Versión castellana de un artículo que debería publicarse próximamente en inglés en la revista electrónica Antiqvvs, de Oxford :
Kees van Dongen: ilustración para una edición especial, de 1949, de la novela de Voltaire, La princesa de Babilonia
El Siglo de las Luces cambió la historia y la teoría del arte en la Europa Occidental. Los saberes técnicos y teóricos se separaron. Ya no se necesitaron mutuamente.
Por otra parte, los artistas y los estudiosos juzgaron los saberes teóricos superiores a los prácticos. El prestigio del hacer declinó frente a la creciente importancia del conocimiento histórico y teórico.
Se fundaron las academias en artes y ciencias. El origen fue la Academia de San Lucas en Florencia, creada finales del siglo XVI. Tenía como misión aglutinar a los artistas plásticos y ofrecerles un espacio de reflexión, que se apartaba de la función que cumplían los gremios. Éstos, por el contrario, estaban centrados en formar a los artistas en la práctica de su arte. El cómo operar era la cuestión a la que respondía el gremio, mientras que la academia se preocupaba del porqué crear. La causa final centraba el debate frente a las causas formal y eficiente que perseguían las enseñanzas prácticas de los gremios.
Las academias eran espacios de conservación y de reflexión sobre el sentido y los valores de las obras de arte y arquitectura, sobre el llamado “disegno interno” o “segno di Dio”, en detrimento del diseño externo. Losconocimientos de dibujo y de historia del arte jugaban un papel muy importante en la formación del artista y del arquitecto. Éste, antes de la creación de las primeras escuelas de arquitectura, en la primera mitad del siglo XIX, se formaron en las academias. Compartían contenidos con los pintores y los escultores, antes de abordar materias propias de la arquitectura.
El programa de estudios de arquitectura de 1855 en España comprendía lecciones de historia del arte universal, así como de religiones. Entre aquéllas, los extensos y detallados contenidos de arte del Próximo Oriente antiguo sorprenden. Las primeras misiones arqueológicas europeas en la parte árabe del imperio otomano, que hoy configuran Iraq y la Siria de este, apenas se habían iniciado. Ninguna misión española participaba entonces en la exploración y explotación de los yacimientos neo-asirios y babilónicos. Las primeras grandes obras escultóricas neo-asirias, extraídas, legalmente o no, de los yacimientos y transportadas a Europa, empezaban a llegar a los grandes museos de París, Londres y Berlín. Algunas, como relieves y esculturas de bulto, de grandes dimensiones, entraban a formar parte de las colecciones permanentes, hasta entonces constituidas principalmente por obras egipcias, desde las campañas napoleónicas, a finales del siglo XVIII, romanas y griegas, procedentes de la Magna Grecia. Las fuentes documentales sobre el arte del Próximo Oriente antiguo eran sobre todo textuales: textos bíblicos y greco-latinos que ofrecían una visión sesgada del arte mesopotámico. El conocimiento de las fuentes textuales estaba aún en los inicios.
Es cierto, sin embargo, que el filósofo Hegel había destacado la importancia del arte “oriental”, que incluía el arte persa, en sus lecciones de estética, a principios del siglo XIX. Sus fuentes eran exclusivamente textuales aún, y el juicio emitido destacaba el aspecto primitivo de las obras, lejos aun de la perfección naturalista clásica y de la “humanidad” de las maternidades cristianas. Mas, aunque Hegel considerara el arte oriental como un arte que reflejaba de manera esquemática la luz de las ideas, no lo situaba fuera de la historia del armónico encuentro entre el diseño interno y el diseño externo. El arte oriental merecía, por tanto, ser estudiado.
La importancia concedida a las obras, además de los textos, llevó a que las academias y los primeros museos de arte se dotaran de copias de yeso cuando no tenían acceso a los originales. La diferencia “ontológica” que hoy establecemos entre original y copia no era un motivo par desdeñar la incorporación de copias de yeso a las colecciones permanentes. Estas copias se realizaban a partir de moldes creados directamente sobre los originalesen talleres del museo del Louvre en Paris o talleres privados que trabajaban para el Museo Británico y el Museo Victoria y Albert de Londres. Las copias de yeso permitían que los estudiantes y los artistas adquirieran conocimientos sobre formas y estilos que pudieran serles útiles en su práctica artística y en sus reflexiones teóricas.Una escuela de artes y oficios de Barcelona (España), que no tendría ninguna relevancia internacional si no hubiera acogido a Pablo Picasso como estudiante, adquirió en 1874 una copia de yeso de tamaño natural de un león alado de Nimrud, producida en Londres, y la expuso en sus locales de la Lonja de Mar en Barcelona “para le educación de los estudiantes de sus distintas especialidades”. El arte mesopotámico se había convertido, definitivamente, en un arte digno de estudio, sino de admiración: un arte considerado como el origen del arte occidental.
