viernes, 6 de marzo de 2020

Breve historia del "Parking"

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Arman: Compression


La próxima Semana Cultural de la Escuela de arquitectura de Barcelona -cuyo acto más importante es un concurso de pasteles (el año pasado fue de paellas)- tendrá lugar en el "parking" subterráneo de la universidad. Sabia decisión que solventa dos problemas: uno, moral y otro, físico. El aparcamiento deberá estar libre de vehículos durante una semana, lo que impedirá llegar a la zona universitaria en transporte privado contaminante, un gesto adecuado al tema de la Semana: la "emergencia climática"; por otra parte, se solventará en parte la masificación estudiantil: como el aparcamiento subterráneo no tiene ventilación, la mitad de los alumnos sin duda se asfixiarán.

Mas, ¿cuál es el origen del "parking"?
Los aparcamientos están asociados a la multiplicación de los automóviles a principios del siglo XX -y al uso de la electricidad en las ciudades-, sobre todo en ciudades norteamericanas, a causa de un problema que hoy parecería una bendición: los caballos. El número de animales eran tal que las ciudades requerían extensísimas superficies de pasto para alimentar a los animales, amén de recipientes desmesurados para depositar los excrementos y la orina.
Los primeros aparcamientos estaban mecanizados, pese a que las fachadas simulaban ser de viviendas burguesas o palacetes, con ventanales, balcones y relieves. Los vehículos se dejaban en la entrada y un numeroso personal de servicio los ubicaba gracias a plataformas elevadoras eléctricas, y a pasos mecánicos.
Pronto, este sistema decayó. Los conductores gustaban de poder aparcar personalmente del vehículo considerado, no un útil mecánico, sino un bien, casi un ser vivo al que se tenía que cuidar. La tipología de los aparcamientos elevados cambió a principios de los años treinta. Las dobles rampas en hélice, gracias al uso del hormigón armado, permitieron circular libremente por los aparcamientos, lo que obligó a aumentar considerablemente el tamaño de los mismos (las rampas, de poca pendiente y por tanto de gran longitud, ocupaban mucho espacio).
La solución la trajo la Segunda Guerra Mundial. El creciente número de refugios antiaéreos subterráneos dejó de tener un uso militar o defensivo a partir de 1945. Los de mayor extensión se reutilizaron como aparcamientos subterráneos.
Hoy, con la creciente condena de los vehículos motorizados privados, los aparcamientos siguen siendo refugios, mas no ya de coches sino de personas (como durante la Guerra): se empieza a reconvertirlos en hoteles de bajo coste -y sin vistas.

Una historia que la exposición A House of Cars contó hace ya diez años el Museo del Automóvil hace diez años.



Joseph Losey: M (1951): final dantesco en un aparcamiento subterráneo

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