Se ha comentado a menudo recientemente.
Sean cuales sean las razones -estructurales, constructivas, económicas, ambientales, o estéticas (los constructores sabrían aclarar esta incertidumbre)-, lo cierto es que el balcón ha desaparecido de los bloques de pisos de protección oficial (sobre todo) o, mejor dicho, se han sustituido por lo que parecen nichos abiertos o incrustados en el volumen del edificio: son estancias que no sobresalen del plano de la fachada. Huecos que carecen de la cuarta pared (una expresión propia del teatro) y se configuran como un “balcón” teatral: un espacio desde el que mirar sin ser visto. Son espacios, por otra parte, utilizados habitualmente por el arquitecto que destruyó la ciudad: Le Corbusier.
Estas insólitas estancias abiertas -pero no volcadas- al exterior, presentan solo tres paredes: dos laterales y la pared interior que se erige como una insólita fachada: una pared que mira al exterior y no a la pared paralela a ella, y que en este caso no existe. La fachada exterior, de algún modo, se retira, se cobija o se esconde. El espacio interior se aleja del contacto con el exterior. Éste queda encuadrado por las paredes del falso balcón o la falsa terraza. En verdad, se trata de lo que antiguamente se llamaba una galería, siempre abierta -si bien, la presencia de persianas de librillo correderas permite cerrar este espacio interior aunque abierto, desde el cual se puede otear la calle sin asomarse.
Estos balcones que no lo son conllevan un alejamiento de la calle y su transformación en un motivo encuadrado. Un balcón convencional es una plataforma suspendida en el vacío u ofrece la posibilidad de conjugar sensaciones antitéticas: las que produce la vida al exterior con las que nacen de la vida a buen recaudo. El falso balcón, en cambio, solo ofrece seguridad, lo que denota que el espacio exterior se percibe como inquietante. El piso se retira y da la espalda a la ciudad. Sr convierte un un caparazón o una concha que solo permite un contacto visual con el mundo exterior. Esos huecos -una palabra que denota que algo falta, que se está falto de algo importante- Imposibilitan que nos asomemos, que nos separemos, siquiera por unos pocos decímetros de nuestro espacio interior. La vida afuera queda reducida a un espectáculo, a un plano recortado por los límites del hueco.
La singular experiencia espacial y vital que brinda un balcón, ubicándonos en un territorio limítrofe, ya no interior pero aún no totalmente exterior (desde un balcón no podemos alejarnos indefinidamente de nuestra casa), desaparece: la ciudad aparece hostil o nos parece hostil puesto que la observamos sin querer entrar en contacto con ella.
Una arquitectura que denota y al tiempo suscita temor, como si quisiéramos vivir como eremitas o ermitaños, una arquitectura que no favorece el contacto con quienes pese a vivir no lejos de nosotros nos son extraños. La noción de ciudad como espacio de encuentro se quiebra. Se impone la retirada a los cuarteles. Se huele el peligro, real (sea cual sea, si es, exista fuera o en nosotros), o imaginario -que es el verdadero peligro porque no se puede luchar contra él. Y una sociedad que teme y vive enclaustrada es una sociedad sin futuro.
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