La palabra representación tiene dos significados: imagen, por un lado, y nueva presentación, por otro.
En el primer caso, la representación es un proyección, fidedigna o deformada, de un modelo. Esta representación mantiene una relación de parentesco, de parecido con el tema o modelo. Ambos, modelo e imagen, pueden coexistir, sin que no tengan ninguna otra relación más que la similitud formal.
La representación teatral, por el contrario, tiene un sentido y un alcance distintos. No se trata de producir una imagen, un doble de lo que ya existe, sino que la representación permite que lo que no existe "real" o materialmente cobre vida. Así, un personaje de una obra de teatro, pongamos Edipo o Hamlet, que solo existen "en el papel", y en la imaginación de quien redactó el texto y de quienes lo leen, de pronto, gracias a la representación o actuación, cobre vida. Y lo hace aquí, ante nosotros, en un lugar preciso y acotado. Se materializa. Casi podríamos decir que se encarna.
Habitualmente, se considera que las ideas, o los modelos ideales, precisamente por su carácter inmaterial, son "superiores", más "perfectos", libres de impurezas, que sus proyecciones plásticas o imaginativas. Es más, los modelos ideales poseen rasgos que las imágenes no pueden traducir. Por ejemplo, el hálito, pese a todas las tentativas de crear efigies, simulacros, dobles que produzcan tal grado de ilusión de vida, que se confundan con el modelo representado, que lo sustituyan casi. Pese al grado extremo de parecido, un ciborg, por ejemplo, nunca podrá ser la persona de la que es una figuración. Una imagen siempre sufre en comparación con su modelo.
Pero, los modelos teatrales, los personajes, no son nada sin su representación. Son "entidades" sin vida, sin consistencia. No tienen rostro. Son lo que queramos que sean. Dependen de nuestra imaginación. Están a nuestra merced. Del mismo modo, dependen de cualquier representación. Un personaje no busca tanto a un autor sino a un actor que le dé, por un tiempo y en un lugar, el tiempo de una representación, en un escenario, el gran escenario (del mundo), un cuerpo y una voz.
Un personaje sin una representación es invisible e inalcanzable. Es como si se retrotrayera incesantemente, como si nos rehuyera, como si no quisiera mostrarse. Diríase que se niega a revelar quien es, como si escondiera algo, como si se escondiera, no queriendo dar la cara, ofreciendo su verdadero rostro. Ocurre que no tiene rostro, no tiene nada. No es nada. El personaje, como la idea, por un lado, en un ser, libre de la opacidad material, pero por otro, este rechazo a la material conlleva su ninguneo. El personaje es un don nadie: un no-ser. y éste de pronto es gracias a lo que, también habitualmente, se considera un no-ser: la imagen o representación sensible.
La imagen tiene, en este caso, al modelo en sus manos. Le da vida. Le permite influir en nosotros, guiarnos o apartarnos. El modelo cobra sentido. Se hace sensible. Está entre nosotros. Ahora es un modelo. Cuando deja de serlo y se convierte en una imagen.
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