Tiene un día malo: no ha pegado ojo; son las cinco de la mañana y su hijo no ha vuelto todavía de la fiesta; vive en un décimo piso, y el ascensor se ha vuelto a parar por tercera vez en una semana; la máquina de lavar tiene pérdidas de agua y ha inundado la cocina; se le han caído todos los botes de yogur de la nevera -que de pronto no enfría- dejando un mar de espuma blanca en el suelo; le ha llegado una tercera multa desorbitada de aparcamiento; y no encuentra los informes que tiene que presentar al día siguiente en el trabajo. Y su suegra le critica.
Tome tila y vaya a ver el drama
Justicia actualmente en el Teatro Nacional de Cataluña (TNC); se partirá de risa.
Se abre el telón. Sucede una misa y se prepara un almuerzo familiar para celebrar la jubilación de un juez, bastante impedido, ayudado por un joven cuidador. Asisten su esposa, sus dos hijos, sus dos nietos, y se anuncia la llegada de un consejero de la Generalidad.
Durante la cena, mientras se discute largo y tendido sobre el punto de cocción de la pierna de cordero, aprenderá que la esposa es devota de la montaña de Montserrat y de los marcianos; que la hija -histérica porque se esposo no ha traído de la pastelería Foix el pastel que había encargado y llama furibunda a la pastelería para echarles una bronca por no haber cumplido con el encargo- descubre que aquél tiene un condón (no se sabe porqué) en su cartera, y le pide el divorcio, aunque acaban "follando" -se precisa que no "hacen el amor"; que el hijo, un fresco y lioso rompe-corazones, acude a la reunión familiar con una nueva conquista, una joven mujer venezolana -"con la que folla muy bien"- que se lía en secreto con la nieta que no quiere confesar que es "bollera"; que el nieto quiere dedicarse a la política, como su abuelo, y suelta discursos; y que el juez renqueante tiene visiones y oye voces.
El pasado le vuelve: su padre, un soldado republicano, por consejo de su madre (que, un día, desaparecerá, abandonando a la familia y dejando un hondo trauma en su hijo, el futuro juez), se casa con una rica heredera franquista. Van a misa y prosperan. Pero, antes, cuando el concierto de los Beatles en Barcelona, al que acudió con la que sería su mujer y un amigo, de pronto, se lía y se revuelca, aunque rompe con su amigo, que, desesperado, ingresará en el seminario y se hará cura: el cura que preside la misa inicial.
Mientras la familia le regala, poco antes de los postres, una placa con su nombre, llega un segundo regalo: un osito de peluche con una pequeña mancha roja. Las voces y las visiones se incrementan. El juez murmura una y otra vez un nombre masculino que nadie conoce.
Y el juez sigue recordando. Era asiduo de chaperos en la montaña de Montjuich. Se enamora de un quinqui de buen corazón que también le ama, y que encabeza la primera manifestación LGTB (coreografiada al estilo OT) -y al que deberá un día condenar por homosexual.
Un día, el cuerpo del amante se cubre de manchas. Tiene el sida. El juez lo lleva al hospital, pero no se atreve a confesar qué relación tiene con el joven, que acabará muriendo solo sin que el juez vaya a verlo por miedo al qué dirán.
Seguimos sin saber quien ha enviado el peluche.
Años más tarde, un domingo, un consejero de la Generalidad acude a casa del juez para pedirle que absuelva a los condenados por el caso Banca Catalana. Como el juez se resiste, el consejo, al despedirme, le manda también recuerdos a su secreto amante masculino.
Así que el juez cede.
Y entra en la política: se convierte en diputado del parlamento catalán.
Su sensación de culpa aumenta cuando recuerda como se negó a conceder la separación a la esposa maltratada de un consejero de la Generalidad, que, también desesperada, huye en coche con su hijo pequeño, tiene un accidente y muere, aunque el niño sobrevive.
Y mientras sigue emitiendo con voz compungida el nombre masculino desconocido, acaba reconociendo ante su esposa la verdad, una verdad que ella ya intuía, y que pide siga callada.
Hasta que el cuidador, de pronto crecido, se descubre -no se sabrá si también era amante del juez-: es el niño que sobrevivió al accidente, el osito ensangrentado es el que tenía, y aceptó el puesto de cuidador para rebuscar en los papeles del juez en busca de sus posibles secretos para confiarlos al gobierno.
Han pasado cien años. El juez cuenta lloroso, traspasado por un rayo de luz, que una niña descubrirá una placa -"la" placa- en una casa abandonada. Preguntará a su madre qué podría haber pasado. Y la madre le explicará que allí debió de vivir una persona feliz.
Cae el telón.
No se pierdan este estupendo culebrón venezolano, digno de las mejores telenovelas de la televisión catalana.
Los actores tienen mucho mérito. No se les escapa la risa en ningún momento.
Inenarrable