Griegos (aqueos) y troyanos (teucros) hablaban una misma lengua y poseían unos mismos dioses, aunque unos favorecían al ejército de Micenas y otras a la ciudad de Troya.
Los apoyos que recibían ambos bandos señalaban, sin embargo, una cierta diferencia. Las Amazonas, mujer guerreras, que se comportaban como hombres, mujeres bárbaras, no habrían combatido nunca al lado de los griegos, si bien el héroe griego por excelencia, Aquiles, cayó prendado de Pentesilea, la reina de las Amazonas, en el momento mismo en que la estaba matando.
La barbarie se adueñaba de ambos bandos, aunque los engaños y la violencia ciega, la crueldad más inaudita, prendieron más entre griegos que entre troyanos.
La guerra misma se desató por el adulterio de Helena, esposa del griego Menelao, aunque Helena lo engañó víctima de un enredo divino, y de Paris, el príncipe troyano que prefirió una mujer hermosa a trofeos militares y poderes políticos.
No queda claro a qué bando pertenecía Homero, ni qué imagen tenía de griegos y de troyanos, presentados a veces casi como hermanos. Posiblemente Homero era jonio, es decir, un griego en Oriente. Quizá por eso, en ocasiones, lamenta el trágico sino de Troya.
Fue Virgilio, en la Eneida (VII, 222) quien ofrecio un retrato descarnado de dicha guerra. Se trataba "del choque de dos mundos, el de Europa y el de Asia". La guerra de Troya era la primera guerra entre oriente y occidente. Dos mundos opuestos se oponían y se diferenciaban violentamente, choque que las guerras médicas repetirían.
La frase de Virgilio ha marcado el imaginario occidental, marcando fronteras entre la "barbarie" (Troya) y la "civilización" (Micenas). La Guerra de Troya trazaba un mapa de dos bandos enfrentados.
Aun hoy, bebemos del comentario de Virgilio. El esquemático imaginario occidental de Oriente no se entiende sin esta lejana observación.
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