martes, 30 de junio de 2009

Obras singulares del Museo Nacional de Irak en Bagdad

Estatua de un "ensi" (gobernador), en mármol blanco, de Eridú (mital del III aC)

Enkidú, escudero de Gilgamesh, Tell Chogha (mitad del III milenio aC)

Dudu, escriba sumerio, dinastía arcáica de Lagash, 2400 aC


Orante, 2500 aC
Ninguna de esas piezas está expuesta actualmente.
Sorprende la piedad, el temor y la esperanza que estas imágenes desprenden, al menos, ante nuestros ojos modernos. Una insólita humanidad, que no casa -o quizá sí- con la violencia despiadada -las víctimas imploran, mas en vano (son una masa indistinta de la que se alzan brazos tendidos), ante un rey desafiante y crecido- que otras imágenes documentan.
Procedencia de las imágenes:
BASMACHI, Fraj: Treasures of the Iraq Museum, Ministerio de Información. Dirección General de Antigüedades, Bagdad, 1975-6, ns. 54, 62, 67, 66; fichas, ps. 397-398.

lunes, 29 de junio de 2009

Con la pantalla dando (o el fin de la educación)

Los profesores, desde hace unos años, a cada final del mes de Junio, empezamos a recibir mensajes electrónicos de los estudiantes. Piden revisiones de exámenes, algún cambio de nota, señalan un error en las actas, suplican una prórroga en la entrega de un último trabajo, etc. Aunque la mayoría tutea al profesor, a quien se llama por su nombre de pila, los mensajes son educados y cordiales. Como si fueran mensajes entre amigos o conocidos. Juan, Estela, Marcos, Anna escriben a Pedro y le exponen brevemente un problema.
Pero, para un profesor, los alumnos que redactan un mensaje son Juan87, Estela-tela, Marc A, Annana85: una parte de una dirección electrónica; un número; un código.

No los conocemos; no les hemos visto la cara; o, mejor dicho, no asociamos caras con estos trabalenguas.

Los correos electrónicos evitan el contacto directo. Están en perfecta sintonía con las directrices de la Universidad: el campus debe ser virtual; las clases magistrales, casi inexistentes; el diálogo cara a cara imposible. Al profesor se le exige que esté todo el día ante el ordenador "colgando" programas, trabajos, textos e imágenes, y respondiendo a las dudas y preguntas que explotan, como burbujas, de súbito en la pantalla. Y se borran sin dejar huella.
El modelo al que se tiende es el de la Universidad a distancia. Distante. Lejana. Invisible. Al límite, pronto ya no se verán a los estudiantes. Ni siquiera se sabrá si existen. Y la misma sensación tendrán aquéllos con los enseñantes. ¿Acaso no les podría responder una máquina? ¿Le preocupa a la Universidad?

Un profesor no enseña. Su misión no es educar. Se enseña a sí mismo. Aclara sus ideas a medida que expone, que responde a las preguntas que se plantean durante la exposición en clase. La única manera que tiene un profesor de aprender -pues es él quien aprende- consiste en exponer públicamente lo que ha elaborado en casa, el despacho o la biblioteca, "viendo" o "viviendo" la reacción de los alumnos. Un silencio intenso dice mucho más sobre cómo se percibe, se recibe, se valora lo que el profesor cuenta. Existen distintos tipos de silencio: cansino, indiferente, indignado, fascinado. Y son esos silencios, al igual que la expresión de los rostros, y las preguntas, las quejas y los comentarios planteados verbalmente por los alumnos, los que permiten que la clase evolucione, y que el profesor se forme. Y que, entonces, el alumno aprenda viendo cómo aprende el profesor a medida que explica, que busca las palabras, que lucha, que juega con ellas, tratando de explicar lo mejor posible, no para los alumnos, sino para sí mismo. Como un actor, no se expone para el público o el alumnado. Se expone para su propio disfrute o pesar.

Tuve a excelentes profesores hace muchos años: Eugenio Trías, Xavier Rubert de Ventós, Félix de Azúa, Josep Llinás, etc. Aún enseñan. Aún debaten consigo mismo en la tarima. Aún muestran cómo uno se enfrenta a los problemas. Reflexionan en voz alta. Y se percibe, como si un ángel pasara, como la reflexión se alza, rebota, es atrapada, moldeada y devuelta al aire. La clase no es un texto que se recita de memoria, sino que se construye a medida que se narra. Y toda construcción es un proyecto de vida, una manera de enfrentarse a ella.

