Cada ciudad tenía su calendario en la Edad Media. Las fechas laicas y religiosas nada tenían que ver con las actuales.
Así, en Florencia -como en otras ciudades-, el Año Nuevo empezaba el 21 de marzo (día del equinoccio de primavera, lo que ocurría también en culturas antiguas). Esta fecha también correspondía con las del día de la Anunciación a María, y de la Concepción de su hijo, Jesucristo. De este modo, la engendración o concepción del hijo de Dios coincidía con el de la regeneración del mundo, y ésta sucedía inmediatamente al del anuncio de la venida del Aquél. Es decir, la palabra -la buena nueva, la llamada- era efectiva (palabra mágica que afectaba el mundo material), pues su enunciación conllevaba la renovación del universo.
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