viernes, 31 de julio de 2020

VOLTAIRE (FRANÇOIS-MARIE AUROUET, 1694-1778) Y LAS ENFERMEDADES CONTAGIOSAS

La viruela era la enfermedad contagiosa grave más común en Europa hasta finales del siglo XVIII. Afectaba a casi el ochenta por ciento de la población. Aunque las lesiones podían ser ocasionalmente leves y desaparecer, en muchos otros casos el rostro quedaba desfigurado por pústulas permanentes, si el enfermo sobrevivía.
Voltaire sufrió la viruela. Era joven y, tras haber sido sangrado varias veces, pese a estar muy débil, sobrevivió.
Años más tarde, exiliado en Londres, escribiría acerca de su enfermedad. Y alabó las curas eficaces que se practicaban en el imperio otomano -alabó también, sorprendentemente, la racionalidad turca, cuando los turcos eran juzgados en Europa como decadentes y disolutos-, de las que tuvo noticia a través de una noble inglesa (Lady Mary Wortley Montagu, esposa del embajador inglés ante el Imperio Otomano) que trató de divulgarlas, pese al rechazo que suscitaban, en Inglaterra.
Las curas eran, en verdad, vacunas (palabra que deriva de vacuno: quienes ordeñaban vacas infectadas no se contagiaban: la ocasional y leve infección que se podía sufrir también inmunizaba contra la viruela). Los turcos habían observado que contagios leves no dejaban secuelas, que éstos afectaban a los niños, y que nadie se contagiaba dos veces. Por tanto, empezaron a inocular una dosis mínimas de pústulas en leves cortes efectuados en un brazo del niño o del recién nacido. las pústulas que se formaban no duraban y no dejaban secuelas. Y estos niños, una vez adultos, ya no se contagiaban.
Voltaire comentaba que esa práctica se llevaba a cabo para que las niñas hermosas, destinadas a los harenes del sultán, no quedaran desfiguradas por "una nube permanente de pústulas"; al mismo tiempo, si la situación clínica se complicaba, las niñas morían, y los harenes quedaban desabastecidos de nínfulas.
La existencia de harenes, al menos según Voltaire, salvó a la población del Imperio otomano de la viruela. Y Voltaire fue uno de los primeros pensadores que conoció y defendió la vacuna -contra una enfermedad que no desapareció hasta hace cuarenta años:

VOLTAIRE: "Sobre la inoculación de la viruela", Cartas filosóficas, o Cartas Inglesas, 11, 1734

Nota: las cartas son, en verdad, breves ensayos, y no cartas personales destinadas a una persona.

"En voz baja se dice por toda Europa que los ingleses son locos y fanáticos; locos porque inoculan a sus hijos la viruela para evitar que contraigan esta enfermedad; fanáticos porque, para prevenir un mal incierto, provocan, tranquila- mente, una enfermedad segura y terrible. Los ingleses, por su parte, dicen: «Los otros europeos son cobardes y desnaturalizados; cobardes, porque temen hacer sufrir un poco a sus hijos; desnaturalizados, porque los exponen a que mueran un día de viruela». Para juzgar las razones de esa disputa narraré la historia de esa famosa inoculación, de la que con tanto temor se habla fuera de Europa.

Las mujeres de Circasia tienen la costumbre, desde tiempo inmemorial, de provocar la viruela a sus hijos, a partir de los seis meses de edad, haciéndoles una incisión en el brazo e inoculando en ella una pústula que ha sido previamente extraída con cuidado del cuerpo de otro niño. Esta pústula produce en el brazo donde se inocula el mismo efecto que la levadura en un trozo de masa: fermenta y extiende por toda la sangre las cualidades que posee. Los granos de los niños que sufren esa viruela artificial sirven para provocar la enfermedad en otros. Este proceso se renueva constantemente en Circasia; cuando no hay viruela en el país hay tanta preocupación como en otros lugares la habría por un mal año.

Lo que ha introducido esta costumbre en Circasia, que parece tan extraña en otros pueblos, tiene, sin embargo, una causa común a todos los pueblos: la ternura materna y el interés.

Los circasianos son pobres y sus hijas hermosas; por ello es natural que comercien con ellas. Abastecen de bellezas los harenes del Gran Señor, del sofí [soberano] de Persia y de los que son lo suficientemente ricos como para mantener una mercancía tan preciosa. Educan a sus hijas con gran esmero para el placer de los hombres; les enseñan danzas lánguidas y lascivas y los más voluptuosos artificios para despertar el deseo de los desdeñosos amos a que las destinan.

Las pobres criaturas repiten todos los días su lección con su madre, como nuestros niños repiten su catecismo, sin comprender nada.

Con frecuencia, después de tantos desvelos en la educación de sus hijas, los circasianos veían disiparse sus esperanzas. La viruela invadía una familia y una hija moría, otra perdía un ojo, una tercera quedaba con la nariz deformada; las pobres gentes aquellas quedaban arruinadas sin remisión. Cuando la viruela se convertía en epidémica, el comercio quedaba interrumpido por varios años, lo que suponía una disminución notable de los harenes de Persia y Turquía.

Una nación dedicada al comercio está siempre alerta por sus intereses y no descuida conocimiento alguno que pueda ser útil para su negocio. Los circasianos comprobaron que una persona entre mil era atacada dos veces por la viruela, que las personas podían ser atacadas tres o cuatro veces por una pequeña viruela, pero sólo una vez por una que sea decididamente peligrosa. En una palabra, que se trataba de una enfermedad que atacaba sólo una vez en la vida. Descubrieron también que cuando la viruela es benigna y la piel del paciente fina y delicada, la erupción no deja marcas en el rostro. De estas observaciones naturales concluyeron que si una criatura de seis meses o un año tenía una viruela benigna, no moría, no le quedaban marcas en el rostro y no correría el riesgo de contraer la enfermedad en el resto de los días.

Por tanto, para preservar la vida y la belleza de los niños había que provocar la enfermedad en edad muy temprana; eso fue lo que hicieron, inoculando en el cuerpo de las criaturas una pústula extraída del cuerpo de una persona atacada por una viruela claramente declarada, pero benigna. La experiencia fue un éxito. Los turcos, gente cuerda, adoptaron enseguida esta costumbre, y hoy no hay ningún bajá en Constantinopla que no le provoque la viruela a sus hijos en la más tierna infancia.