La literatura y los libretos de ópera europeos de los siglos XVII y XVIII recurrieron a personajes, historias y lugares del Próximo Oriente antiguo. Las fuentes, también en este caso, eran bíblicas y clásicas. Una tragedia como La hija del aire que el poeta español Calderón de la Barca escribió en el siglo XVII o, un siglo más tarde, la tragedia Semiramis, de Voltaire, así como la novela La princesa de Babilonia, del mismo autor, y los libretos de ópera del poeta italiano Piero Metastasio, como Semiramide riconosciuta, Ciro riconosciuto o Siroe, revelan el creciente recurso a imágenes del Próximo Oriente antiguo en el arte europeo. Dichas imágenes solían estar en consonancia con la que las fuentes utilizadas transmitían. Así, se describía a Semiramis como una figura egipcia de oscuro origen que lograba ascender hasta el trono de Babilonia -una ciudad que, según algunos autores, habría fundado- gracias a su ambición y su inmoralidad. El asesinato y el incesto no la habrían detenido. Y no habría dudado en recurrir al disfraz para simular ser quien no era. Travestida de hombre, se hacía pasar por su esposo a quien había asesinado, al tiempo que vestía a su hijo de mujer para cortar de raíz sus deseos varoniles de poder.
Semiramis vivía en el palacio de Babilonia, ubicado cerca del célebre puente sobre el río Eúfrates, descrito por Herodoto. Los escenógrafos de las primeras representaciones de las óperas desconocían aún qué rasgos poseían los palacios mesopotámicos. La saga de los arquitectos y escenógrafos vieneses del siglo XVIII, los Galli Bibbiena, halló en la denostada arquitectura gótica elementos capaces de evocar una arquitectura primitiva, árabe o asiria. En cuanto al vestuario imperial asirio o babilónico, el vestuario otomano, real o imaginario, suplió la falta de datos sobre cómo vestía la corte imperial asiria. Dicho vestuario dio lugar a las “turqueries”, espectáculos cómicos de disfraces otomanos, que solían ser considerados ridículos, como bien muestra la fiesta de disfraces con la que concluye la burlesca y ácida comedia Le bourgeois gentilhomme, de Molière, escrita en el siglo XVII.
Estos datos apuntan a qué los artistas del Siglo de las Luces recurrieron a imágenes y temas del Próximo Oriente antiguo para ofrecer una imagen veladamente crítica de la ambición y la desmesura de la sociedad y la realeza europeas de la época.
Sin embargo, el arte y la sociedad mesopotámicos no fueron siempre denostados en épocas anteriores al siglo XVIII. Es cierto que el luteranismo recurrió al mito de la torre de Babel para denunciar la avidez de Roma, sede del poder terrenal de la iglesia católica, y que la supuesta depravación de Babilonia, una ciudad maldecida en la Biblia, era presentada como un símbolo de la auténtica depravación que reinaba en la corte papel. Esas inmisericordes e insultantes consideraciones según las cuales el Papa de Roma se equiparaba a la Gran Prostituta babilónica oscurecieron unos juicios escasos, pero en modo alguno prescindibles, muy distintos sobre Babilonia.
La imagen de la reina Semiramis es más compleja de lo que parece. Su perfil no siempre fue tan siniestro. A finales del siglo XIII, el rey castellano Alfonso X el Sabioretrató de manera muy positiva a la reina de Babilonia. Según el rey, se contaban “cosas maravillosas” sobre Semiramis. Un siglo más tarde, la escritora franco-italiana Cristina de Pizán incluyó a Semiramis en la lista de mujeres virtuosas a las que se debería recurrir para sostener una ciudad pensaba solo para mujeres, ya que éstas estaban siempre excluidas del gobierno de las ciudades.
La noción medieval, de origen tardo-romano, de la “translatio studio”, sostenía que la cultura, originada en una ciudad, se divulgaba, al igual que el poder, de este a oeste, a través de una cadena de ciudades conectadas entre sí gracias a la circulación de las ideas. Cada una de éstas recibía un legado de otra ciudad. Lo preservaba, lo enriquecía y remitía entonces un legado mejorado a la siguiente ciudad. Se suponía que cada ciudad contribuía al perfeccionamiento de la cultura sin obviar ninguna característica destacada. La cultura se originaba en el Edén. A partir de este momento, ciudades como Menfis, Babilonia, Atenas, Cartago, Roma y Paris, ya en época medieval, intervenían en la recepción y transmisión del conocimiento. Contribuían a la riqueza de la cultura sin mancillarla o degradarla. Babilonia jugaba un papel en esta difusión de la cultura, desde Edén hasta París. Contrariamente a lo que podríamos pensar, dada la negra fama que Babilonia acarreaba desde los tiempos del profeta Jeremías y el evangelista Juan, Babilonia no perdía o o ennegrecía la cultura, sino que su contribución era acogida sin recelo alguno por las sucesivas capitales culturales.
