La necesidad de construir aparcamientos subterráneos para la Barcelona olímpica de 1992, llevó a la búsqueda de terrenos y apertura de verdaderas gargantas por toda la ciudad.
Una de las áreas con menos plazas de parking se hallaba en el barrio del Raval. La solución se halló frente al cerrado edificio metálico del antiguo Mercado del Borne decimonónico, en la calle Comercio. las obras se concluyeron rápidamente -no había tiempo que perder-: unas ruinas, apenas mencionadas y documentadas, no iban a frenar la operación: los Juegos peligraban.
Años más tarde, las reformas del barrio entero se iniciaron. El proyecto preveía la apertura en canal del tejido urbano, el trazado de amplias avenidas rectas que rajaban la densa y laberíntica trama medieval, el derribo inclemente de cualquier edificio sospechoso de estar en mal estado (su restauración hubiera sido lenta, laboriosa, más que costosa, pero la reforma tenía que llevarse a toda prisa: las elecciones despuntaban). Protestas vecinales lograron detener las obras y el replanteo del proyecto, a cargo del arquitecto Enric Miralles (contratado por vecinos arquitectos),exigiendo reformas más adecuadas a las características sociales, urbanísticas y constructivas del barrio. Se perdieron numerosos edificios de interés, sustituidos por bloques, levantados a toda prisa, que, a los dos años, parecían más ajados que los edificios centenarios. Un barrio, con una trama medieval bien conservada, quedó tocado (aunque se frenó su destrucción).
Fue entonces cuando el gobierno central concedió fondos substanciosos para la construcción de una gran biblioteca central pública.
El antiguo mercado del Borne, restaurado pero vacío y, por tanto, a merced de la intemperie y el vandalismo -un edificio inútil, en suma, que solo servía para ser fotografiado-, fue escogido como la sede de la nueva gran biblioteca. Se trataba, por tanto, de llevar un proyecto de restauración y adaptación de una estructura existente a una nueva función.
Una vez el proyecto concluido, se procedió a las catas arqueológicas de rigor. Los restos, bien conservados, de un barrio dieciochesco, que sus habitantes fueron obligados a abandonar y derribar tras la toma de Barcelona durante la guerra de Sucesión europea en 1714, para liberar espacio entre una ciudadela y la ciudad amurallada, fueron descubiertos, lo que no sorprendió a nadie: eran ruinas similares a las que, años antes, se habían barrido sin contemplaciones; ruinas idénticas a las plantas de un barrio barrido en los últimos años.
La situación política había cambiado, sin embargo. El partido socialista ya no gobernaba en solitario en el ayuntamiento de Barcelona, sino en coalición con el partido Esquerra Republicana, pese a los escasos concejales que este partido, en decadencia, poseía. Tan poco contaba, que el alcalde le había confiado el área de cultura (que, habitualmente,. es entregado a mujeres, por la paridad). Este partido no podía dejar pasar semejante ocasión bajo los focos. Exigió parar las obras. Las ruinas del barrio, que testimoniaban la derrota de Barcelona, favorable al príncipe austríaco, en detrimento del francés (Europa se batía para instalar en la corte española un príncipe favorable al Reino Unido, Francia o Austria), eran una herida que tenía que ser mantenída, cuidada, exaltada.
El reputado historiador de Barcelona, Albert García Espuche, recibió el encargo de documentar los restos. Su estudio, como siempre, fue serio, brillante.
La biblioteca ya no podía ocupar este espacio. Hubiera escondido o minusvalorado las ruinas, cubiertas, realzadas, por el amplio vuelo metálico de la cubierta del mercado de abastos (el Borne).
Dos jóvenes arquitectos -los mejores arquitectos de exposiciones de toda España, Carlos Guri y Carolina Casajuana-, recibieron el difícil (o envenenado) encargo de adecentar, organizar y "musealizar" las ruinas para que pudieran ser contempladas y recorridas sin peligro. Su proyecto estaba a la altura de sus mejores obras. Dimitieron (o fueron obligados a dimitir), sin embargo, por las presiones políticas. Su proyecto no magnificaba, no falseaba las ruinas: las atendía. No utilizaron el cartón piedra, ni pretendieron ningún parque temático de la derrota.
Otros brillantes arquitectos jóvenes, más cercanos al poder, con la ayuda de un gran arquitecto escenógrafo, les sustituyeron. Han llegado a buen puerto. Renunciando a los postulados iniciales.
Un director, semejante a un Comisario político, ha sido entonces nombrado.
El hasta entonces responsable del estudio, Albert García Espuche, ha dimitido.
Hace pocos días, el Ayuntamiento publicó los presupuestos de Cultura: migajas aquí y acullá. Teatros, compañías de danza, teatro sin subvenciones; centros a punto de cerrar -tras inversiones iniciales importantes-; museos con presupuestos irrisorios; imposibilidad de mantener programaciones de calidad e internacionales.
Todos los actores, los artistas que pueden, parten: Londres, Nueva York, Los Ángeles
Teatros, salas, centros, museos, apagan velas, echan el candado.
¿Todos?
No, un centro resiste y crece: tras una inversión de ochenta y cuatro millones, recibe dieciséis millones de euros para su apertura . El Ayuntamiento reconoce que se trata de una operación ideológica, no cultural: el centro afortunado deberá ensalzar los "valores identitarios"
¿Cuál es ese centro?
Hoy, se anuncia que ninguna compañía internacional podrá ser contratada por teatros públicos de Barcelona por falta de fondos.
Nunca la arqueología había acaparado tantos focos.
Construimos el pasado para que nos construya.
O destruya.
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