martes, 31 de enero de 2012

Lugaldalu, o "La estatua más antigua de la historia"

El vetusto Museo de Antigüedades Orientales de Estambul (Turquía), creado en tiempos del imperio Otomano, posee la que quizá sea la más hermosa y una de las más grandes (unos 75 cm de alto) y mejor conservadas, estatuas sumerias: una efigie de un orante, entera, de mármol, que mira al visitante apenas se entra en la sección de arte mesopotámico.








La figura, de pie, y vestida con una larga falda de piel de cordero, responde la tipología tradicional de lo que se ha llamado un orante: la imagen de un ser humano, con las manos juntas y los ojos bien abiertos, en actitud de sumisión ante una divinidad, o de respeto ante un rey.

La estatua presenta una inscripción en el hombro derecho. los caracteres cuneiformes, bien legibles, son arcaicos. El texto, enmarcado, dice:

E-sar
Lugar
Da-udu
Lugal
Ud-nun-ki

Es decir:

(Para) E-sar
Rey
Da-udu
Rey (de)
Ud-nun-ki

La estatua fue hallada por una misión del Instituto Oriental de Chicago, dirigida por Edgar James Banks, en 1900, tras negociar con el sultán de Constantinopla.

Banks no pudo reprimir su admiración ante la estatua cuando, aparentemente desfigurada por la tierra, fue desenterada. Desde entonces, su sonrisa ha cautivado.
Fue hallada en el E-sar (véase il. en B/N), el templo, dedicado a la diosa Inana, de la ciudad sumeria de Ud-nun-ki, o Adad, en el valle de la Bismaya, cerca de Tello, en el sur de Iraq, al sur de Bagdad, en 1900.

Tras un somero estudio, Banks escribió que la estatua tenía seis mil quinientos años, y que era la más antigua de la historia.

Hoy se data la obra alrededor del 2500 aC: no se trata de la primera estatua, pero sí de la estatua sumeria más hermosa hallada hasta ahora.


Bibliografía:
BANKS, Edgar James: Bismya or The Lost City of Adab, New York : G. P. Putnam's Sons, 1912

Nota: Esta obra posiblemente se muestre en Caixaforum, en Barcelona y Madrid, entre los meses de diciembre de 2012 y mayo de 2013.



Fotos: 1-4: Tocho, enero de 2012









Otras estatuas, del Museo de Antigüedades Orientales de Estambul (Turquía) que quizá se expongan en Caixaforum (Barcelona, Madrid) desde finales de 2012 hasta mediados de 2013, salvo la últimaestatua: un singular retrato en piedra del rey neo-sumerio Gudea.

Fotos: Tocho, enero de 2012.


lunes, 30 de enero de 2012

APKALLU, O LAS CARPAS SAGRADAS DE SANLIURFA


La mayoría de la población de la ciudad anatólica de Sanliurfa (en Turquía, en las estribaciones de los montes Tauro, no lejos de la frontera siria), es musulmana. En el islam, cualquier atisbo de idolatría está proscrito.
Sin embargo, sorprendentemente, a los pies de la ciudadela, cerca de una cueva dónde la tradición afirma nació Abraham, se halla un largo estanque de piedra en cuyas aguas nadas innumerables carpas barbadas de gran peso. El estanque de piedra dorada, casi una canal, se extiende como una larga alfombra ante una mezquita otomana. Un gran número de personas, familias enteras, parejas, acuden diariamente a alimentarlas. La mayoría de las mujeres llevan un pañuelo en la cabeza, por lo que se supone son musulmanas practicantes.
El hecho sería insignificante si no se supiera que estos peces son sagrados. Su pesca está vetada, y se dice que su ingestión produce ceguera.
¿Por qué?

Sanliurfa se halla cerca de la antigua ciudad de Harran, patria de Abraham según el Corán, aunque el Antiguo Testamento insinúa que el Patriarca hubiera podido haber nacido no en Ur sino en aquella ciudad, como ya se ha comentado en una entrada anterior.
La relación entre Sin, el dios mesopotámico de la luna, y las ciudades de Ur y de Harran (ligadas a la vida de Abraham), y el hecho que Sin, en tanto que divinidad de la fertilidad, mandaba sobre las aguas, otorga una especial importancia a Harran y a Sanliurfa, situadas muy cerca de las fuentes de los ríos Tigris y Éufrates.

Cuentan leyendas locales que un rey asirio, Nimrod (constructor de la torre de Babel: los mitos se tejen entre sí), condenó a Abraham a la hoguera por no querer adorar a ídolos de piedra. Mas las llamas se volvieron gotas de agua, y los troncos, carpas, por orden de Yahvé.
En las aguas moraban dos tipos de seres superiores, según mitos mesopotámicos. por un lado, unas divinidades ancestrales, situadas en el inframundo (el cual se confundía o se hallaba en conexión con las aguas de los inicios), llamadas Igigi. Se oponían o se distinguían en principio de los Anunaki, divinidades celestiales. Eran anteriores a los dioses del cielo que explotaban a los primeros: éstos tenían que trabajar, ocupándose de los campos labrados y del mantenimiento de los canales de regadío. Entre estas divinidades primordiales destacaba Inanna o Ishtar (la Afrodita mesopotámica; la comparación no es casual: la griega Afrodita también era una divinidad primigenia, nacida de las aguas).