Según algunos, los circasianos adoptaron esta costumbre de los árabes. Dejemos para algún sabio benedictino la dilucidación de ese punto histórico; seguramente escribirá varios volúmenes en in-folio con las pruebas. Lo que yo puedo decir sobre el asunto es que en los principios del reinado de Jorge I la señora Worley-Montagu, una de las damas más espirituales de Inglaterra, cuando estuvo con su marido en la Embajada de Constantinopla, no tuvo el menor inconveniente en hacer inocular a su hijo, nacido en ese país, la viruela. Aunque su capellán trató de convencerla de lo contrario, diciéndole que el experimento no era cristiano y sólo podía dar resultado con infieles, el niño de la señora Wortley no sufrió ninguna molestia. Cuando regresó a Londres comunicó a la princesa de Gales, actualmente reina, su experiencia. Hay que confesar que la princesa, dejando aparte sus títulos y coronas, ha nacido para proteger a todas las artes y para hacer el bien a los hombres; es como un amable filósofo coronado; nunca ha perdido ocasión de aprender y de mostrar su generosidad. Cuando oyó decir que una hija de Milton vivía todavía y se encontraba en la mayor miseria, le envió inmediatamente un importante regalo. Es ella quien ha protegido al pobre padre Corayer y quien hizo de intermediaria entre el doctor Clarke y Leibnitz. Nada más oír hablar de la inoculación de la viruela ordenó que se hiciera una prueba con cuatro condenados a muerte, a los cuales salvó la vida doblemente, por un lado librándoles del cadalso, y por otro, gracias a la viruela artificial, salvándoles del peligro de contraer alguna vez la verdadera.

La princesa, asegurada del éxito de la prueba, hizo inocular a sus hijos. Todo Inglaterra siguió su ejemplo y desde entonces, por lo menos diez mil niños deben la vida y otras tantas niñas la belleza, a la reina ya la señora Wortley-Montagu.

En el mundo, sesenta personas sobre cien contraen la viruela; de esas sesenta, diez mueren en lo mejor de la vida y otras diez quedan terriblemente marcadas. Por tanto, una quinta parte de los seres humanos mueren o quedan marcados por esta enfermedad. De los que han sido inoculados, tanto en Turquía como en Inglaterra, ninguno muere, a menos que sea enfermizo o esté condenado a muerte. Si la inoculación se hace debidamente, nadie queda con marcas ni nadie es atacado por segunda vez por la enfermedad. Si alguna embajadora francesa hubiera traído de Constantinopla ese secreto a París, hubiera hecho un gran servicio a la nación; el duque de Villequier, padre del actual duque de Aumont, el hombre con más salud y con mejor constitución de Francia, no hubiera muerto en la flor de la edad; el príncipe de Soubise, que tenía una espléndida salud, no hubiera fallecido a los veinticinco años; Monseñor, el abuelo del rey Luis XV, no hubiera sido enterrado a los cincuenta; veinte mil personas muertas en París en una epidemia de 1723 vivirían aún. ¿ y entonces? ¿Es que, acaso, los franceses no aman la vida? ¿Es que las mujeres no se preocupan por su belleza? En verdad somos una gente extraña. Probablemente dentro de diez años, si curas y médicos no se oponen a ello, adoptaremos las costumbres inglesas; o bien, dentro de tres meses se empezará a inocular por capricho, cuando los ingleses hayan dejado de hacerlo por inconstancia.

He sabido que desde hace cien años los chinos practican esta costumbre; es gran prejuicio el ejemplo dado por una nación que pasa por ser la más sensata y la dotada con mejor policía del mundo. Ciertamente, los chinos proceden de una manera distinta; no se hacen una incisión, sino que se inoculan la viruela por la nariz, como si fuera tabaco en polvo. Es un modo más agradable, pero igual a fin de cuentas, y de la misma manera demuestra que si la inoculación se hubiera practicado en Francia, se habrían salvado millares de vidas."


Agradecimientos a la doctora Carmen Cantarell por sus explicaciones sobre el origen de las vacunas

jueves, 30 de julio de 2020

Lo justo y lo injusto, según Tolstoï (1828-1910)

"En la guerra matan a gente así [agresiva, violenta, presuntuosa]. Y todos lo consideran algo muy justo. Y matar a un perro rabioso es algo que está incluso muy bien. A nosotros no nos es dado juzgar lo que es justo e injusto. Los hombres siempre se equivocan y se equivocarán siempre aún más cuando juzgan lo que es justo y lo que no lo es. Solamente hay que vivir de manera que no tengamos que arrepentirnos. Joseph Maistre dijo con razón: " en la vida solo hay dos verdaderas desgracias: el remordimiento de conciencia y la enfermedad. Y la felicidad es solamente la ausencia de esos males". Vivir para mí mismo, evitando solo para mí mismo esos dos males, es ahora toda mi filosofía"

TOLSTOÍ, Lev: Guerra y Paz, III, xxix)


Nota: La cita de Maistre que Tolstoï reproduce en su monumental novela pertenece a un carta que este brillante pensador, de Saboya, entonces un reino independiente, ocupado por revolucionarios franceses -Saboya pasará a ser un departamento francés desde entonces- , exiliado entonces en San Petersburgo, envío al conde Diodati, en Ginebra, el 28 de julio de 1807, hace exactamente doscientos trece años. 
Se publicó en el libro póstumo de Joseph de Maistre (editado por su hijo): Lettres et opuscules inédits, vol. I, París: A. Vaton, 1851, p. 106 

miércoles, 29 de julio de 2020

LAS BELLAS ARTES: CHARLES BATTEUX (1713-1780: "DIVISIÓN Y ORIGEN DE LAS ARTES", LAS BELLAS ARTES REDUCIDAS A UN MISMO PRINCIPIO, 1746

Bellas artes: la expresión no es de actualidad. Remite a un sistema de las artes que entró en crisis y quebró tras la primera Guerra Mundial, posiblemente con el dadaísmo. 
Sin embargo, aún hoy, existen los Museos de Bellas Artes, que se distinguen de los museos arqueológicos, los museos de ciencias, de artes decorativas (que no forman parte de las bellas artes), y de arte contemporáneo que sí forma parte de aquéllas, siendo tan solo el tiempo lo que las diferencia. El arte contemporáneo está en tránsito, de un museo a otro. Su función, la mirada y el juicio que suscita, incluso sus cualidades propias o atribuidas siguen siendo las del arte cuyo tiempo ha pasado -que ha dejado de estar unido al tiempo presente por la urgencia y la necesidad, y se despega de la actualidad, permitiendo entonces una mirada o un juicio desapasionados y seguramente más meditado.

