Fotos: Tocho, febrero de 2020
(De regreso de un viaje de estudios de ocho días, con estudiantes de la Escuela de Arquitectura de Barcelona, siguiendo el viaje de los aqueos, de Micenas a Troya, tal como lo describe Homero en la Ilíada)
Sea o no Micenas la Micenas homérica -no existe ninguna prueba epigráfica que demuestre que la fortaleza que se alza no lejos de Corinto sea la Micenas a la que Homero se refiere, lo que no es ningún problema porque la Micenas homérica solo existe en la Ilíada y en las tragedias griegas, ni siquiera que la fortaleza que hoy visitamos se llamase Micenas-, amén de las imponentes ruinas de las murallas (entre las que destaca una rampa subterránea que lleva a un pozo), y de las tumbas, dentro y fuera del recinto, del segundo milenio cuya arquitectura es tan espléndida como las tumbas reales de Ur (Mesopotamia) -mil años anteriores- y más sobrecogedora que las tumbas egipcias, el nuevo museo del yacimiento, muy bien presentado, contiene algunas de las mejores obras micénicas jamás halladas.
Destacan sobre todo estatuillas y estatuas de terracota, algunas de unos sesenta centímetros de altura, en buen estado, de la segunda mitad del segundo milenio, que representarían a una divinidad femenina -que suele considerarse, sin ningún fundamento escrito, una "diosa-madre". Figuras, posiblemente, ligadas a la fertilidad, si leemos los pechos destacados, que la propia figura señala o exhibe, como símbolos de fecundidad (alguna estatuilla femenina mece un niño). Podrían también representar -o ser- humanas con un rango especial (sacerdotisas, reinas, heroínas....), dependiendo de cómo nos proyectemos en estas efigies.
Las figuras levantan los brazos, quizá como expresión de su manifestación, su aparición. Posibles divinidades celestiales (algunas estatuillas antropomórficas poseen una testa de pájaro, con un pico prominente), con conexiones con el infra-mundo, simbolizado posiblemente por una terracota en forma de una serpiente enroscada.
Las jarras ornadas con un pulpo, comunes en las culturas minóica y micénica, de los tercer y segundo milenios, representado de frente, con los ojos bien abiertos, aureolados por los tentáculos que les confieren un aspecto de Gorgona, invadiendo toda la panza de la jarra, revelan la fascinación que causaba este animal marino, emblema de la astucia, capaz de hallar soluciones a las dificultades (como así es, en verdad), y sobre todo, no dudando en provocar una cortina de humo (una nube de tinta), para esconderse, quieto, cuando vienen mal dadas, a la espera de una ocasión más propicia. Por este motivo, Ulises era considerado un verdadero pulpo, astuto -y cruel.
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