Pero, ¿hablar ante una pantalla, en un "campo virtual"? ¿Qué se construye? ¿Qué se muestra? Solo nuestro miedo a formarnos.
A ese vacío tendemos. ¿Qué importa entonces las faltas de ortografía, la sintaxis, y los conocimientos si solo se trata de hablar con nadie? Si nadie escucha ni responde.

domingo, 28 de junio de 2009

Bagdad: llamando a los espíritus en un mausoleo de Khadimiya

Práctica ritual común cerca del recinto del santuario chiíta de Khadimiya, en Bagdad: une mujer velada golpea la reja del pequeño mausoleo de un imán para estar cerca de él, tocarlo, despertarlo, invocarlo y rogarlo, deslizando entre la tupida trama de la reja papelitos enrollados con súplicas. Golpes, llamadas firmes y sostenidas, de confianza -y de rabia.

El monoteísmo (exacerbado y austero) es contrario a las prácticas religiosas que requieren a una multitud de seres inmortales próximos.

Tomás tenía razón. Sin la presencia de un cuerpo que tocar (carne, sangre, estatua, arquitectura) no hay contacto posible con lo trascendente.

Crónica de Bagdad, 24 de junio de 2009. Coda: La cabeza de (la estatua) de Sadam Husein



No pudimos levantarla. Cuando el conservador nos señaló una caja de cartón, abandonada en el suelo, en el interior de la cual se adivinada un oscuro bulto, de formas amorfas, demasiado voluminoso para el envoltorio, quisimos contemplarlo. Pero la mayoría de nosotros no nos atrevimos a sacarlo. Era una pieza de bronce, de tamaño natural, que pesaba -aunque menos de lo esperado-, y cuyo borde inferior cortaba, pero este no era el motivo de nuestro temor o rechazo.
La cabeza (de la estatua decapitada) de Sadam Husein, en las reservas del Museo Nacional Iraquí, en Bagdad, estatua que durante años presidió el centro de la ciudad, tenía el cuello desgarrado. Había sido arrancada violentamente. Por la boca del cuello se intuía un pozo negro y profundo en el que se agazapan no se sabe qué posibles masas larvarias. El rostro no estaba deformado. Y seguía mirando con los ojos bien abiertos y una expresión dura e irónica. Aunque cansada, quizá.
Las anécdotas acerca de la confusión creada por imágenes demasiado realistas abundan desde la antigüedad. Animales y humanos han creído estar ante un ser vivo cuando, en verdad, contemplaban una efigie. La capacidad de la obra de suscitar desasosiego era la prueba definitiva del talento del creador. Se contaba que, incluso en el siglo XVI, hubo gente, formada incluso, que se cuadró ante un retrato de Felipe V recién pintado, que el artista puso a secar en una ventana del palacio -y quizá también para verificar su poder de seducción-. Hace unos cuarenta años, el museo de figuras de cera de Madame Tussaud, en Londres, organizó un concurso para saber quien sería capaz de pasar una noche, una tan solo, encerrado entre blandas estatuas de criminales. Nadie consiguió el premio.
Sin embargo, en todos esos casos, se parte del presupuesto que la imagen parece viva, ilusoriamente animada. Pero no lo es; no lo está. De ahí el mito de Pigmalión, seducido por su propia creación, que no le corresponde. Solo nos hace falta tocar la obra para que la ilusión se desvanezca. La obra es como una meretriz que promete falsos paraísos. En el último momento, se descubre la ilusión. La obra es un muñeco de trapo.
En el caso presente, en los sótanos del museo, sabíamos que estábamos ante una imagen. El parecido no estaba ni siquiera bien logrado. La obra es mediocre. En ningún caso, la cabeza podía ser confundida con la cabeza sangrante de Sadam Husein (si éste hubiera sido decapitado -murió ahorcado).
Pero no pudimos tocarla. No se trataba de una imagen, sino de un sustituto. Estábamos, no en los territorio del arte, sino de la magia.
La servidumbre naturalística no se aplica al fetiche. Éste no tiene porque parecerse al modelo. No estará nunca junto a él (para que, por ejemplo, demos fe de la veracidad de la imagen). Lo reemplazará. Aunque el modelo desaparezca, la efigie seguirá, diríamos que viva. Posee, no la apariencia, sino una extraña fuerza; de ella emana un influjo certero que la convierte en un ente aún más vivo que un ser vivo.
La estatua rota de Sadam Husein tiene un poder que otras estatuas, infinitamente más valiosas, no poseen.
Hasta el siglo XVIII, arte y magia estaban confundidos. La separación que Platón estableció entre ídolos e iconos no era efectiva, como lo recordarían tantas discusiones, que tantas veces acabaron mal, entre defensores y detractores de la imagen. Fue Kant quien acabó con el poder del arte, al desligarlo de la magia: el arte fue deninido como lo que no seducía, lo que no despertaba las sensaciones y las emociones que la belleza y el horror de la vida suscitan. El arte debía ser sólo un pálido reflejo, una versión desnaturalizada de la vida efectiva. De ahí al arte abstracto ya no había sino un paso.
La estatua de Sadam, tirada en el polvo de las reservas del Museo de Bagdad, se encarga de poner en evidencia el error de Kant, o, mejor dicho, la vanidad de su noble tentativa. El arte no puede desligarse de la magia. Vuelve a ella, como un vampiro a la sangre que mana de una herida.
No, esta estatua no es "arte". No puede serlo. Es un ente que, intuimos, nos hará daño si nos atrevemos a ponerle la mano encima. Qué fue moldeada y fundida para causar el mal. Sadam asesinaba. Y murió. Su efigie, por el contrario, lanza una maldición. Que no cesa. Y sigue viva, como bien se encarga de recordarlo a quien se acerca inadvertidamente a ella.