La mítica torre de Babel era el hito de Babilonia: un edificio, alto y altivo, tan denostado como la ciudad; un símbolo de ambición humana que trataba de acortar las diferencias entre los mortales y los inmortales, y que inquietaría a la propia divinidad. El castigo con la que los constructores pagaron su osadía incidía en lo que posibilitaba semejante construcción: el trabajo conjunto y coordinado de todos los constructores, capaces de ponerse de acuerdo porque hablaban una misma lengua. La multiplicación de las lenguas puso fin a esta hercúlea tarea en común. Ningún trabajador dispuso de los recursos necesarios para comunicarse con el resto de los trabajadores. La existencia de una multitud de lenguas fue percibida cómo una maldición. Contribuía a la incomprensión entre los pueblos.
Sin embargo, para Longarad, legendario autor de un tratado de poética irlandés, titulado Auraicept na n- Éces, de finales de la antigüedad, la multiplicidad de las lenguas no era un mal, sino un bien, originado por una tarea emprendida en la propia Babilonia. La construcción de una torre, llamada Torre de los hijos de Adán, pudo realizarse, bajo los sabios consejos de un personaje llamado Babel, gracias al engarce de diversos materiales perfectamente conjuntados, agua, arcilla, lana, cal, aceite, cera, sangre y alquitrán. Inspirándose en el trabajo de los constructores de la torre de Babel, un sabio, llamado Fernius Farsaidh, educado en Sinar -el nombre bíblico de Sumer-, ideó una gramática que permitía crear frases perfectas, compuestas de diversos elementos bien ensamblados, escogidos entre las setenta y dos lenguas babélicas, con las que se podía reflejar y alabar la divina diversidad del mundo.
La arquitectura de Babilonia era una de las causas del divino rechazo que provocaba la ciudad. Mas, también podía ser uno de sus rasgos que revelaban una imagen positiva de aquélla y de su cultura. El tratadista manieristainglés John Shute sostuvo que las columnas clásicas, base de la gramática compositiva clásica asumida por los tratados de arquitectura a partir del Renacimiento florentino, no eran griegas, sino que su origen era muy anterior, remontándose a los hebreos y a Babilonia:
“Also it semethby many other writers, that after Babelldecaied, incontinently the Hebrues most triumphantlyeflourished in thys pointe. Thus we maye perceive that the Hebrues received their knowledge of the Babilonians, and the Grekes, received of the Hebrues…”
Una versión, satírica sin duda, de la influencia que Babilonia ejerció sobre el arte griego se encuentra en el cuento filosófico La princesa de Babilonia que Voltaire escribió en 1768:
“But what was more admirable in Babylon, and eclipsed everything else, was the only daughter of the king, named Formosanta. It was from her pictures and statues, that in succeeding times Praxiteles sculptured his Aphrodita, and the Venus of Medicis. Heavens! what a difference between the original and the copies!”.
La traducción inglesa de Tobias George Smollett y el Reverendo Doctor Franklin suaviza el texto escrito en francés por Voltaire. Voltaire no se refiere a la Venus de Medicis, sino a la Venus del culo hermoso (Vénus auxbelles fesses). Aunque se tratara de una sátira, no era frecuente destacar la primacía del arte babilónico.
Las misiones arqueológicas occidentales en el Próximo Oriente empezaron un siglo más tarde. En 1851 se inauguró la primera Exposición Universal de la historia, en Londres. Bajo la bóveda del Crystal Palace se exponían los bienes de las colonias y de tierras que pronto devendrían colonias, como una gran parte del Imperio otomano, derrotado por los aliados al concluir la Primera Guerra Mundial en 1918. Entre dichos bienes, destacaba el Patio Asirio, una reconstrucción de un palacio neo-asirioque quería ser una copia fiel de la realidad, y que comprendía copias de yeso de estatuas y relieves neo-asirios, cuyos originales, recientemente desenterrados,habían sido deportados al Museo Británico.
El éxito de público de dicho decorado desató la Asiriomanía, especialmente en el campo de las artes decorativas. Las joyas, compuestas por una amalgama de obras originales y de recreaciones decimonónicas, la platería y el mobiliario de estilo Assyrian Revival, son un reflejo de la fascinación por un arte que se consideraba bárbaro, propio de una cultura sanguinaria. Se trataba de la fascinación por lo que se consideraba feo y desproporcionado, una reacción culpablemente placentera ante lo que perturbaba el gusto que la teoría del arte, a finales del siglo de las Luces, ya había enunciado.
