirtúa la percepción, la comprensión de un ser desaparece. Lo que funda, lo que explica a una persona -un retrato siempre se refiere a un ser vivo y, en particular, a un ser humano existente: los retratos realizados tras el fallecimiento no suelen ser considerados efigies "veraces"-, por el contrario, se graba indeleblemente. En este sentido, un retrato es una imagen dura, inmisericorde, en la que se revela el "verdadero" rostro de la persona. El retrato, reducido a una imagen empequeñecida, es un concentrado de virtudes y defectos, caras y cruces de una figura.
Por el contrario, el movimiento que el portrait (francés o inglés) efectúa, se dirige hacia adelante. El portrait saca a flote la cara de una figura, las manchas, las sombras y las luces: la expone a plena luz del día. Quiere sacar el agua clara, aclarar qué es o quién es lo que o quien se halla delante. Un portrait es un desvelamiento, un descubrimiento. Cae la máscara. El rostro emana de la imagen. Aparece ante nosotros y se nos muestra con toda su crudeza. Los menores detalles, que se ocultan o pan desapercibidos en la realidad, quedan magnificados.
El retrato bucea en las profundidades; el portrait escudriña la piel. No deja nada por mostrar. Nos echa en cara lo que la figura es. Un portrait grita, enumera todo cuanto constituye un rostro, todas los rasgos, todas las trazas que revelan vivencias y dobleces. La luz es dura. Escarba en el rostro. El portrait es un escapelo, un bisturí, un cuchillo afilado que excava, hurga en la superficie, rasga la piel para sacar a la luz todo lo que las apariencias esconden. El rostro es considerado como un terreno que debe de ser explorado, hollada sin dejar nada por levantar. Un portrait es un velo rasgado.
El retratista español destila, como un alquimista, reduciendo los rasgos y caracteres a esencias, que son lo que constituyen y explican una persona o personalidad; en cambio, el retratista francés es un arqueólogo, o un médico, que rastrea, bucea y hurga en las marcas, las heridas buscando una explicación, exponiendo a la luz lo que nos ha constituido.
En ambos casos, empero, un retrato o un portrait no deja títere con cabeza: un arte sin piedad. Necesario, y temible.
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