El derribo, la decapitación, el hundimiento o la retirada de estatuas antropomórficas naturalistas de gran tamaño del espacio público, que está aconteciendo en diversos países en estos momentos, puede dar qué pensar en las consecuencias.
Sabemos que la furia no se dirige hacia la obra en sí, ni hacia el artista, sino a lo que o a quién la estatua representa, pero bien es cierto que el daño o la reacción apasionada o violenta recae en la estatua -seguramente porque ya no se puede atentar contra la persona representada, y con la intención o la esperanza que el daño infligido a la imagen recaiga en el modelo. De algún modo, la estatua es considerada como un fetiche, conectada de algún modo con la figura representada, y capaz de trasmitirle lo que recibe. El daño, por tanto, se dirige,en verdad, indirectamente a la persona, a través de la mediación de la imagen.
Es muy posible que estas reacciones sean inevitables: las estatuas pueden poseer la capacidad de sacarnos de nuestras casillas. La figura que posa a caballo reta al público, pero también lo hace su efigie en bronce.
Es cierto que el nombre del artista puede frenar las reacciones o puede llevar a que la obra se proteja. Nadie ha derribado la gran estatua ecuestre de bronce del condotiero (esto es, un mercenario) Colleoni -que puso a sangre y fuego el norte de Italia en el siglo XV-, en una plaza pública de Venecia, obra de Verrochio y de Leonardo. Del mismo modo, se derriban estatuas de Stalin, pero se preserva -y se expone públicamente - el dibujo que Picasso dedicó al dictador. Del mismo modo, los dos retratos ecuestres que Dalí dedicó a una de las nietas del dictador Franco no han sufrido, sí sus estatuas ecuestres del dictador. La bidimensionalidad de la pintura y el dibujo, que ofrece un mayor grado de alejamiento del natural que una estatua no debe de ser una de las causas del respeto con la que se contemplan esas obras de Picasso y Dalí: pinturas, de artistas menos relevantes, que representan a personajes o acciones que hoy no se consideran memorables o ejemplares, sí se han retirado (de la contemplación pública).
¿Qué consecuencias acarrea la desaparición de esas obras -a menudo mediocres pero muy visibles? No causan placer estético. ¿Deben ser ocultadas o destruidas? ¿Tienen razón de ser?
Las obras son testimonios de acontecimientos del pasado -que han podido cambiar el curso de la historia a costa de muertes y de exterminios. Estos hechos deben ser recordados. Se tienen que tener presentes. Deberíamos saber qué ocurrió , aunque este conocimiento no conlleve necesariamente que aquellos hechos no vayan a reproducirse. Tendríamos, cuanto menos, que ser conscientes que podemos adentrarnos o que nos estamos adentrando por sendas que llevan a la muerte o la destrucción; y, quizá, reflexionemos sobre lo que estamos haciendo o estamos a punto de emprender. Ver la cara de quien desencadenó el horror no impide que el horror acontezca, pero nos lleva a pensar si queremos que nuestro rostro se confunda con aquél.
No es necesario que ciertas estatuas estén en espacios públicos, pero sí que estén al alcance del público. Amén de explicar el origen de la obra, se debería contar qué ocurrió de lo que la estatua es un testigo o un testimonio elocuente. La obra no solo "habla" de una figura, sino de una época, unas creencias, una ideología, de una visión del mundo que posiblemente no queramos compartir. Mas para evitar esta comunión, tenemos que saber con qué y porqué comulgamos. Borrando las imágenes no borraremos la historia. Solo borraremos el recuerdo de su existencia y de sus consecuencias. Y si no sabemos nada, si vivimos sin saber nada, si no tenemos modelos y contra-modelos, indicaciones y advertencias, es posible que optemos por un senda fatal. Sin huellas, no solo no podemos saber cuales son los caminos equivocados, sino que no podemos ir a ninguna parte. No podemos vivir (como humanos), conscientes de lo que hacemos y de las consecuencias de nuestros actos. El arte, mediocre o sobresaliente, es una señal o una advertencia, un recuerdo y un anuncio, quizá la más explícita y perturbadora, que nos indica qué ocurrió y qué puede ocurrir. Cerrando los ojos ante la realidad, perdemos el rumbo.
(Para Eva, Olga, Aurelio, Carmen, Llorenç, Joana, Marcel, Dolors, Tiziano, Quim, Montse, Kerman, Joan, Favio, Marta, Anabel, Pablo)
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