viernes, 26 de junio de 2009

Crónica de Bagdad, 24 de junio de 2009. Parte 3 y última: el barrio y el santuario chiítas de Khadimiya

Victoria y yo, preparados, camino de Khadimiya.


Puerta de entrada a la tumba del imán


Tumba del imán.


Patio del santuario.



Antiguos dormitorios de peregrinos en el patio del santuario.



Minarete del santuario.



Galería de madera de dos pisos.



Casas del siglo XIX.






Las galerías de madera, comunes en la arquitectura otomana, son originarias de Bagdad











Bazar cubierto. Los pisos superiores, originariamente, eran viviendas.


El bazar de Khadimiya, pequeño, es el más importante y activo de Bagdad.





Santuario de Khadimiya: contiene la tumba de los imanes Mousa al-Khadim y Muhammad at-Taqi, dos de los doce hombres santos del islam, parientes del profeta, enterrados en Kharvala y Khadimiya (Irak), Irán, y la Meca (Arabia Saudí).
Se trata de uno de los lugares santos musulmanes. Acuden unos cuatro millones de peregrinos, de todos los países islámicos, en las fiestas bianuales en honor de los imanes enterrados. Cada viernes, una multitud también tiene acceso a la oración.


Tiendas de joyas de oro, labradas manualmente, se distribuyen a cada lado de la principal avenida de acceso al santuario.






Acceso al barrio de Khadimiya. Los controles y chequeos son exhaustivos, agotadores. No permiten la entrada a occidentales por temor a atentados.




Nos detuvimos ante altos portalones metálicos, coronados de alambradas, dispuestos de lado a lado de la calle, que impedían el paso, como lo recordaban guardias armados. Habíamos cruzado todo Bagdad siguiendo una camioneta hululante con una metralleta montada sobre la plataforma trasera manejada soldados armados hasta los dientes (granadas, fusiles y metralletas).

Las buenas artes de la embajada de España, de la Universidad y del Ayuntamiento de Bagdad, y del mismo alcalde de la ciudad, habían logrado que dispusiéramos de diecinueve guardias armados, pero aún no del salvoconducto para entrar en el barrio de Khadimiya. Faltaba l último y decisivo permiso.