Las bellas artes; ¿acaso existen feas artes? Bello, en este caso no es solo una cualidad de la obra de arte sino la finalidad que persigue -desvelar, indagar en la belleza del mundo, por turbulenta o fragmentada que sea, y transcribirla sin suscitar apasionamiento alguno. Se parte de la creencia que la belleza está en el mundo, en la obra, en la mirada del artista y en la del espectador que la busca y la enjuicia. Pero la obra de arte también puede negar la existencia de la belleza, o manifestar su desinterés ante ella, considerar que no es relevante, que es imposible de alcanzar, o que no es tema de estudio, poniendo en jaque no solo la finalidad de arte, sino su sentido, su existencia incluso.

Las bellas artes no existieron siempre. Son un invento moderno. Fue la Ilustración que las descubrió o las fundó, Existieron durante un par de siglos. El dadaísmo acabó con ellas -aún cuando sigamos creyendo en su existencia, sino en su necesidad.

Las bellas artes, en verdad, fueron inventadas, o al menos codificadas por el  teólogo francés Charles Batteux en una obra célebre y polémica: Las Bellas Artes reducidas a un mismo principio (cuyo prólogo reproducimos), que agrupó a algunas artes liberales con algunas mecánicas, definidas en la Edad Media, poniendo el acento no en la utilidad (práctica o teórica: en el uso o en la educación) sino en el placer que buscan suscitar. Se trata de un texto de mediados del siglo XVIII que unificó distintas actividades humanas bajo la prosecución de una única finalidad -que antiguamente solo atendía la poesía: la sensación de belleza, sin otro objetivo, a diferencia de la poesía clásica, sin embargo, que suscitar placer, algo que los dadaistas juzgaron, más que imposible o necesario, innoble tras la Primera Guerra Mundial.


"No es necesario iniciar con un elogio de las artes. Sus beneficios se dejan ver por sí mismos. Son ellas quienes han edificado ciudades, reunido a los hombres dispersados, capaces de socializar. Han sido, de alguna manera, para nosotros un segundo orden de elementos donde la naturaleza reserva la creación a nuestra industria. 
Podemos dividirlas en tres especies con relación a los fines que se proponen. Las unas son para las necesidades del hombre, que la naturaleza abandonó solo desde que nació, quiso que los remedios y prevenciones que les son necesarios fueran el precio de su industria y trabajo. De ahí salen las artes mecánicas. Las otras tienen por objeto el placer. 
Aquellas no pudieron nacer sino en el ceno de la dicha y de sentimientos que producen la tranquilidad: les llamamos bellas artes por excelencia. Son la música, poesía, pintura, escultura y el arte del gesto o la danza. El tercer tipo son las artes que tienen por objeto la utilidad y el agrado todo a la vez. Aquellas son la elocuencia y la arquitectura; es la necesidad la que las hizo nacer y el gusto lo que las ha perfeccionado. Gozan de una especie de medianía entre las otras dos: dividen el agrado y la utilidad. 

Las de la primera especie emplean a la naturaleza tal cual es únicamente para el uso. Los de la tercera para el uso y el agrado. Las bellas artes no la emplean, no hacen sino imitarla cada una a su manera. Así, la naturaleza sola es el objeto de todas las artes. Contienen todas nuestras necesidades y placeres; y las artes libres y mecánicas no son sino para extraerlas. 
Hablaremos aquí de las bellas artes, aquellas cuyo objeto es dar placer, y para conocerlas mejor nos remontamos a la causa que las produjo. Es el hombre el que ha hecho las artes y es para él mismo que lo ha hecho. Aburridos del gozo demasiado uniforme de los objetos que les ofrece la naturaleza toda simple y siendo desde antaño propios a recibir placer, recurrieron a su genio para procurarse un nuevo orden de ideas y de sentimientos que despierten sus espíritus y reanimen su gusto. 
Pero ¿qué podía hacer ese genio limitado en su fecundidad y sus miras que no lo llevase más lejos de la naturaleza y teniendo que obrar para hombres cuyas facultades estaban limitadas por las mismas 
fronteras? Todos sus esfuerzos se reducen necesariamente a hacer una elección de las más bellas partes de la naturaleza para formar un todo exquisito que sea más perfecto que la naturaleza misma sin, empero, cesar de ser natural. He ahí el principio sobre el cual se fundamentan las artes y que los artistas han seguido por todos los siglos. 
De donde concluyo que el genio, que es el padre de las artes, debe imitar a la naturaleza. Igualmente, que no la debe imitar tal cual es. En tercer lugar, que el gusto, para el que las artes se hacen y funge de juez para estas, debe satisfacerse cuando la naturaleza se elige bien y está bien imitada en las artes."

martes, 28 de julio de 2020

El origen de la imagen occidental del Próximo Oriente antiguo: Antonio Basoli (1774-1848)



Babilonia, 1840



El templo de Salomón, 1810




Decorados para la ópera de Giacomo Meyerbeer (1791-1864)  y el Abad Pietro Metastasio (1698-1782): Semiramide riconosciuta, 1819




Vistas interiores de Babilonia, c. 1820



Henry Layard: vista del palacio de Nínive, 1848


Antonio Basoli, al que ya hemos dedicado una entrada,  fue un pintor y escenógrafo de teatro y ópera boloñés de finales del siglo XVIII y principios del XIX, amén de profesor de dibujo en la Academia de Bellas Artes de Bolonia, conocido por haber sido uno de los primeros artistas, antes que John Martin (1789-1854), en componer una imagen de ciudades y arquitecturas del Próximo Oriente antiguo, marcadas por la desmesura imperial romano-oriental tal como la retrató Piranesi, y que influyó decisivamente en las primeras "reconstrucciones" arqueológicas de palacios asirios -las primeras construcciones monumentales de Mesopotamia excavadas -y explotadas- por arqueólogos occidentales antes de la primera mitad del siglo XIX. 

Como se puede apreciar,  Basoli compuso la arquitectura mesopotámica, antes de las primeras misiones arqueológicas, a partir de formas egipcias y persas, ya conocidas, y romanas.

El templo de Salomón, que Basoli dibujó, con un zigurat -que nunca existió en Jerusalén- se asemeja a la ciudad de Babilonia  que pintaría años más tarde -quizá una alusión bíblica a la degenerada Jerusalén terrenal, comparada precisamente con la Gran Prostituta, La Babilonia denostada-.

La "mítica" imagen de un palacio neo-asirio que el diplomático y arqueólogo aficionado anglo-francés Layard publicó tras sus excavaciones en Nínive (cabe la moderna Mosul, destruida por el Estado Islámico entre 2015 y 2017) está basada, en verdad, en el célebre cuadro de John Martín dedicado a Pandemonio, el palacio del Ángel Caído descrito por John Milton (1608-1674) en El Paraíso perdido (1667), y, directa o indirectamente, en la obra de Basoli que pudo también influir en Martin.