Los seres superiores íntimamente ligados a las aguas, empero, eran los Apkallu. El nombre deriva del sumerio ab.gal: no se sabe lo que significa, aunque literalmente se traduce por agua-grande.
Los Apkallu estaban al servicio del dios Enki: éste era el dios de los fértiles ardides, ingenioso y arquitecto, que completó y habilitó el espacio. Dios artesano o técnico, Enki dominaba las artes con las que dar forma al mundo.
Al igual que su maestro Enki, favorable a los hombres, los Apkallu fueron quienes transmitieron las artes a los humanos, y les enseñaron cómo operar para habilitar un espacio propio, para domesticar la tierra y los animales.
Es por eso que los Apkallu eran considerados unos sabios.
Los sabios eran siempre unos ancianos; la barba les otorgaba un aspecto venerable.

¿Qué aspecto, entonces, podían tener los Apkallu, unos sabios para quienes las aguas primordiales, de la sabiduría, eran su espacio vital?
Solo podían asemejarse, o ser, unos peces barbados: unas carpas. Los Apkallu eran unas carpas sagradas, adoradas por los humanos precisamente porque ayudaron a los hombres a hacerse con el mundo. Beroso, un autor tardío babilónico que escribía en griego (s. III aC), contaría que un día los humanos vieron salir de las aguas a siete sabios en forma de carpas que les enseñaron toda clase de técnicas, entre éstas, las edilicias, para que pudieran construirse su espacio y guarecerse.







Las carpas sagradas, esenciales para la arquitectura, de Sanliurfa, son un recuerdo de una antiquísima concepción de la naturaleza divina, según la cual las divinidades de los inicios estaban en contacto con la materia originaria, el agua, de donde surgió el universo: eran peces que educaron a los hombres. Éstos aún les dan las gracias por los favores concedidos.


Fotos: Tocho, enero de 2012

domingo, 29 de enero de 2012

Gobekli Tepe (un año y medio más tarde)






















Fotos: Tocho, enero 2012

Bajo una espesa niebla, en lo alto de una colina yerma, parcheada por placas de nieve endurecida, barrida por un viento húmedo y helado, se intuyen los altos monolitos esculpidos en forma de T, que evocan a seres antropomorfos descomunales.
El entorno evoca bien las leyendas sobre este paraje desértico habitado por gigantes fantasmales. Quizá por este motivo, siempre fue un lugar desolado, del que las vecinas poblaciones huían. De la tierra pedregosa emergían apenas extrañas piedras pulidas: se contaba que eran los huesos de gigantes mal enterrados. Incluso los arqueólogos pensaban que nada bueno, de interés, podía librar esta tierra. Una misión norteamericana, en los años sesenta, determinó que los fragmentos de piedras talladas pertenecían a un triste cementerio bizantina que no merecía ser explorado. Treinta años más tarde, el arqueólogo alemán Klaus Schmidt logró dar rienda a una intuición y empezar unos sondeos. Pensaba descubrir un yacimiento asirio. Lo que halló y sigue desenterrando sin embargo, cambió la historia de la humanidad.

 Rodeados por piedras de menores dimensiones, geométricamente talladas, cubiertas con relieves de animales, los monolitos, hincados en medio y a lo largo del perímetro circular de una decena de espacios semi-enterrados de grandes dimensiones que quizá estuvieron cubiertos en su día, constituyen formas perfectamente geométricas en medio de piedras sueltas y espacio cuyas formas curvas aún recuerdan las cavernas. Las muros de las construcciones de planta circular son de piedra, montadas en seco, y los suelos estaban cubiertos con una capa de cal. 
Estas construcciones circulares ocupan todo lo alto de la colina. Se han excavado una decena de espacios; se sabe que más de un decena más siguen enterrados. Todos están datados entre el 11000 y el 9000 aC, antes de que fueran intencionadamente enterrados y abandonados. Desde entonces, quizá debido a mal presagios, a la desolación del lugar o a su condición excesivanente expuesta a los vientos y los enemigos, nunca fue reocupado. Nadie habitó en este lugar desde que los hombres de los inicios del neolítico, hace once mil años, partieron.

Gobekli Tepe ha dado lugar a nuevas lecturas de la historia. Los espacios podrían ser santuarios dedicados al culto de los antepasados -los gigantes de los inicios-, salas comunales, o espacios domésticos clánicos. La aparición de asentamientos permanentes, pueblos o agrupaciones de viviendas se ha asociado al nacimiento de la ganadería y de la agricultura. La domesticación de los animales, el cultivo de la tierra y el almacenamiento de cereales habría llevado al ser humano a asentarse definitivamente en un mismo lugar.
Sin embargo, no parece que los habitantes de o cerca de Gobekli Tepe fueran agricultores o pastores. Debían de seguir siendo cazadores y recolectores. Y, sin embargo, construyeron espacios de piedra de gran tamaño, ya sea para vivir ya sea para recogerse o debatir.

