miércoles, 29 de septiembre de 2010

La biblioteca de los nuevos tiempos



La antigua Biblioteca Británica (British Library) estaba situada en el centro de un gran patio del Museo Británico en Londres. Se trataba de un gran espacio de planta circular coronado por una cúpula pintada de tonos claros, blancos y añiles, a través de cuyos lunetos se difundía una luz inglesa y gris. Una biblioteca continua, de dos pisos, de madera oscura, dispuesta contra el muro perimetral circular, rodeaba la sala de lectura. Las mesas colectivas, de madera, eran amplias y largas. La superficie, recubierta de un buen cuero verde agua, suave al tacto, a tono con la gruesa moqueta que amortiguaba las pisadas de los lectores que, de todos modos, parecían desplazarse lentamente y de puntillas. Una pantalla (o un tablero opaco), colocada en el centro, a lo largo de la mesa, impedía que los lectores se vieran distraídos por los que se sentaban en frente. Este murete poseía pequeños estantes plegables en los que se podían depositar objetos personales o útiles para la consulta y la escritura. Lámparas de mesa individuales, con una gran pantalla, estaban adosadas a este elemento central. Los asientos también eran añejos, pero en perfecto estado. Sólidos y, al mismo tiempo, no excesivamente pesados. No recuerdo si poseían antebrazos. Sí recuerdo el carácter casi doméstico del entorno. Las mesas se disponían siguiendo los radios de la circunferencia, en cuyo centro se hallaba la recepción de las peticiones, realizadas en papel y, a partir de los años noventa, informáticamente.  
Todos los elementos estaban pensados para el confort del lector y para su concentración. Sin embargo, cuando quería descansar, solo tenía que levantar la vista y contemplar la majestuosidad de la bóveda sobre la que la luz resbalaba. Literalmente, elevaba el ánimo.

Esta mítica biblioteca cerró. Es hoy un museo de incunables. Sin embargo, la nueva Biblioteca Británica, construida a finales de los años noventa, pese a su aspecto exterior descompuesto y pesado, mantiene las características de la biblioteca antigua. Las salas de lectura han sido pensadas como salas de lectura. Los lectores disponen de espacio suficiente. La luz, individual, no cansa, y los nuevos ingenios (discretos testigos luminosos que se encienden cuando los libros solicitados han llegado a recepción y pueden ser recogidos), facilitan el trabajo del lector y del investigador sin distraerlo.

En Paris, la antigua Biblioteca Nacional, consistía también en una gran sala de lectura, alargada en este caso, cubierta con una bóveda de cañón. Pese a su aspecto añejo (que llevó a la creación de la inútil Très Grande Bibliothèque, con cuatro torres de vidrio, que son los almacenes de libros, en las esquinas de un espacio central rehundido, la sala de lectura), era un lugar en el que se estudiaba. Hasta hace seis meses, una sala adjunta, en la que la majestuosidad del espacio abovedado, delimitado por finas columnas metálicas, se contraponía al carácter íntimo de cada plaza, en la que el lector disponía de lo necesario para poder concentrarse en la lectura, acogía la Biblioteca de arte y arqueología Louis Doucet. Hoy este espacio está cerrado por reformas.

La grandiosidad de estas bibliotecas no es lo que las había convertido en lugares placenteros y, paradójicamente, recogidos. La biblioteca de los museos, en el edificio del antiguo museo de arte moderno en el parque de la Ciudadela, de Barcelona, la Biblioteca de Cataluña, antes de la reforma -que sustituyó el monacal y silencioso suelo de arcilla por un parquet rojizo y sonoro, y dotó las estanterías de puntos de luz metálicos que se ponían al rojo vivo e impidían alcanzar los libros- era también un lugar donde las horas pasaban demasiado deprisa, y en silencio.

Hoy, se ha presentado el proyecto, postergado ya tantas veces, de la futura Biblioteca Central de Barcelona.
Una imagen domina. Es la que los medios de información han destacado. Muestra la imagen que la biblioteca quiere tener: una gran sala, cuyo muro perimetral consiste en un muro cortina, una gran cristalera que mira hacia el exterior y atrapa la mirada. La sala es un gran balcón volcado a la calle. Se trata de un espacio centrípeto. Dirige la vista hacia a fuera.
Unos pocos estantes bajos, semejantes a un aparador, acogen algunos libros. El público se asienta sobre "chaises-longue", sofás bajos con un dosel estrecho y tubular (muy cómodo, sin duda).
Una lectora, vestida como Lolita, estirada panza abajo en un sofá, los pies descalzos y levantados, ojea una revista, con gafas de sol. No lejos,  en una especie de cama de hospital (o de Le Corbusier) de estructura tubular, un lector, también con gafas de sol, arremangado y con bermudas, teclea en un teléfono "inteligente". Al fondo, cuatro lectores (¿?), de pie, se saludan como si hubieran cerrado un trato.