La imagen que aún tenemos del esplendor y la desmesura mesopotámicos se fraguó, en parte, gracias a las visiones dantescas de Basoli,

Vacaciones enmascaradas






Aunque ocasionalmente vayan apareciendo entradas en agosto, la mascarilla se impone incluso en agosto en este blog que se quedará mudo -o casi- hasta septiembre.

Espero que se encuentren bien y que en septiembre podamos emprender de nuevo.

Pasen un buen mes de agosto, enmascarados o no. 

sábado, 25 de julio de 2020

MICHEL DE MONTAIGNE (1533-1599): LA PESTE (ENSAYOS, III, xii)

En junio de 1585 la peste devastó la ciudad francesa de Burdeos. Cerraron comercios; se ordenó que la población se recluyera. Las medidas no evitaron que murieran catorce mil personas de un total de cincuenta mil. La ciudad se arruinó. 
Hasta el alcalde huyó. Se hallaba, en verdad, no lejos de la ciudad, y le quedaban unos pocos meses para finalizar su segundo mandato. Pero no se atrevió a regresar para dirigir el cierre de la ciudad y animar y aconsejar a los habitantes.
Se llamaba Michel de Montaigne. Aplicó el consejo que el médico Galeno dio al emperador Adriano en una situación parecida: CLT (Cito: parte, Longe: lejos, T: tarde: parte lo más lejos posible y tarda en regresar). 
A quienes se saltaban el confinamiento, casi siempre pobres, sin segunda residencia, se les colgaba. Hoy no estaría bien visto.
Montaigne siguió redactando sus reflexiones.
Anotó:

"He aquí otra agravación de males que me acosó después de los otros: fuera y dentro de mi casa fui acogido por una epidemia vehemente (...)

Hube de sufrir la graciosa condición de que hasta la vista de mi propia casa me ocasionara espanto; todo cuanto en ella había, sin custodia estaba y a la merced de los que lo codiciaban. Yo, que soy tan hospitalario, me vi en la dolorosísima situación de buscar un retiro para mi familia; una familia extraviada que amedrentaba a sus amigos y a sí misma se metía miedo y horror, donde quiera que pensaba establecerse: habiendo de mudar de residencia, tan luego como uno del séquito empieza a sentir dolor en la yema de un dedo, todas las enfermedades son consideradas como la peste; carécese de la necesaria tranquilidad de espíritu para reconocerlas. Y lo bueno del caso es que según los preceptos de la medicina ante todo peligro que se nos acerca hay que permanecer cuarenta días abocado al mal: la fantasía ejerce entonces su papel y febriliza vuestra salud misma. Todo esto me hubiera mucho menos afectado si no hubiese tenido que lamentarme del dolor ajeno, pues durante seis meses tuve que servir de guía miserablemente a la caravana. Mis preservativos personales, que siempre me acompañan, son la resolución y el sufrimiento. La aprensión  apenas me oprime, y es lo que más se teme en este mal; y si encontrándome solo a él me hubiera resignado, habría ejecutado una huida más gallarda y más apartada: muerte es ésta que no me parece de las peores, comúnmente corta, de atolondramiento, exenta de dolor, por la condición pública consolada, sin ceremonias, duelos ni tumultos. En cuanto a las pobres gentes de los contornos la centésima parte viose de salvación imposibilitada (...)
En este lugar la parte de mis rentas es anual; la tierra que cien hombres para mí trabajaban quedó por largo tiempo sin cultivo.

¿Qué ejemplos de resolución no vimos por entonces en la sencillez de todo aquel pueblo? Generalmente cada cual renunciaba al cuidado de la vida: las vides permanecían intactas en los campos, cargadas de su fruto, que es la principal riqueza del país; todos, indistintamente, preparaban y aguardaban la muerte para la noche o el día siguiente, con semblante y voz tan libres de miedo que habríase dicho que todos estaban comprometidos a esta necesidad, y que la condenación, era universal e inevitable. Y siempre es así; ¡pero de cuán poca cosa depende la firmeza en el sucumbir! La distancia y diferencia de algunas horas, la sola consideración de la compañía, conviértennos en diverso su sentimiento. Ved aquí unos cuantos: porque sucumben en el mismo mes niños, jóvenes y viejos, nada ya acierta a transirlos, las lágrimas se agotaron en sus ojos. Algunos vi que temían quedarse atrás, como en una soledad horrible; sólo por las sepulturas se inquietaban, porque les contrariaba el ver los cuerpos en medio de los campos, a merced de las bestias que incontinenti los poblaron. ¡Cuán las fantasías humanas son encontradas! (...)
 Tal individuo encontrándose sano cavaba ya su huesa; otros se tendían en ella vivos aún, y uno de mis jornaleros en sus manos y sus pies acercó a sí la tierra en la agonía. "

(Michel de Montaigne: Ensayos, III, XII)







viernes, 24 de julio de 2020

ANTONIO BASOLI (1774-1848): ALFABETO PICTÓRICO (1839)




























Antonio Basoli fue un pintor y escenógrafo boloñés, sobre el que tendremos que volver a escribir acerca de su influencia en nuestro imaginario del Próximo Oriente Antiguo.

Una de sus más curiosas, innovadoras y poéticas aportaciones fue el alfabeto pictórico. Partiendo de las letras mayúsculas miniadas de los manuscritos medievales, Basoli compone viñetas arquitectónicas a partir de las letras del alfabeto. La relación entre la letra y el edificio a veces es íntima -Babel (un balbuceo constructivo, una Babel de lenguas) y B-, pero casi siempre es formal. La forma de la letra determina el tipo de construcción representada. Lejos de la escritura pictográfica -la forma del signo viene determinada por la forma de un objeto cuya palabra que lo designa empieza con este signo o el sonido del mismo-, para Basoli la letra abre un mundo inesperado, sorprendente. Es imposible saber a qué nos va a remitir la letra en cuanto la leamos o la pronunciemos: una mezquita, un coliseo, acaso unos minaretes otomanos o una alta pilastra. Las letras son como teclas que, apenas tocadas desaparecen como objetos para dejar paso a una construcción, una calle, un equipamiento (un puente, por ejemplo). Éste sea quizá uno de los más hermosos y extraños ejemplos de la capacidad de las letras que conjurar imágenes en la que nos proyectamos o nos atrapan. Pocas veces, con tanta imaginación, las letras -las humanidades- y la arquitectura se han relacionado tan bien. Las letras cuentan historias, componen letras que evocan historias, y gracias a esas letras, a la vez, desfila la historia de la arquitectura, una arquitectura sobre todo soñada, como toda verdadera arquitectura.

