Mohamed Sami es un pintor iraquí, educado en el Instituto de Bellas Artes de Bagdad y exiliado en Londres, que retrata interiores domésticos e institucionales en Irak, sobrecargados de muebles rococo hechos en serie hoy, gruesas alfombras y pesados cortinajes, siempre carentes de usuarios.
Parecen interiores abandonados, en desorden, en los que las sombras proyectan inquietantes figuras en las paredes.
Quien haya estado en despachos de instituciones públicas de Iraq seguramente recuerda la retahíla de sillones alineados a la espera de nadie, sobre alfombras, en salas en la penumbra, salas y antesalas que se van cruzando, sorteando muebles, hasta los despachos que parecen remedar interiores versallescos descascarillados y polvorientos, en los que las personas quedan empequeñecidas, hundidas en sillones con doseles demasiado altos, parapetados tras mesas de madera oscura y gruesas patas torneadas que les llegan hasta casi los hombros.
Interiores opresivos, vacíos pese -o puesto que - sobrecargados, una imagen del poder que quiere ser imponente y es triste, como los interiores domésticos que quieren evocar, entre el sueño y el patetismo, tiempos de opulencia que quizá nunca existieron.
Sami es uno de los mejores pintores actuales.




































