Nos introdujeron en una casa de una planta, justo después de cruzar los portalones. Nos descalzamos. Cámaras y móviles confiscados. Un interior encalado, con el suelo enteramente alfombrado, y sillones dispuestos contra las paredes de las distintas estancias interconectadas por pasos muy amplios. Una multitud aguarda sentada. Entran y salen lo que parecen delegaciones de religiosos. De tanto en tanto, corren una cortina para que veamos quienes desfilan en la sala contigua. No sabemos porqué estamos aquí. Nadie nos informa. No podemos salir. Un clérigo enturbanado nos pide nuestros datos. Sonrisa fría. Ojos de gato. La espera dura más de una hora. Ofrecen té.

De pronto, nos invitan a levantarnos . Entramos en una sala vecina. Las puertas se cierran. Nos volvemos a sentar contra las paredes. En la sala ya se encuentran varias personas que resultan ser intérpretes. Y con un tono ceremonioso, casi a modo de cántico, el imán, sentado en una especie de trono que cubre su túnica, flanquedado por dos clérigos, se dirige a nosotros en árabe. El imponente turbante negro fascina. Defiende la ciencia, el encuentro de civilizaciones y la arquitectura como la creación de espacios donde morar en paz. Nos invitan a contestarle. Como podemos.

El embrujo se rompe. Nos conducen a una tercera sala donde ya están ya dispuestas bandejas con abundante comida (pollo y arroz, y salsa dulcísima de frutas, y pan ácimo) sobre un mantel extendido en el suelo. Se come sentado en cuclillas.

Acabamos de darnos cuenta que hemos sido bendecidos. Y que podremos, al fin, entrar en el barrio y el santuario de Khadimiya, al día siguiente.

Khadimiya es una barrio situado a diez quilómetros del centro de Bagdad. Cerrado sobre sí mismo como un burgo medieval, fue una ciudad independiente, presidida por el santuario, alrededor del cual una red de callejuelas sin asfaltar, en las que la luz entra dificultosamente debido a que las galerías superiores de las casas, a ambos lados de las calles, semejantes a cajitas de música talladas en madera, tan inestables que parecen bailar, avanzan tanto, que casi se tocan, formando una extraña bóveda de madera cubista por la que se filtra una luz polvorienta entre la red de cables y la ropa tendida. El sol es ocre. El calor casi insoportable. El sol es una mancha acuarelada. Todas las mujeres van envueltas en un chador enlutado.

En el bazar, cubierto por un triste tejado a dos aguas de uralita oxidada, hay vendedores que son considerados sabios. Saben la historia inmemorial el barrio.

Son las siete de la tarde. La calle rebulle. La llamada a la oración, un cántico obsesivo, que produce trance, cubre Khadimiya. Los fieles caminan sin hacer ruido. Se hace el silencio. Un silencio que avivan los cánticos.

jueves, 25 de junio de 2009

Museo Nacional de Irak en Bagdad (parte 2): las reservas
























Fotos: 23 y 24 de junio de 2009: obras sumerias en las reservas del Museo Nacional en Bagdad, y vistas generales de las reservas mesopotámicas








Crónica de Bagdad. Parte II: el Museo Nacional (parte 1)


Ordenando algunas piezas sumerias, de cerámica, mármol y alabastro, sugeridas por el conservador del Museo Nacional, en las reservas



Gran jarra sumeria de terracota, en las reservas






Joyas sumerias recuperadas de expolios






Relieve recuperado de un expolio: divinidad sumeria y texto acadio: primera atestación de una divinidad hasta ahora desconocida, cuyo nombre significa Fuerte, Bravo. Pieza inédita






Recubrimiento de pared exterior con conos de cerámica coloreada. Arquitectura sumeria





Posible maqueta de bronce sumeria de muralla. Obra inédita y única. Excepcional





Cabeza sumeria



Sala asiria, en la planta baja del museo.



Divinidad asiria pintada en panel de cerámica vidriada, del palacio de Shalmaneser III en Nimrud





Estatua colosal de Lahmu, genio protector de puertas de palacio y de ciudades asirio. Palacio de Sargón II en Khorsabad




Relieve asirio: porteadores de ofrendas (mueble, y maqueta de ciudad, símbolo de su entrega, su rendición). Khorsabad



Relieve asirio: genio alado. Khorsabad



Relieve asirio. Khorsabad



Relieve asirio: porteadores de mobiliario. Khorsabad




Relieve asirio: oferentes. Khorsabad



Genio alado asirio. Khorsabad



Sala asiria. Contiene relieves de piedra de grandes dimensiones procedentes de palacios asirios (Assur, Nimrud, Korsabab, Nínive). En el centro estatuas de divinidades. La de la izquierda fue tirada al suelo y rota en tres partes. Restaurada apresuradamente. La sala ha sido enteramente renovada por el gobierno italiano.