miércoles, 22 de julio de 2020

VOLTAIRE (FRANÇOIS-MARIE AROUET, 1694-1778): BABEL (DICCIONARIO FILOSÓFICO, 1764)

Voltaire fue uno de los primeros pensadores que ofrecieron una imagen matizada de Babilonia y la torre de Babel. Así como, en la Biblia, Babilonia era presentada como la Gran Prostituta, y la torre de Babel como un símbolo del orgullo humano -imagen que las iglesias reformadas, protestantes, ennegrecieron aún más, asociando Babel con la codicia papal y la construcción de la basílica del Vaticano, para Voltaire, Babel es el signo de la capacidad humana de superar sus limitaciones, siendo la ambición un sentimiento que anula la entrega, el abandono y el pesimismo ante la dureza de la vida.
Recordemos, sin embargo, que la escritora Cristina de Pisan, a finales del s. XIV, colocó a la mítica reina Semiramis, fundadora de Babilonia, como uno de los fundamentos de la proyectada Ciudad de las Mujeres -su célebre ensayo-, que remendaba la Ciudad de los hombres, la Jerusalén terrenal.  

BABEL

I
Torre de Babel - Diccionario Filosófico de VoltaireBabel significa para los orientales «Dios Padre», «el poder de Dios», «la puerta de Dios», según el modo que se pronunciara la palabra. Por eso Babilonia fue la ciudad de Dios, la ciudad santa. Cada capital de nación se llamó la ciudad de Dios, la ciudad sagrada. Los griegos las llamaron todas Hierápolis, y tuvieron más de treinta ciudades de ese nombre. Torre de Babel significaba, pues, «la torre del Dios Padre».
Flavio Josefo dice que Babel significa «confusión». Calmet y otros afirman que Babel significa en caldeo «confundido», pero todos los orientales sostienen la opinión contraria. Si significaba «confusión», sería un extraño origen de capital de un vasto Imperio.
Los comentaristas se han esforzado en averiguar hasta qué altura llegó la famosa torre de Babel. San Jerónimo dice que tenía veinte mil pies de altura. El antiquísimo libro judío titulado Jacult le atribuye ochenta y un mil pies. Pablo Lucas dice que vio las ruinas (lo que es mucho ver), pero sus dimensiones no han sido las únicas dificultades con que han tropezado los eruditos.
Han querido averiguar cómo los hijos de Noé, «habiéndose repartido entre ellos las islas de las naciones, estableciéndose en diferentes países que cada uno hablaba su lengua, tenían sus familias y su pueblo particular», según dice el Génesis, se encontraron todos los hombres en seguida en la llanura de Sennaar, para edificar allí una torre, diciendo: «Hagamos célebre nuestro nombre antes que nos dispersemos por toda la tierra.»
El Génesis habla de los Estados que fundaron los hijos de Noé. No se ha podido averiguar cómo pudieron los pueblos de Europa, de África y de Asia reunirse completamente en Sennaar, hablando todos la misma lengua y teniendo una misma voluntad.
La Biblia coloca el diluvio en el año 1656 de la creación del mundo, y la destrucción de la torre de Babel en 1771, esto es, ciento quince años después de la destrucción del género humano y durante la vida del mismo Noé. Los hombres debieron multiplicarse con prodigiosa celeridad, y todas las artes renacieron en muy poco tiempo. Si reflexionamos en el sinnúmero de oficios diferentes que se necesitan emplear para construir una torre tan alta, nos asombra tan maravillosa obra.
Pero aún se nos presentan mayores dificultades, según atestigua la Biblia; Abraham nació cerca de cuatrocientos años después del diluvio, y ya habían existido una serie de reyes poderosos en Egipto y en Asia. En vano se empeñan Bochart y otros escritores doctos en recargar sus voluminosos libros de sistemas y de palabras fenicias y caldeas, que ellos no comprenden; en vano se esfuerzan en tomar la Tracia por la Capadocia, la Grecia por la Creta y la isla de Chipre por la isla de Tiro; no por eso dejan de nadar en el mar de una ignorancia que no tiene fondo ni playas. Hubiera sido más breve confesar que Dios nos dio, después de haber transcurrido algunos siglos, los libros sagrados para hacernos hombres de bien, y no para que fuéramos geógrafos, cronologistas y etimologistas.
Babel es Babilonia, y la fundó, según dicen los historiadores persas, un príncipe que se llamaba Tamurath. La única noticia que tenemos de esas antigüedades consiste en las observaciones astronómicas de mil novecientos años, que envió Callisteno, por orden de Alejandro, a su preceptor Aristóteles. A esa certidumbre debe unirse la gran probabilidad de que una nación que contaba con una serie de observaciones celestes de cerca de dos mil años debió fundarse y constituir una potencia considerable muchos siglos antes de hacer la primera observación celeste.
Es deplorable que ninguno de los cálculos de los antiguos autores profanos esté acorde con los de nuestros autores sagrados, y que ningún nombre de los príncipes que reinaron después de las distintas épocas en que se coloca el diluvio fuera conocido ni de los egipcios, ni de los sirios, ni de los babilónicos, ni de los griegos.
No es menos deplorable que no quede en el mundo, ni en los autores profanos, ningún vestigio de la torre de Babel ni de la historia de la confusión de las lenguas. Un suceso tan memorable permaneció desconocido para todo el universo, como los nombres de Noé, Matusalén, Caín, Abel, Adán y Eva.
Este contratiempo aguijonea más nuestra curiosidad. Herodoto, que viajó mucho, no menciona a Noé, ni a Sem, ni a Réhu, ni a Salé, ni a Nemrod. Nemrod es desconocido de toda la antigüedad profana. Sólo algunos árabes y persas modernos lo mencionan, falsificando los libros de los judíos. Para caminar por entre las ruinas de la antigüedad, no tenemos otro guía que la fe en la Biblia, que fue desconocida de todas las naciones del universo durante algunos siglos.
Herodoto, que con algunas verdades mezcla muchísimas fábulas, afirma que en su época -la de la mayor importancia de los persas, que eran soberanos de Babilonia-, todas las ciudadanas de esa famosa ciudad tenían la obligación de ir una vez durante su vida al templo de Mylitta, diosa que se cree que era la misma Venus Afrodita, a prostituirse a los extranjeros, y que su ley las mandaba recibir de ellos dinero, como tributo sagrado que se pagaba a la diosa.
Ese cuento, digno de las Mil y una noches, es del mismo género que el que Herodoto refiere en la página siguiente, en la que dice que Ciro dividió el río de la India en trescientos sesenta canales que todos tenían la embocadura en el mar Caspio. ¿Creeríais a Mezerai, si éste nos refiriera que Carlo-Magno dividió el Rhin en trescientos sesenta canales que desembocaban en el Mediterráneo, y que todas las damas de su corte estaban obligadas a ir una vez durante su vida a la iglesia de Santa Genoveva y prostituirse allí por dinero a todos los transeúntes?
Hay que fijarse además en que la fábula de Herodoto es más absurda en el siglo de Jerjes, que era cuando aquél vivía, de lo que lo sería en la época de Carlomagno. Los orientales eran mucho más celosos que los francos y los galos, y las esposas de todos los grandes señores de aquellos países eran vigiladas constantemente por los eunucos. Esa costumbre subsistía desde tiempo inmemorial. Hasta en la historia judía encontramos que cuando un pueblo pequeño deseaba, como los pueblos numerosos, que les gobernara un rey, Samuel, para que desistieran de esa idea y para conservar su autoridad, les dijo «que un rey los tiranizaría, que les cobraría el diezmo de las viñas y de los trigos para darlo a sus eunucos». Los reyes realizaron esa predicción, pues en el libro a que ellos dan título consta que el rey Acab tenía eunucos, y Joram, Jelín, Joaquín, Sedecías, los tuvieron igualmente.
 
