La ética es la determinación y la valoración de la finalidad de nuestras acciones: ¿por qué actuamos, qué perseguimos, qué queremos obtener?
Tradicionalmente el valor que persigue la acción es el bien: lograr vivir bien, el bienestar personal y de lo demás. Es decir, se obtiene -y quizá se persiga- una recompensa.
Sin embargo, esta consideración no siempre es cierta. El fin que la acción persigue es la misma acción. El bien no es un objetivo externo, al que se tiende, sino que resulta de la propia acción. Se actúa porque se tiene qué actuar. Un impulso nos lleva a acometer una acción. Y está "bien" que la llevemos a cabo. No actuar, no hacer nada, dejar pasar el tiempo y que las cosas se pudran, por el contrario "está mal": es el mal, una "mala" actuación, una muestra de "mala" educación.
Le estética, por su parte, es la ciencia que determina y valora la finalidad de la percepción artística: ¿porqué nos relacionamos con el arte? ¿qué esperamos de dicha contemplación? Podríamos ampliar el campo de estudio y decir también que la estética incluye el estudio de las motivaciones y de los fines que alientan y persigue la creación artística. En este caso, diríamos: ¿por qué hacemos arte?
¿Desinteresadamente? ¿Sin esperar nada a cambio? ¿Obramos o contemplamos porque sí, y esta acción o esta reflexión es intrínsicamente "buena"?
Podemos vivir sin hacer ni contemplar arte. No podemos vivir sin actuar, en cambio. Vivir es moverse, movimiento, gesto que nos hace "bien".
El arte es, y así a sido tradicionalmente, un don, un regalo. La mayoría de las obras de arte, de las imágenes (estatuillas, joyas, objetos, etc.) antiguas son ofrendas. Presentes que se entregan o se intercambian. Entes que tejen lazos, facilitan relaciones, solventar diferencias, suavizan relaciones. Objetos con los que compramos voluntades, vencemos resistencias, alabamos o criticamos a otro ser; objetos que se insertan en un tejido social, y permiten tender puentes entre los mortales, y entre los mortales y los inmortales, los vivos y quienes han vencido a la muerte, entre el aquí y el más allá. La creación artística entra a formar parte de negociaciones, es objeto de debate. El don, el presente no se llevan a cabo porque sí. Algo se espera a cambio: un favor, una promesa, una redención; el perdón de los pecados, un remedio, un acuerdo, unas buenas relaciones (de amistad, amor, "buena" -es decir, bella- vecindad). El don desactiva conflictos (también los crea). Quien lo recibe, de pronto, está en deuda. Tiene que responder, corresponder. Si los dioses no responden a nuestras súplicas, destruimos sus efigies, los suplantamos. Un regalo es una invitación al intercambio. A cambio, se espera algo, siquiera unas palabras que alienten. La creación embellece el mundo, y descubre la belleza, la luz que puede hallarse oscurecida por la materia, modales y comportamientos ariscos.
Se hace arte con la esperanza de un beneficio (un hecho que nos haga bien, bien que no procede de nuestra acción, sino que ésta lo activa). La economía rige la transacción.
Es cierto que podemos pensar que el artista -y el teórico- es desinteresado: que crea o reflexiona para sí, porque sí. Pero el resultado colma; alegra (o desespera). Satisface no no el amor propio. Uno se siente orgulloso -o avergonzado- de lo que ha logrado. La prueba es la reacción ante el resultado: la obra se conserva, se corrige o se destruye, porque está a la altura o no de lo que "esperamos". La satisfacción, íntima, secreta, aguarda el final de la obra, que espera no decepcionar, y dar una imagen que no responda a lo que la idea promete.
Actuamos sin esperar nada, pero creamos con la esperanza de obtener algo: una obra, una creación, que mantendrá vivo nuestro recuerdo. Nos prolongamos, nos proyectamos en la obra. La creación aspira a que, hoy o mañana, alguien hable de nosotros o de nuestra obra.
Quizá la estética sea más humana que la ética y su imperativo (haz porque has de hacer): tiene en cuenta el otro, y nuestras debilidades. Acepta que otros son mejores, y que nos necesitemos. Asume que creamos para sentirnos mejores. Asume que existen más "tiempos" -pasado, presente y futuro, que prolonga, posterga, o acelera la acción, en función del contexto y las necesidades, personales o de quienes nos importan, a los que tendemos lo que mejor sabemos hacer.
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