Algunos estudiosos han emitido la hipótesis de un cambio en la mente humana. El hombre, de pronto, dio más importancia a los sueños, y quiso plasmarlos. Admiró la fuerza y la fecundidad del toro -con el que se comparaba- y el poder generador de la mujer asociada a la tierra nutricia. Estas imágenes le llevaron al dominio efectivo de los animales y de la tierra. La sedentarización, la domesticación de los animales y el cultivo de las tierras no se produjeron por necesidades materiales, sino como una demostración de poder. El hombre quiso emular, y superar, a las fuerzas más poderosas de la tierra.

Los espacios y las formas geométricos, de las estatuas y las viviendas o los santuarios (inicialmente de planta circular, mas luego, de planta cuadrada o rectangular, coincidiendo con el "invento" del ladrillo -una forma geométrica, modular y repetitiva, fácil de producir en serie-, hace unos nueve mil quinientos años, fueron, no una demostración de temor ante el poder y el peligroso atractivo de las formas naturales, casi sensuales, como se postuló hace unos cien años, sino una muestra de la voluntad y la capacidad humana de controlar, reducir y modelar a la naturaleza y a cualquier manifestación vital. El ser humano se imponía, no solo imitando a las formas naturales (dando a entender que había descifrado las leyes de la naturaleza), sino apartándose de aquéllas, encerrándolas en formas geométricas, lo que demostraba que la naturaleza era imperfecta, que merecía ser mejorada o completada, y que dicha tarea incumbía al ser humano.

Que estos sueños y estos logros aconteciesen en un paraje librado a los vientos y los gigantes, demuestra ya el poder y la ambición humanos, a finales del Paleolítico, así como su intuición y comprensión del poder de los símbolos. A través de un trabajo formal -en que se vertía su concepción del mundo- el ser humano dominó al entorno y a sus fuerzas. Entendió que la imagen v(mental y plástica) era más poderosa que la naturaleza, que el mundo terrenal, corporal, que los sueños eran capaces de derrotar a la realidad.

Gobekli Tepe, que crece de año en año, marca el inicio de la asunción, por parte del ser humano, de su poder, es decir, de su poder creador, transfigurador del mundo.

viernes, 27 de enero de 2012

Hierapolis Castabala















Fotos: Tocho, enero de 2012


No lejos de del palacio neo-hitita de Karatepe Aslantas, a los pies de una colina boscosa, sobre una ladera apenas inclinada, culminada por un repecho rocoso, se disponen las ruinas de una fundación helenística: Hierapolis Castabela, la Ciudad Santa.

Se trata de un pequeño asentamiento, del s. IV aC, agrandado en época imperial romana.
Las ruinas no han sido excavadas. Las piedras yacen en la hierba. Caídas o sepultadas, el mármol, pulido, que brilla por la lluvia, motea las húmedas praderas.

Se trata de una ciudad típicamente romano-imperial en Oriente, de origen helenístico. El modelo es idéntico al de Apamea o Palmyra. Se estructura alrededor de un eje central, una amplia avenida pavimentada con grandes placas de mármol exagonales, perfectamente encajadas, bordeada de pórticos columnados, detrás de los cuáles se disponían comercios.

Este eje asciende suavemente y conduce a un pequeño teatro (uno de los más hermosos que se recuerda). Las gradas de piedra volcánica, bien talladas y conservadas, se disponen sobre una ladera. Túneles o criptopórticos soportan el peso. El escenario, originariamente delimitado por un frente esculpido, mira hoy hacia las termas romanas, de amplias bóvedas de ladrillos enlucidos de ocre.

Vertiginosos acantilados de piedra dorada, casi rojiza, se alzan a lo lejos. Un buen número de tumbas fueron excavadas en lo alto de estos paramentos, dispuestos como telones hacia un mundo petrificado. Fachadas esculpidas enmarcan la puerta de las tumbas. Su ubicación, en las alturas, impedía que los espíritus quedaran contaminados por la tierra, y pudieran ascender más fácilmente (se trata de un rasgo oriental, licio o lidio, por ejemplo, muy alejado de las prácticas funerarias greco-romanas). Estas masas rocosas escarpadas, de desnudas paredes, que se destacan sobre el cielo, conforman una segunda ciudad, de alta silueta recortada, que domina la ciudad de los vivientes.

Un gélida ventisca huracanada barre la parte superior del teatro, al pie de las tumbas. El teatro, que ofrece, por unos momentos, una nueva y mejorada vida, se halla no lejos de la ciudad de los muertos que se abre a una nueva y definitiva vida ultraterrena. La vida que el teatro muestra se desarrolla en el escenario, observada desde lo alto, mientras que la vida de ultratumba acontece en lo alto, casi en contacto con el cielo. En ambos casos, teatro y cementerio, constituyen imágenes mejoradas, aunque inaccesibles, de la vida urbana.

Caen los primeros copos. Regresamos al vehículo. Pronto la nieve cercenará la carretera camino de Gaziantep, sepultada por la primera nevada del siglo. ¿Los muertos?