 Bastante tiempo antes el Génesis menciona también a los eunucos de Faraón, y dice que Putifar, que compró a José, era eunuco del rey. No es, pues, extraño que hubiera en Babilonia multitud de eunucos para vigilar a las mujeres, y era imposible que las obligaran a cohabitar por dinero con el primero que las solicitara. Babilonia, la ciudad de Dios, no era, pues, un vasto burdel, como se ha querido suponer.

Esos cuentos de Herodoto, como todos los cuentos de esa clase, no son creídos por los hombres honrados, y ha progresado tanto la ilustración, que hasta las viejas y los niños no los creen.

En nuestros días, sólo un hombre, Larcher, trató de justificar la fábula de Herodoto, y le parece que la referida infamia no tiene nada de particular. Trata de probar que las princesas babilónicas se prostituían por lástima al primero que llegaba, porque dice la Sagrada Escritura que los amonitas hacían pasar por el fuego a sus hijos cuando se los presentaban a Moloc; pero esa costumbre de algunas hordas bárbaras, la superstición de hacer pasar los niños por entre las llamas o quemarlos en hogueras sacrificándolos a Moloc, esos horrores iroqueses, propios de una horda infame, ¿tienen acaso algún punto de contacto con una prostitución increíble en la nación más celosa y más civilizada del Oriente conocido? ¿Lo que sucede entre los iroqueses puede ser una prueba de las costumbres de la corte de Francia o de la corte de España?
Refiere también dicho autor, como prueba, la fiesta de las Lupercales que celebraban los romanos, «durante la cual -según él dice- los jóvenes de la alta clase y los respetables magistrados corrían por la ciudad desnudos, con un látigo en la mano, dando latigazos a las principales damas que se acercaban a ellos sin ruborizarse, con la esperanza de tener por ese medio un parto feliz». En primer lugar, los distinguidos romanos a que alude es falso que recorrieran desnudos las calles; Plutarco dice que iban vestidos de la cintura abajo. En segundo lugar, por el modo de defender costumbres infames, parece que quiera decir el autor que las damas romanas se arremangaban las ropas para recibir los latigazos en el vientre desnudo, lo que es completamente falso. En tercer lugar, la fiesta de las Lupercales no tiene ninguna relación con la supuesta ley de Babilonia que manda a las mujeres, a las hijas del rey, de los sátrapas y de los magos, venderse y prostituirse por devoción a los transeúntes.
Cuando no se conoce el espíritu humano ni las costumbres de las naciones; cuando no se tiene más remedio que limitarse a compilar los pasajes de los autores antiguos, que casi todos se contradicen, debemos presentar con modestia nuestra opinión. Debemos saber dudar y sacudirnos el polvo del colegio, y no expresarnos nunca con insolencia que ultraje. Herodoto, Clesías, Dioro de Sicilia, refieren un hecho; lo leemos en griego, luego ese hecho debe ser verdadero. No es ésa la manera de raciocinar en Euclides; pero todavía es más sorprendente en el siglo XVIII, aunque siempre habrá más autores que compilen que autores que piensen.
No nos ocuparemos en este artículo de la confusión de lenguas que sucedió de repente durante la construcción de la torre de Babel, porque fue un milagro que refiere la Sagrada Escritura, y nosotros no explicamos ni examinamos los milagros.
Nos contentaremos con decir que la caída del Imperio romano no produjo más confusión y más lenguas nuevas que la caída de la torre de Babel. Desde el reinado de Augusto hasta los tiempos de Atila, de Clodovico y de Goudeband, esto es, durante seis siglos, terra erat unios habii, en la tierra conocida sólo se hablaba una lengua. Se hablaba en latín desde el Eufrates hasta el monte Atlas. Las leyes que gobernaban a todas las naciones estaban escritas en latín y el griego servía de diversión; el dialecto bárbaro de cada provincia sólo lo usaba el populacho. Pleiteaban en latín, lo mismo en los tribunales de África que en los tribunales de Roma. El habitante de Cornouailles que salía de su pueblo para viajar hasta el Asia Menor podía estar seguro de que le entenderían en todas partes en el largo camino que iba a atravesar. La lengua única fue un beneficio que los romanos hicieron a los hombres; éstos fueron ciudadanos de todas las ciudades, lo mismo en las márgenes del Danubio que en las riberas del Guadalquivir. En la actualidad, un hijo de Bérgamo que se dirija a los cantones suizos, de los que sólo le separa una montaña, necesita un intérprete como si fuera a la China. Ésta es una de las mayores calamidades de la vida.
II
La vanidad fue siempre la que hizo edificar los grandes monumentos, y por vanidad se edificó también la torre de Babel. «Construyamos -dijeron- una torre cuya cumbre llegue al cielo, y hagamos célebre nuestro nombre antes de dispersarnos por todo el mundo.» Esa empresa la acometió una tal Faleg, que tuvo a Noé por quinto abuelo. Como se ve, la arquitectura y todas las artes accesorias progresaron extraordinariamente en cinco generaciones. San Jerónimo, que dice que vio faunos y sátiros, no vio la torre de Babel; pero asegura que tenía veinte mil pies de altura, que no es una bicoca. El antiquísimo libro Jacult, que escribió un docto judío, demuestra que su altura era de ochenta y un mil pies judíos, y es sabido que el pie judío era poco más o menos de la misma longitud que el pie griego. Parece más verosímil que tuviera esas dimensiones que las que supone San Jerónimo. Esa torre subsiste todavía, pero ya no es tan alta. Varios viajeros muy verídicos la han visto. Yo, que no la he visto, no me ocuparé de ella, como no me ocuparé de mi primer padre Adán, con el que no tuve el honor de conversar. Pero consultad con el reverendo padre Calmet, que es hombre de ingenio sutil y profundo filósofo, y él os explicará detalles. No sé por qué dice el Génesis que Babel significa confusión, puesto que Ba, padre en las lenguas orientales, y Bel significan Dios; luego Babel debía significar la ciudad de Dios, la ciudad santa. Los antiguos daban este nombre a todas sus capitales. Babel significará confusión, ya porque los arquitectos quedaran confundidos después de haber verificado su obra, ya porque allí se confundieron todas las lenguas; y es evidente que desde entonces los alemanes ya no entendieron a los chinos, aunque si hemos de creer al sabio Bochart, el chino fue en su origen el mismo idioma que el alto alemán.

