26 de diciembre: San Esteban. Su fiesta sucede a la del nacimiento de Cristo.
No es casual. Esteban, junto con Cristo, es la piedra angular de la iglesia. Su vida se modeló según la de Cristo.
La leyenda cuenta que su nacimiento anunciaba la fundación de un nuevo mundo. Hijo de unos padres estériles, Satanás lo sustituyó por un demonio y lo abandonó ante el umbral de quien no podía tener hijos. Una cierva, sin embargo, lo alimentó hasta que la puerta se abrió. Ya adulto regresó al hogar de sus padres y el diablo huyó. La luz volvió.
Esteban fue lapidado por los judíos porque rompió con la religión antigua, tanto pagana cuanto hebraica: expuso que los templos ya no eran la morada de los dioses sino de todos los hombres. La divinidad ya no moraba en un templo sino que se hallaba a todas horas en todas partes. El cambio en la concepción del espacio sagrado era absoluto. Lo sagrado ya no era tabú: ya no era un espacio proscrito, vetado. Los límites, las barreras saltaban. Los mortales ya no tendrían lugares inaccesibles. Mortales e inmortales compartirían espacio.
"Fue Salomón el que le [Dios] edificó Casa, aunque el Altísimo no habita en casas hechas por la mano del hombre como dice el profeta:
El cielo es mi trono
y la tierra el escabel de mis pies.
Dice el Señor: ¿Qué Casa me edificareis?
O ¿cual será el lugar de mi descanso?
¿Es que no ha hecho mi mano todas esas cosas? "
(Juan: Hechos de los Apóstoles, 6, 47-50)
Tres piedras lo mataron. Pablo (Saúl) asistió a la lapidación. Tiempo después, tomando a Cristo y Esteban como modelos, fundaría una nueva religión, ya separada del judaismo.
Esteban se convirtió en el patrón de los constructores con sillares de piedra (piedras de un nuevo espacio), y se le representó con un pequeño templo en la mano, un templo que no está anclado en ningún sitio, un signo de espacio de acogimiento.
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