Lo que pareció una inteligente y sensible manera de acercar rituales cada vez incomprensibles, alejados de gustos y preocupaciones modernos, emprendida por el concilio del Vaticano II, dejando que el mundo profano "actualizara" el mundo sagrado o mítico (en belenes, como se ve esos días, y diversos rituales, desde ceremonias religiosas hasta ritos de paso), se ha revelado como una muestra de incomprensión hacia lo que el rito significa.
Estos esfuerzos venían dictados por el deseo de acercar gestos y palabras, tanto en leguas muertas como el latín, como en lenguas ya modernas, a la comprensión, la sensibilidad actuales. Se daba un voluntarioso esfuerzo didáctico; se suprimían párrafos y gestos incomprensibles, se acortaban los tiempos. Figuras y acciones consideradas hoy inaceptables se suavizan, modifican o suprimen, como vemos en las adaptaciones de cuentos populares, procesiones, cabalgatas.
Estas tentativas bienintencionadas, sin embargo, partían y parten de un presupuesto erróneo.
Ritos, cuentos, ceremonias se desarrollan en tiempos distintos de los habituales. Forman parte o definen el tiempo sagrado, el tiempo litúrgico, cuando se suspende el paso del tiempo profano. Dichas palabras y acciones no tienen porque ser comprensibles. Su fuerza, la fascinación que ejercen reside en su carácter enigmático. No sabemos qué se dice ni porqué se llevan a cabo ciertos gestos. El tiempo pautado ya no cuenta. Se alarga o se acorta. Ciertas ceremonias pueden durar días -como algunas bodas, o entierros. Su efectividad reside en su incomprensión, y en su falta de conexión con el presente. No son meros actos que prolongan la vida diaria. Antes bien, la interrumpen, y ponen en jaque nuestras creencias, nuestros valores, desvelando las convenciones que nos pautan. Un ritual, una representación, desde un belén hasta una procesión, no tienen sentido si los medimos o juzgamos según las medidas profanas. Juzgados desde fuera no tienen sentido o son ridículos. Las palabras suenan enfáticas, las descripciones irreales, los gestos banales. Pero los rituales poseen su lógica y una finalidad que consiste en suspender el ánimo y lograr que creamos, gracias a la extrañeza que cuentan y muestran, en otros mundos u otras realidades que nos transportan y nos permiten por un tiempo breve, escapar a la realidad necesariamente prosaica.
Intentar adaptar mitos y ritos es. literalmente, una profanación: es decir, una anulación de su carácter fantástico, que nos pone en contacto con realidades que hacen soñar, o que producen sensaciones contradictorias, de pasión y compasión, que, luego, hacen la vida más soportable. Pero para que la palabra sagrada o poética, y las acciones o representaciones mágico-religiosas sean efectivas, deben mantener un hieratismo antinatural, y no llegar a ser claras, sino que tienen que sonar como inquietantes profecías enunciadas en lenguas apenas comprensibles. palabras que, de pronto, adquieren la potencia de un augurio. Palabras poéticas, es decir creadoras, que no nos confortan sino que nos desconciertan. Solo entonces, el efecto de enajenación, o de entusiasmo (literalmente, de salida de uno mismo) se produce y nos sacude, librándonos de convenciones que nos impiden ver la realidad. Un rito, una exposición, un mito, un cuento, tienen que ser en parte incomprensibles y dar la sensación que proceden de "otro tiempo". Interrumpen, alteran el tiempo presente que discurre mecánicamente, sin sobresaltos, adormeciéndonos. Los rituales deben sonar como trompetas apocalípticas, alertándonos, despertándonos, azuzando la percepción, para poder ir más allá de las apariencias o, mejor dicho, para poder disfrutar de las apariencias descubriendo en ellas verdades que hasta entonces habíamos pasado por alto.
Los mitos y los ritos nos tienen que dejar perplejos, asustar o indignar, chocando con las costumbres y las convenciones. Si, por el contrario, responden a lo que queremos, satisfaciendo nuestros prejuicios -como ocurre en las adaptaciones que liman los caracteres rocosos, rugosos, y las acciones juzgadas impías o escandalosas-, los mitos y los ritos tan solo apuntalan nuestra limitada visión del mundo, convirtiéndonos en ciudadanos más dóciles o sumisos, finalidad que, quizá, los censores políticos y morales, buscan con ahínco, para evitar preguntas incómodas. Y así, los ogros ya no devoran niños, las cenicientas no son maltratadas, las madres ya no son vírgenes -una historia que suspende las leyes e introduce lo maravilloso en lo real, para trastocarlo- y los reyes ya no tienen nada que ofrecer porque han perdido la estrella que los guiaba. Los mitos, los textos sacros, los rituales son las muestras más imaginativas y sorprendentes que cabe esperar. ¿Tanto se temen?
Estoy absolutamente de acuerdo con usted respecto al carácter sobrecogedor y misterioso de los mitos y ritos, pero ¿qué hacer cuando los mitos van perdiendo vigencia, cuando la sociedad se va desacralizando? Decía John Campbell en los años ochenta que la mitología de esos años, de la época actual, estaba, por ejemplo en la saga de La Guerra de las Galaxias". Es necesario identificar esa nueva manifestación de los mitos y darle su espacio.
ResponderEliminarMuchas gracias, Carmen
Muchas gracias por su observación.
EliminarSin querer defender el carácter inevitable o necesario de un mito, es cierto que se trata de un relato que puede expresarse, comunicarse o plasmarse de varias maneras, en soportes distintos. Los mitos griegos se cantaban, escribían, pintaban, esculpían, representaban.
Formas, distintas de las del pasado, y distintas entre sí, pueden existir hoy, y existen. Las películas de ciencia ficción, los videojuegos, espectáculos musicales o la retransmisión de acontecimientos deportivos (¡!) pueden constituir soportes que traducen y actualizan, conscientemente o no, mitos, leyendas, fábulas y cuentos populares. Quizá sea cierto el que no podamos vivir sin estos referentes, quizá fruto de la manera cómo percibimos e imaginamos el mundo, marcados por cómo estamos constituidos -y por nuestro entorno.