(Voltaire: Diccionario filosófico)

lunes, 20 de julio de 2020

Al acabar la carrera de arquitectura...



Filmación, montaje y edición: Lucas Dutra
Julio de 2020

Uno de los vídeos de despedida de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona para los estudiantes que acaban de obtener el título en junio de 2020; o de bienvenida a una nueva vida.

La Gran Prostituta

Un reportero entrevista a una mujer en la puerta del a discoteca Babylonia de Córdoba


Bíblico:

¿Cómo se llama el centro discotequero de Córdoba de dónde ha salido el nuevo brote, descontrolado, del Coronavirus desde hace tres días?

Babylonia

“ El brote de coronavirus asociado a una fiesta en la discoteca Babylonia de Córdoba acumula 34 casos positivos”

El mito siempre tiene razón.

Dies Irae

Hasta que se abra el séptimo sello....



domingo, 19 de julio de 2020

Instagram, o la medida del tíempo

Las fotografías, siempre digitales, tienen que tener mil veinte píxeles, los textos no pueden superar las 45 palabras, y los vídeos no tienen que superar el minuto de duración.
¿Por qué?
Si quieres que tus escritos y tus imágenes se divulguen y sean aceptadas, si quieres ser aceptado, tienes que publicar en Instagram. Cualquier otra plataforma (una palabra significativa: una plataforma encuadra, destaca y eleva, sobre todo si no se levanta cabeza, al mismo tiempo que separa al que se sube -las imágenes se “suben” a las plataformas (digitales)- de lo o los demás), cualquier otro medio, escrito (“analógico”) o digital está obsoleto y no es de recibo; es decir, nadie lo consulta, y quien publica en estos medios aparece como de otro época, arrinconado, desechable : poco fiable, porque no sabe que solo son de recibo, solo se reciben las noticias de Instagram.
¿Noticias? Imágenes visuales, más bien: los textos, hoy, se consideran imágenes y así se tratan; tienen que caber en un estrecho marco. Los textos se han vuelto anuncios, frases hechas.
Instagram se ha convertido en el medio que las universidades emplean para divulgar sus logros. Logros que sólo pueden comunicarse en escuetos textos que son imágenes, en filmaciones casi instantáneas. El tiempo de reflexión, duda, prueba y corrección, el tiempo adjetivado ha desaparecido. La comunicación tiene que ser inmediata (y fugaz), sin adjetivos ni matices verbales. Solo cuentan titulares, frases apenas construidas, de las que los juegos y retruécanos han desaparecido. Literalmente, no tienen lugar.
Hoy, ante Instagram, Twitter, que redujo la novela y el ensayo a una media columna y al exabrupto -que no a una gregería o un aforismo agudo- aparece casi como de la edad de las enciclopedias.
Y Tik Tok ya está aquí: diez segundos para gritar y agitarse antes de desaparecer. ¿Quién da menos?
Nunca como ahora, el medio fue el mensaje -con la salvedad que el mensaje ha sido barrido sustituido por el grito, la onomatopeya, el juego de logotipos (palabra que irónicamente significa modelo de palabra, o palabra modélica, es decir, admirable y, siendo inimitable, digna de ser reproducida y repetida) . Queda el cascarón.

Instagram, o la medida del tíempo: un oximorón; lo instantáneo pasa sin que se pueda medir -sin que deje poso, ni siquiera de amargura.

A la UPC-ETSAB, de los tiempos nuevos: https://instagram.com/open_etsab?igshid=33l3nd6lyee7
Agradecimiento a Lucas Dutra por desvelar los secretos de Instagram

Construcción con piedra (seca)













Fotografías, Jaume Riba, Andorra
Texto y fotografías para una publicación La primera piedra, sobre construcciones de piedra seca, de la Fundación CalPal, de Andorra
Agradecimientos a Natàlia Chocarro y la Fundación Vila Casas



Las piedras y los humanos estamos íntimamente relacionados. Somos de barro, sin duda; así lo cuentan los mitos. Entre el humus y el hombre existe una perfecta simbiosis; el hombre es barro modelado. El barro es cálido y dúctil; se deja conformar. Mitos griegos y mesopotámicos cuentan que los dioses, Prometeo (en Grecia y en Roma) o Enki (en Mesopotamia) tomaron un puñado de barro, modelador figuritas que introdujeron en el vientre de la diosa madre quien los alumbró al cabo de nueve meses, unas criaturas que otros dioses animaron, dotándolas de espíritu. Pero el barro no retiene la forma modelada si no se cuece a alta temperatura; el barro es informe; retorna a su condición primigenia cuando no se endurece. El mito mesopotámico del diluvio narra que, cuando los dioses abrieron las compuertas del cielo, los seres humanos se asemejaron a peces flotando muertos en la superficie de las aguas que subían de nivel, antes de disolverse lentamente y desaparecer dejando tan solo un leve y turbio rastro. Si somos mortales es precisamente porque somos seres de barrio.

viernes, 17 de julio de 2020

¿Qué ganamos visitando un museo?

