viernes, 24 de mayo de 2024

Falta (o tribunal)

 El mes de mayo llega al final. Anuncia el temible mes de junio académico, lo precede y lo introduce. Es el tiempo en que los estudiantes presentan trabajos finales de curso, de grado, tesinas, proyectos finales de carrera y se enfrentan a exámenes finales escritos u orales.

La evaluación de un trabajo escrito o defendido verbalmente suele señalar las carencias de aquél: lo que le “falta”. Se destaca negativamente lo que carece. No se juzga lo que se tiene, el trabajo tan como se presenta, sino lo que debería tener. Se juzga comparándolo con un trabajo, un escrito ideal, y se señalan sus deficiencias, sus faltas. De buenas a primeras, se indica que el trabajo no responde a un modelo asumido. Juzgamos en función de lo que esperamos, a lo que se debería hacer, a un modelo conocido, y  no atendemos a lo que se ha realizado.

Dicha manera de avaluar es comprensible. Partimos de lo que sabemos, de criterios que conocemos y caracterizamos como faltas todos los puntos en los que el trabajo no coincide con una trama o plantilla establecida. La corrección se convierte en un chequeo: ¿”abstract”? ¿Palabras clave? Metodología? ¿Fuentes? El trabajo ¿presenta o incluye  estos aportados? ¿Falta alguno?

La palabra falta, en latín, no designa una ausencia o un error, sino una actitud o intención. Falta significa engaño. Un engaño es efectivo, logra confundir a la víctima si esquiva lo previsible o evidente. Si la toma por sorpresa. Una falta es un intencionado desvío de la norma, presentado como si se respetara la convención. Un hecho, un dicho falsos (la falsedad y la falta son sinónimos) son enunciados o mostrados como si fueran verdaderos y atendieran a lo esperable, como si no se apartaran de lo que se supone o se prevé. El engaño es eficaz si se lleva a cabo según procedimientos conocidos. Por el contrario, una verdad que se desmarca de la opinión general aparece a menudo como una falsedad.

Destacar lo que le falta a un ejercicio -para ser considerado modélico, es decir predecible- implica por parte del evaluador suspicacia. Sospecha de lo que juzga. Juzga con prejuicios. Está alerta, tenso, no sea que se le engañe. Presta atención no a lo que se dice o se muestra, sino a lo que no se dice. Más que lo que se ofrece, se calibra lo que se supone se esconde. 

La palabra tribunal pertenece al vocabulario académico y judicial. Político, igualmente. En efecto, tribunal, en Roma, era el nombre que recibía el lugar desde el que los tribunos arengaban o se dirigían a la plebe, al común de los mortales. Un tribunal era una tarima, necesariamente elevada, gracias a las cual los tribunos, que formaban una tribu (una palabra emparentada con tribunal y que designa a un colectivo con una sola voz, del que no se toleran voces discordantes), se ubicaban por encima de los demás. Un tribunal es un espacio acotado, es decir escindido, defendido, desde el que se dirige el y al mundo. 

El tribunal, decimos, parte del presupuesto que quien es evaluado está en falta, esconde sus faltas o fallos (de conocimiento), desvía la atención sobre lo que no sabe y, en suma, pretende confundir sobre lo que ha hecho y no ha hecho. ¿Ha cometido una falta? La pregunta no se plantea. Se parte del presupuesto que dicha falta existe, que el examinado va a faltar al tribunal.

¿Se puede evaluar sin prejuicios? ¿Podemos valorar lo que se nos muestra, y no lo que esperábamos que se nos mostrara? 

Sin embargo, un examen o un trabajo “canónico”, en el que no se echa nada en falta, no nos parece sorprendente. No destaca. Tampoco recibe una “buena” nota. 

Un examen revela los fallos, las faltas de quien se examina. Pero también del examinador. Dice tanto de quien se somete (término militar) a la evaluación como del que juzga. Los profesores nos descubrimos cuando nos confrontamos a los estudiantes. Y, quizá, en secreto nos avergonzamos de las decisiones que tomamos. El examen lo pasan ambas partes. Pero solo una recibe una sanción.

Seguramente es inevitable y humano. Previsible. ¿Justo? Quizá mejor no plantearlos. Es el tiempo de las evaluaciones, y los evaluadores, los “enjuiciadores” o los justicieros acaso, no podemos ponernos en tela de juicio. Tiempo habrá, tiempo que nunca llegará.


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