Al fondo, entre dos estanterías, lo que parece un mostrador alargado o una barra de bar.

Desde luego, la prensa destaca que "aspira a ser más que una biblioteca: un dinamizador de una zona de la ciudad".

Luego nos quejamos que los estudiantes universitarios no leen, y que los trabajos proceden del  Rincón del Vago ¿Dónde podrían estudiar, escribir, pensar? Justo al lado, el zoo.

Todo un símbolo.

5 comentarios:

  1. Resulta curioso cómo las infografías pretenden condicionar sociológicamente el proyecto. En muchos aspectos se ha conseguido el mito moderno de proyectar sociedades para los edificios y estas representaciones son una clara idea de lo que una buena parte de los arquitectos entiende por sociedad y cultura. Luego es agradable contrastar esa idealización con la cruda realidad en la que ese bello mundo debe plegarse a las exigencias reales de una sociedad que no tiene más remedio que amoldarse a los proyectos que hacen para ella.

    Muy acertada la puntualización sobre la calidad de la enseñanza y la investigación como paralela a la calidad de las bibliotecas, verdaderos templos del saber, donde estos se desarrollan.

    Las bibliotecas que usted cita se construyeron siguiendo principios derivados de la arquitectura clásica, con los resultados tan gratos que comenta. Creo que se hace necesario reflexionar sobre hacia dónde nos lleva culturalmente esa arquitectura que pretende ser puntera y sin embargo vive en una realidad tan paralela como la de María Antonieta respecto a la Francia de su época: ella creía vivir en rústica sencillez (construida a precio de oro) mientras su pueblo se moría de hambre. ¿No resulta demasiado familiar el limbo de reina de Francia con el limbo "bauhasiano" (en el sentido del artista ideal que proyecta sociedades) de muchos arquitectos?

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Buenos días

    La Biblioteca cuyo proyecto se ha presentado se parece a cualquier cosa. Cualquier cosa menos una biblioteca. Podría ser un hotel, un bloque de apartamentos, una residencia, etc.
    ¿A qué debería parecerse una biblioteca? No lo sé, pero no a este edificio. Sin duda, debería ser un edificio cerrado. No solo porque los ventanales -en este caso, muros cortina- distraen, sino porque el exceso de luz impide concentrarse.
    En verdad, supongo que los arquitectos han respondido perfectamente al encargo: una biblioteca que no lo fuera. Tiene, sin duda, que almacenar libros (son un estorbo aún no solucionado), pero es muy posible que se haya pedido huir de la imagen de un edificio cerrado porque "asusta", "no invita a entrar", "no se abre a la sociedad", frases extraídas de características que se pedía tuvieran otras bibliotecas recientes. De algún modo, los libros son molestos. Una biblioteca moderna se plantea como un lugar de encuentro, lo que antes era un club o un bar de tertulianos; es decir, lo contrario a lo que tiene que ser una biblioteca, en la que debería imperar el silencio y en la que debería ser posible concentrarse.
    La biblioteca del Centro Pompidou, en París, fue proyectada, en los años setenta, para ser un lugar "abierto" (siendo la imagen antitética de la BN), donde todo estaba a mano, donde uno podía colocarse dónde y cómo quería. ¿Resultado? Un horror. Hoy, se ha rectificado. El modelo es el de una biblioteca de universidad: los libros están al alcance de la mano, no se tienen que solicitar, pero se trata de un lugar donde se puede estudiar, no de pasar la tarde charlando (aunque se puede pasar la tarde perfectamente estudiando o leyendo).
    La forma de las bibliotecas del XIX, de estilo clásico o no, invitaban al recogimiento. Ésta, como si de un proyecto de Zaha Hadid se tratara, no. Adquiere la forma de una red. La metáfora es obvia. No al saber estructurado, sí, al difuso. El resultado, ya lo conocemos. Pasamos los días saltando de una fuente a otra, de un tema a otro, y somos incapaces de concentrarnos en una única lectura.
    Eugenio Trías sostenía que cualquier estudio serio pasaba por la lectura de unos pocos libros, de uno quizá tan solo. Libro que se tenía que buscar. Pero la persecución frenética de datos (a la que internet invita desaforadamente) era inútil y contraproducente. Impedía que se profundizara.

    Una biblioteca debería invitar a, y simbolizar, este trabajo o este deseo. Ahondar en un tema. Lo que un edificio que en una ventana impide. Permite soñar, posiblemente. Pero no pensar. Ni leer (sin que nada distraiga)

    En fin, es lo que tenemos.

    Gracias por su comentario.

