jueves, 10 de octubre de 2024

JEAN-PAUL SARTRE (1905-1980): "NUEVA YORK, CIUDAD COLONIAL" (1949)

 "Me encanta Nueva York. He aprendido a amarla. Me he acostumbrado a sus enormes conjuntos, a sus grandes perspectivas. Mis ojos ya no se detienen en las fachadas, en busca de una casa que, imposiblemente, no sea idéntica a las demás. Van directamente a los edificios perdidos en la bruma, que no son más que volúmenes, nada más que el marco austero del cielo. Si uno sabe mirar las dos hileras de edificios que, como acantilados, bordean una gran vía pública, se ve recompensado: su misión termina ahí, al final de la avenida, en simples líneas armoniosas, una brizna de cielo flotando entre ellas. 

Nueva York sólo se levanta a cierta altura, a cierta distancia y a cierta velocidad: no son la altura, la distancia ni la velocidad del peatón. Esta ciudad es asombrosamente como las grandes llanuras de Andalucía: monótona cuando la recorres a pie, hermosa y cambiante cuando la atraviesas en coche. He llegado a amar su cielo. En las ciudades europeas, donde los tejados son bajos, el cielo se arrastra a ras de suelo y parece domesticado. 

El cielo de Nueva York es hermoso porque los rascacielos lo elevan mucho sobre nuestras cabezas. Solitario y puro como una bestia salvaje, monta guardia sobre la ciudad. Y no es sólo una protección local: se puede sentir cómo se extiende por toda América; es el cielo de todo el mundo. 

He llegado a amar las avenidas de Manhattan. No son pequeños paseos serios encerrados entre casas: son autopistas nacionales. En cuanto pones un pie en una de ellas, te das cuenta de que tiene que llegar hasta Boston o Chicago. Se desvanece fuera de la ciudad y el ojo casi puede seguirla hasta el campo. Un cielo salvaje sobre grandes vías paralelas: eso es Nueva York. En plena ciudad, estás en plena naturaleza. Me costó un tiempo acostumbrarme, pero ahora que lo he hecho, en ningún sitio me siento más libre que en medio de la multitud neoyorquina. Esta ciudad ligera y efímera, que parece cada mañana y cada atardecer, bajo los rayos luminosos del sol, una simple yuxtaposición de paralelepípedos rectangulares, nunca oprime ni deprime. Aquí se reconoce la angustia de la soledad, no la del aplastamiento."

(J.-P. Sartre: Situations, III, 2)

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