Fotos: Tocho, 2021
Si los artistas de Hollywood y las estrellas del pop, desde Leonardo de Caprio hasta la gran Elizabeth Hustley, y Abba, poseen hoteles de lujo, los artistas plásticos no quedan descolgados.
De hecho, en los años setenta, artistas como Gordon Matta-Clark o Alighiero Boetti poseyeron restaurantes u hoteles (en Kabul, por ejemplo). No se limitaron a ser los dueños de los equipamientos sino que trabajaban en los mismos, y dichas actuaciones, cocinando, por ejemplo, eran “gestos artísticos”, “performances”. El hotel de Boetti en Kabul era, todo él, una obra de arte (al tiempo que un hotel y que un estudio, confundiéndose el espacio en el se genera la obra con ésta), y permanecer en él permitía vivir una “experiencia artística”, signifique lo que signifique esta expresión. One Hotel era a la vez el nombre del alojamiento y el título de una obra, creada y dirigida para suscitar “amor”, según las palabras del artista, en el ocupante-espectador. El hotel era un medio de comunicación de una manera de estar -y de ser- en el mundo. Años más tarde, la diminuta coctelería Bijou en Barcelona, era una co-propiedad del artista Carlos Pazos (a la vez que arquitecto también, autor junto con el arquitecto y diseñador Gabriel Ordeig), indistinguible de su obra, consistente en encuentros de objetos que componen lugares de ensueño o de pesadilla que remiten al perdido mundo infanti en los que uno querría vivir, a los que uno querría volver. El bar permitía habitar un sueño, retrasar las manecillas del tiempo a las primeras horas.
La experiencia hoy, ya no requiere la presencia del artista, si bien el estatuto del hotel es ambiguo. Dos de los artistas contemporáneos más caros, Murakami, y Damián Hirst han “decorado” hoteles, y se considera la intervención de Hirst en Las Vegas -el hotel más caro del mundo, como no podía ser de otro modo ni en otra ciudad- su mejor obra.
Un estatuto también incierto afecta el hotel Arletan en Arles. Perteneciente a una coleccionista y mecenas (de la fundación Luma), ha sido decorado hasta la saturación por el artista cubano Jorge Pardo -que también realiza proyectos de arquitectura-: se trata de un edificio ya existente, al que el artista, entre la decoración y la instalación, ha dotado de una “piel” que conjuga de forma abigarrada y no se sabe si irónica muebles, rejas modernas aunque rococó, tejidos, luces, materiales (azulejos, maderas trabajadas y pintadas, lámparas con pantallas recortadas con láser) y formas casi imposibles de describir, en una saturación de luces a media luz, colores, motivos ornamentales, estampados y texturas que querrían ser vivos y evocan el canto de un cisne: un telón a punto de caer.
NOTAS:
Agradecimientos a Mónica Gili por una importante corrección y a Martina Millá quien recuerda el restaurante de tapas Internacional que el artista Antoni Miralda y la cocinera Montse Guillén abrieron en Nueva York en los años ochenta, concebido como una instalación permanente del arte efímero de Miralda a partir de alimentos.
Asimismo, Martina Millà evoca el restaurante temporal Marshall que el artista Olafur Eliasson abrió recientemente en la capital islandesa, que podría no haber sido sino un restaurante común, si no fuera porque reproducía el estudio que el artista posee en Berlín, lo que lo situaba entre la réplica, la recreación mimética, y una obra original que cortocircuitaba la distancia espacial confundiendo las ciudades, trasladando Berlín a Reykjavik.
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