El Museo Nacional de Bagdad ha reabierto en febrero de este año. La entrada, sin embargo, está muy restringida. Situado en el centro de la ciudad, era inabordable hasta hace poco. Los únicos visitantes fuimos nosotros y una delegación británica, apresurada, con chaleco antibalas, que recorrió algunas salas en unos pocos minutos. Nosotros también estuvimos poco tiempo, debido al apretado programa de reuniones. Nos quedamos tres horas. Regresamos al día siguiente.

El gobierno italiano ha restaurado la célebre sala de los relieves asirios: es, por ahora, la única sala abierta con obras pertenecientes a la colección permanente.

Tres otras salas de arqueología, en perfecto estado, muestran obras de pequeñas dimensiones devueltas por ciudadanos iraquís anónimos, procedentes, se supone, de yacimientos saqueados; obras, también de dimensiones reducidas, rescatadas en paises extranjeros (Perú, Jordania, Estados Unidos, etc.) y devueltas a Irak -faltan piezas halladas en una tienda en España (conos de terracota, del rey Gudea, y un collar de oro y piedras preciosas), que el gobierno iraquí trata de recuperar, si bien el proceso administrativo es lento, al parecer-. Las piezas proceden del saqueo del Museo (el número de inventario da fe de su procedencia, en la mayoría de los casos), o de saqueos de yacimientos; y, por fin, piezas halladas en excavaciones legales recientes reemprendidas por arqueólogos iraquíes.

Esta exposición dedicada a mostrar algunas de las principales piezas rescatadas será clausurada próximamente. Las salas serán entonces restauradas y aclimatadas para exponer parte de la colección permanente.

La sala del tesoro de Nimrud -piezas asirias de oro excepcionales- (guardado, sin que Sadan Husein lo supiera, en las reservas del Banco Nacional donde aún se halla) está a la espera de una pronta restauración, con instalación de medidas de seguridad extremas -sensores bajo las vitrinas, etc.-, por parte de una delegación norteamericana.

Varios países ayudan a la restauración del museo y de sus colecciones. Se han recuperado 6000 de las 15000 piezas desaparecidas.

Al parecer, algunas obras de grandes dimensiones fueron sacadas el museo por miembros del ejército norteamericano y se hallan en los Estados Unidos. Éstos habrían llevado a Israel piezas únicas de la cultura hebrea.

Tres salas de arte islámico tambien han reabierto.

Las reservas del museo -que cuenta con almacenes en otras partes de Bagdad- ocupan al menos tres alas subterráneas de grandes dimensiones. Centenares de miles de piezas, perfectamente apiladas en estantes metálicos de gran altura, y en buen estado -el polvo que se abate sobre Bagdad es el único inconveniente-, aguardan salir a la luz algún día. Constituyen, sin duda, la más gran reserva de piezas mesopotámicas, y sumerias, en particular, del mundo, que no cesa de crecer.

Las dependencias administrativas, por el contrario, están en pobre estado.

La amabilidad, autoridad, generosidad y lucidez de la directora, Dra. Amira Edan, y del conservador del museo, Muhsin Hasan Ali, imponen, sobrecogen. El trabajo que tienen por delante es abrumador. Pero el museo ya está en mejores condiciones que los de Damasco, Alepo o El Cairo.

Pudimos trabajar, escoger, seleccionar en las reservas cuantas piezas el conservador ponía a nuestra disposición: vasijas de proporciones perfectas y de formas eternas, tímidas cajas de ungüentos con una sencilla decoración geométrica, placas de terracota, estatuas de orantes con ojos bien abiertos, manos regordetas y una sonrisa de esperanza, platos de alabastro esenciales como una torta de pan ácimo. Las colecciones de centenares o miles de placas de terracota, de cerámicas, de vasijas de piedra y de alabastro, en perfectas condiciones son un testimonio de todo lo que debemos a la cultura mesopotámica. Un frágil testimonio de lo que somos.