    Tocho

    ResponderEliminar
  3. La biblioteca en cuestión no es una biblioteca. ¿Cómo tendrían que ser? No lo sé, pero sin duda, no tendría que invitar a mirar fuera, sino a concentrarse en el trabajo por el que se ha acudido. leer, estudiar, escribir.
    Sin duda, los arquitectos no se han equivocado. Han respondido perfectamente al encargo. Proyectar una biblioteca que no lo parezca. Ya ha ocurrido en otros concursos. Los poderes públicos temen la imagen del “templo de saber”. Temen que parezca adusto, serio, que no invite a entrar, que no vaya nadie. Por tanto, piden que el edificio parezca, y sea, un club social, un lugar de encuentro, donde charlar, en absoluto un espacio donde poder concentrarse. Esta concepción ya se reflejó en la Biblioteca de la plaza Lesseps. No hay casi mesas, ni libros, ni espacio para estudiar, pese al tamaño del edificio, ya que casi todo el interior está dedicado a la tertulia.
    La forma de la nueva biblioteca de Barcelona posee una imagen casi demasiado fácil: parece unos fajo de cables a punto de conectarse. La Frente al edificio recogido, que invita a recogerse, un edificio disperso, concebido como una red, en la que de lo que se trata, sobre todo, es evitar el aburrimiento, es decir el esfuerzo, la concentración. Se trata de distraerse, experimentar, saltar de un tema a otro, mirar fuera y dentro, etc.
    Un edificio que resulta un excelente símbolo de la manera cómo los poderes públicos conciben la adquisición del saber. Sin esfuerzo, dedicación, atención. Ojeando, chateando, obviando las dificultades.
    Así nos va.

    Gracias por su comentario.

    Tocho

    ResponderEliminar
  4. Tiene usted razón al afirmar que las administraciones temen a ese "templo del saber". Hoy todo tiene que ser informal, cordial hasta rayar lo cursi (la extensión generalizada del tuteo entre desconocidos es buena prueba de ello) y expresada en un lenguaje arquitectónico políticamente correcto, como el expresado en esas infografías de sociedad tecnológica e informalmente idílica.

    Esta biblioteca es también un símbolo del elogio a la mediocridad, al igualitarismo y al miedo al esfuerzo (por el "trauma" y el fracaso) convirtiendo al final la cultura en "culturilla" y relegando al saber tradicional en incómodas estanterías que afean el espacio, cuando lo que se lleva ahora es la mediateca.

    Totalmente de acuerdo con su apreciación de la cultura y la investigación en general, reducida prácticamente a ese nuevo verbo llamado "googlear".

    Al final arquitectos que tantas veces se jactan de ser "antisistemillas" son los primeros en plegarse a las exigencias del mismo.

    Un cordial saludo.

    ResponderEliminar
  5. Buenos días

    Desde luego tiene razón en considerar incomprensible el afán de los administradores públicos en evitar cualquier alusión al trabajo, al esfuerzo.
    La bibliotecas tienen que parecer "ludotecas" -qué palabra más fea": revistas, periódicos, pantallas bien visibles, y los libros -cuando hay- casi escondidos, como si, porque podrían, inquietar o aburrir.
    Tenemos que estar siempre entretenidos (de niños, adultos y ancianos), y desde luego la lectura no parece ser considerada un entretenimiento.
    Rohmer ya satirizó esta degradación de la biblioteca en mediateca (o mediocrateca) en su célebre "El alcalde, la biblioteca y la mediateca" (no estoy totalmente seguro del título).
    Yo me lo he pasado en grande en bibliotecas, y me lo sigo pasando en grande, siempre que haya silencio (por ejemplo, en la fantástica y luminosa biblioteca de Humanidades en la UAB, o en la biblioteca, siempre vacía, del MNAC; también la biblioteca del Seminario, aunque más llena -pero silenciosa- es muy placentera).
    ¿Por qué no hacer ver a la gente que las bibliotecas no son lugares de tortura, en las que uno no se aburre mortalmente, y se tiene que dar la impresión que son lo más parecido a un barracón de feria en la que uno se entretiene haciendo de todo menos leer: chatear, "googlear", ojear revistas, etc.).
    Desde luego, "googlear" es útil, pero no es un fin, sino un medio más, que tiene que completarse con la lectura, la búsqueda de documentación contrastada.
    La búsqueda del documento auténtico, la verificación del dato, el placer por explorar materiales añejos o inéditos, por bucear entre pilas de textos y objetos polvorientos. Esto se está perdiendo, en favor de la obtención inmediata y no contrastada de datos. Y la nueva biblioteca está pensada para esto: el goce inmediato -¿es goce?.

    Un saludo

    Pedro

    ResponderEliminar