El año del cómic y los museos - Jot Down Cultural Magazine


1.- ¿Por qué ir de visita a museos –cuando casi todas las obras están a una tecla de nuestro alcance, cuando la miríada de imágenes que se asoman a nuestras pantallas pueden parecernos más atractivas o intrigantes que las obras -a veces fuera del tiempo, nuestras preocupaciones o intereses, relucientes o polvorientas-, que los museos atesoran y exhiben? ¿Qué interés puede tener esta experiencia? ¿Causa placer o desánimo? Los objetos, muertos o mudos, perdurables o perecederos, desconectados de las culturas y razones a los que atendían, expuestos a nuestra contemplación ¿tienen (aún) algo que contarnos?

Obras que no son necesariamente de nuestro tiempo, antiguas o arqueológicas. Las obras siempre se relacionan con el tiempo, tiempo pasado, aunque sean de ayer mismo, y aunque anuncien el futuro; son visiones del futuro que se tuvieron ayer. Los hombres somos mortales; las obras –pese a que han sido creadas por humanos y que retratan a humanos o a vanos sueños humanos, creencias ilusorias en seres que no existen, dioses y héroes- perduran. Apenas pasa un día desde su creación, son ya testimonios de un tiempo pasado. Gracias a la relación con las obras, nuestros sentidos se prolongan en el tiempo, se adentran en el pasado, cortocircuitan el paso del tiempo, y nos proyectan en el pasado –el ayer, tan solo, incluso-, de modo que el paso del tiempo ya no nos afecta: es decir, la relación con las obras de arte nos hace inmunes a la segadora del tiempo, nos convierte en inmortales.
                                                                       
“Si se me diese siquiera el tiempo suficiente para realizar mi obra, lo primero que haría sería describir en ella a los hombres ocupando un lugar sumamente grande (aunque para ello hubieran de parecer seres monstruosos), comparado con el muy restringido qu se les asigna en el espacio, un lugar, por el contrario, prolongado sin límite en el Tiempo, puesto que, como gigantes sumergidos en los años, lindan simultáneamente con épocas tan distantes, entre las cuales vinieron a situarse tantos días” (Marcel Proust: El tiempo recuperado)

2.- Lvisita a un museo nos traslada a otros mundos, reales o imaginarios, pero distintos, mundos que son una versión mejorada, empeorada, si cabe, o deformada del mundo en el que vivimos. El museo aparece así como un receptáculo que acoge esperanzas y temores; nos saca de nuestra rutina, y nos transporta, para elevarnos o rebajarnos, mostrándonos lo que nos espera, para bien o para mal, mundo que no es sino un reflejo del que nos hemos creado.

Un museo no es un paraíso artificial, un engaño, no ofrece un “mero” entretenimiento –aunque entretener sea una actividad noble, que no nos embrutece o envilece, como pensaba Platón, sino que nos mantiene alerta y da qué pensar, como el mismo Platón, paradójicamente practicaba recurriendo a mitos, fábulas y estructuras de comedias, basadas en la vida cotidiana (un paseo, un encuentro, un banquete) para ayudarnos a darnos cuenta de las paradojas de la vida, para que no demos nada por sentado; la visita no es una huida, un recurso fácil para no afrontar problemas, o el simple aburrimiento o la desidia, sino que se aproxima más a un retiro “espiritual” o conventual; un alto en el camino. Antes de volver al mundo con otra mirada, y objetivos distintos. Un museo no ofrece soluciones; no es un depósito de consuelos o modelos, sino que, a través del contacto sensible con esos otros mundos que nos ofrece, como en un espejo, descubrimos, reflejados, qué o quiénes somos, y dónde nos encontramos. Un museo nos ayuda a ver mejor el mundo, y a saber qué podemos esperar de él. De algún modo, la visita a un museo se asemeja a la experiencia de asistir a una tragedia, según la observación de Aristóteles. No nos abre las puertas a un mundo vano puesto que ilusorio, sino que nos previene y nos prepara para lo que nos encontremos cuando tomemos la salida del teatro o del museo. Entre el teatro y el convento se encuentra el museo. No se sale de él con el mismo ánimo con el que hemos entrado.  Es cierto que ciertas imágenes, desde un retrato a un videojuego, turban y pueden provocar una pérdida de rumbo, y hubo quienes, como Dorian Grey, se volvieron asesinos tras el contacto con una obra. Las obras, y los museos que atesoran obras, pueden condicionar, para bien o para mal, nuestra vida, incluso momentáneamente. Pueden constituir una revelación o causar ceguera. O causar hastío e irritación. Pero nuestra mirada, y nuestra reacción ante el mundo, cuando volvamos a él, quizá ya no sea la misma. Meditada o instintiva, la máquina del museo nos habrá cambiado, y habrá cambiado el mundo que depende de cómo lo juzguemos y de cómo actuemos en él. 

3.- Un museo transmite determinados valores, criterios y prejuicios. Exalta determinadas obras, artistas y conceptos en detrimento de otros. Selecciona y discrimina. Algunos artistas, algunas obras nunca entrarán en los museos porque no casan con los valores que un museo quiere impartir o defender. Un museo es una institución, por lo que es una máquina que forma, deforma y controla maneras de actuar y de pensar. Puede ser una guía o una vía única de la que no se puede salir, un centro vital o un cementerio; sin duda, ambas cosas. Pero los mundos ideales, cuya existencia muestra el museo y de cuya existencia nos advierte y nos previene, no son de este mundo. Un museo, por tanto, puede embotar pero también azuzar nuestra criterio, y prepararnos, para desesperanza nuestra, pero también abriéndonos los ojos -un museo es un activador de los sentidos, sobre todo de la vista- para lo que nos espera, que no es mi puede ser el cielo. 

miércoles, 15 de julio de 2020

SEGUNDO DE CHOMÓN (1871-1929): MAGIC BRICKS (LADRILLOS MÁGICOS, 1908)



Ah, si existieran....

Aunque los ladrillos mágicos existían, en verdad: en la imaginación y las historias imaginativas del gran cineasta Segundo de Chomón, uno de los mejores cineastas pioneros junto con Georges Meliès y Alice Guy-Blanché.

EINAT TSAFARTI : CASTILLO DE ARENA (2020)





Una niña construye un castillo de arena, con ventanas que dan al mar, tan alto, tan grande que caben hasta cocodrilos, y tan deseable que príncipes y princesas acuden a la fiesta de inauguración, mientras sube la marea.
Poco a poco, algunos granos de arena van cayendo del techo en los manjares de la fiesta....

Einat Tsafarti es una joven autora e ilustradora de cuentos infantiles (y no tan infantiles) israelí.

El libro está traducido al inglés, francés, alemán, español, catalán....