La descripción de la cultura asiria en la Exposición Universal de Paris de 1898 refleja bien el juicio que merecía el arte del mal gusto:
«Al estudiar la historia de la antigua Asia, no hay pueblo más interesante de estudiar que el pueblo asirio. Estos monarcas ninivitas, siempre en lucha, siempre sedientos de sangre y matanza, son de hecho los ejemplos más típicos de lo salvaje y bárbaro que puede producir una civilización exclusivamente guerrera.”
¿Fue acaso este placer por la visión de escenas violentas y de monstruos como los demoníacos Pazuzu asirios, retratados en la terrorífica película El exorcista, de William Friedkin, de 1973, lo que atrajo a artistas surrealistas como Miró o Michaux? Las primeras obras de Michaux, en concreto, el dibujo Alfabeto, de 1927, denotan la influencia de la escritura cuneiforme. Michaux no la leía, pero le fascinaba las formas de los signos, fueran mesopotámicos o chinos. Hasta Picasso sucumbió a la influencia del arte del Próximo oriente antigua. La serie de grabados Vollard incluye la imagen de un toro alado, sin duda inspirado en un Lamassu neo-asirio que pudo haber contemplado en el museo del Louvre, y un dibujo abstracto único, con una escritura inventada, de 1950, denota la influencia de la obra de Michaux, amigo suyo.
La relación entre Miró y el arte sumerio ya fue destacada por el poeta y crítico español Juan Eduardo Cirlot en la primera monografía española sobre el artista, publicada en 1949, aunque su observación no llamó la atención. Este mismo año, Cirlot publicaría un largo poema titulado Elegía sumeria:
“También de las ciudades emerge un sufrimiento,
Una bandera extinta de ciegos panoramas,
Un sistema de flores caídos en los cauces
De sus puros harapos de cal descuartizada.”
La lectura del arte de Miró por Cirlot no era fantasiosa. En unas pocas conocidas declaraciones, Miró contaba que las salas del Museo del Louvre que más le gustaban eran las salas dedicadas al arte sumerio. Dicho arte le parecía un arte primitivo, no mediatizado por la cultura, un arte puro, semejante al arte de las cavernas o el arte popular. Estaadmiración también se reflejó en su propia obra. Como descubrieron los estudiosos Brigitte Pedde y Marc Marín, las paredes del estudio de esculturas de Miró en Palma de Mallorca estaban tachonadas con imágenes de obras maestras del arte sumerio, recortadas de la revista francesas Arts & Loisirs, de 1966, que le sirvieron para abocetar esculturas directamente sobre el muro encalado, que luego moldearía y fundiría en bronce.
Así como Babilonia y la torre de Babel fueron los motivos del Próximo oriente antiguo que más se interpretaron por el arte occidental hasta el Siglo de las Luces, Babilonia ha seguido ejerciendo su fascinación en el arte y la arquitectura modernas. Un artista letrista como el inglés John Furnival realizó una litografía titulada La caída de la torre de Babel en 1963. Inspirada en la carta del tarot La Torre, que representa una torre de Babel cuya cumbre explota y lanza por los aires a sus habitantes que caen o flotan, dibujada, por ejemplo, por Salvador Dalí, la torre de Babel de Furnival muestra cómo la parte superior se abre como una tapa y provoca la dispersión de las palabras que componen la torre.
Una babel de lenguas y de culturas, una metrópolis habitada por trabajadores sometidos: es así cómo el poeta español Federico García Lorca describió y dibujó la nueva Babilonia, como era conocida la ciudad de Nueva York en los años veinte y treinta del siglo pasado. Un poeta en Nueva York es la evocación de una ciudad dura, caracterizada por la exclusión social, una ciudad infernal cuya evocación recuerda bien la imagen bíblica de Babilonia.
El arte del Próximo Oriente antiguo, a través de textos y obras mesopotámicos, de textos clásicos y bíblicos, sigue siendo una fuente de inspiración para caracterizar metafóricamente, de manera a menudo negativa, la cultura y la sociedad moderna. Un héroe mitológico como Gilgamesh, que descubre que es mortal, pese a su origen divino, y asume su condición, actúa como ejemplo de la condición humana. Pintores escultores y cineastas se han inspirado en su figura para retratar al ser humano actual.
Querríamos concluir con las palabras que la artista contemporánea siro-libanesa, afincada en París, Simone Fattal, ha dedicado al arte sumerio y en particular aGilgamesh:
“La historia para mí comenzó con los sumerios, y produjeron el arte más hermoso, muy significativo para mis ojos. Su arte e historia me conmueven como pocos lo hacen (…) es la base sobre la cual el arte moderno puede echar raíces (…) Encuentro mi inspiración en la gran cantidad de literatura que leo sobre todas estas civilizaciones antiguas (…) Pienso en Dionisos o Gilgamesh, estas figuras arquetípicas existen con una fuerza y una vitalidad extremas en mi mente…”
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