Quizá fuere el hastío por el horror de la Primera Guerra Mundial, o la angustia por la crisis económica del año 1929, pero la búsqueda de lo "primitivo" recorrió el arte europeo de vanguardia. La fascinación por el arte africano había decaído, tras su intensa explotación a principio del siglo XX, y el arte oceánico aún no era conocido. Pero las artes maya, cicládicas, sumerias, etruscas, íberas atraían. Se asociaban a la Edad de oro, cuando la codicia aún no había prendido y se creía en la bondad del primer hombre.
La búsqueda de las formas no mediatizadas por la alta cultura también se dio en arquitectura. Las casas mediterráneas "tradicionales" se volvieron modélicas. Su blancura no era solo funcional sino simbólica. Las formas geométricas, el temblor de las esquinas, la rugosidad de los muros exteriores, la ausencia de ornamentación también remitían a cuando los hombres no necesitaban cobijos ostentosos porque nada tenían que ocultar -o exhibir agresivamente, una manera de ocultarse paradójicamente-, ni pretendían rivalizar entre sí. Las formas cúbicas remitían a un universo ideal, a la primera ordenación del mundo caótico. Pero al mismo tiempo, la perfección de las formas contrastaba abruptamente con los pliegues y los acerados cantos de los riscos ennegrecidos. El choque era casi absurdo, aunque necesario, el símbolo de la aceptación de la naturaleza al espíritu de rigor humano.
El artista dadaista austríaco Raul Hausmann huía del horror en la Alemania nazi en 1933. Se refugió en la isla de Ibiza hasta el inicio de la guerra civil (y se refugió, en el olvido y en Francia, hasta su muerte). Creyó hallar un espacio de paz, inesperado, casi incongruente y, sin embargo, lógico. Las fotografías en blanco y negro de casas blancas -habitadas pero sin el bullicio de los habitantes-, bien insertadas entre bancales y contra las rocas, apenas animadas por las nervadas ramas de un árbol seco, que no buscaban forzados puntos de vista, contribuyeron a la popularidad de la arquitectura popular mediterránea y fueron un eslabón decisivo en el gusto moderno por la depuración formal y material.
Una exposición, hoy, en el Jeu de Paume de Paris, recuerda a esta artista un tanto minusvalorado -cuya obra fotográfica era desconocida hasta los años 80-, que miró las cosas a la altura adecuada, con altura de miras, admirado por las formas serenas, que hasta entonces habían pasado desapercibidas.
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