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sábado, 8 de marzo de 2025

FÉLIX DE LA CONCHA (1965): LA CASA DE LA CASCADA (FALLINGWATER HOUSE, 2011-2012)



































 La llamada Casa de la Cascada, de F.Ll. Wright, construida en la segunda mitad de los años treinta.  es uno de esos disparates o excéntricas es que pueblan la historia de la arquitectura moderna occidental -que contribuyó a la fortuna crítica del autor-, y que acaban convertidos en monumentos abiertos al público porque no consiguieron ser lo que los propietarios querían: una casa habitable.
Ubicada donde no debería haberse emplazado, sobre el salto de agua de un torrente, en lo hondo de un boscoso valle, de dificultoso acceso, los sótanos de casa se inundan regularmente con la crecida de las aguas. Wright quería que el sonido de los rápidos se percibieran como una música por todas las estancias. La realidad es que evoca más el ruido del agua con el que estamos más acostumbrados en una casa  
Rodeada de terrazas desde las que no se tienen vistas más allá de los árboles cercanos, los interiores, pequeños, bajos de techo, son oscuros debido a la escasa luz natural que alcanza el fondo de la garganta. Constituye un perfecto escenario para una película de misterio.
La serie de cuadros que el pintor español, afincado durante años en los Estados Unidos, Felix de la Concha, ha dedicado a esta casa no transmite esta sensación de inquietud y opresión -aunque las perspectivas vacías que no se sabe hacia dónde apuntan no son muy tranquilizadoras-, sino que el color suscita una quieta imagen entre otoñal y nostálgica -por lo que pudo haber sido y no fue.

domingo, 2 de marzo de 2025

Mandala (o la arquitectura del alma)

 





Fotos: Tocho, Victoria y Albert Museum, Londres, marzo de 2025


Un mandala -la palabra en sánscrito (lengua originaria de la que deriva el hindú, con influencias en leguas antiguas como el griego y el latín) significa círculo- es un mapa  que figuran el cosmos. Está configurado por una serie de palacios ideales alrededor de una estructura central donde mora la divinidad principal.

La función del mandala en el budismo es similar al de una imagen religiosa o un rosario: sirve para activar la mente, invitar a la plegaria con voz interior, y facilitar el encuentro con la divinidad a través de un recorrido circular o en espiral durante el cual el alma o la mente del fiel se detiene en los distintos palacios en su avance hacia la luz. Éstos constituyen estaciones en los que el viaje interior, emprendido por la imaginación, descansa temporalmente antes de volver a emprender la ruta hacia el centro. 

Estas obras cumplen una función similar a la de las moradas o castillos interiores que constituyen el alma según la mística sufí y Teresa de Jesús, y desde luego son activadores de la imaginación, lo que aparece como una de las primeras muestras del poder de esta facultad anímica, esencial en la estética. La imaginación era habitualmente denostada en la teoría del arte anterior a la ilustración porque se consideraba que ponía ante los ojos del alma seres, enseres y lugares inexistentes. Esto conducía a equívocos sobre la realidad de la corte celestial inevitablemente desmaterializada y, por tanto, invisible a los ojos físicos.

Los mandalas suelen ser pinturas: representaciones planas del universo que quien reza recorre con vista que, ante todo, despierta la mirada interior.

Existen también mandalas tridimensionales, quizá menos conocidos. Se asemejan a maquetas de construcciones que componen una gran obra de planta circular. El conjunto se alza como un tronco de cono, y suele estar coronado por una cúpula. La vista de varios pisos compuestos por distintas estancias en las que se accede mentalmente ayuda a elevar el ánimo y emprender la ascensión que requiere un mayor esfuerzo de introspección. El mándala también contribuye  a visualizar el camino y a tener en cuenta los obstáculos y las dificultades.

Estas maquetas no representan templos sino que son templos que, a su vez, son el mundo. Su tamaño está de acorde con el espíritu desmaterializado. Es una obra en la que se sueña morar; miradas que constituyen etapas procesionales que tienen como fin depurar y elevar el espíritu. 

Al contrario que en el cristianismo en el que la procesión se organiza según un eje recto, el viaje mental al que el mandala invita es circular, por lo que se puede emprender tantas veces como se quiere. No tiene principio ni final. Apenas se alcanza el centro, el viaje reemprende sin abandonar el alma a su suerte.

Quizá el mandala debiera ser la tipología arquitectónica que se explicara en primer lugar en las escuelas de arquitectura. 

lunes, 3 de febrero de 2025

OLGA DE AMARAL (1932): ARQUITECTURAS TEJIDAS







Muros tejidos

 














                                               Estelas 


La arquitecta colombiana y docente de dibujo arquitectónico, aún en activo, Olga de Amaral, es conocida por sus telas que reciben a menudo nombres no asociados a la arquitectura: estelas (que organizan y centran el espacio) y muros.

Obras tejidas, con técnicas tradicionales y empleando materiales como el oro sobre yeso aplicado a las fibras vegetales o la lana con la que teje, que recuerdan el Eldorado que los colonos perseguían y la fascinación por el oro (el sol) de culturas precolombinas.

Sus obras no siempre son tapices. Se presentan colgadas en el espacio aunque evitan los volúmenes de cierta tapicería contemporánea. Tienen el carácter de una aparición suspendida en medio de una estancia. 

Si las estelas, que no se apoyan en el suelo, detienen por su resplandor, los muros no son obstáculos. No son transitables pero invitan a rodearlos.

Pese al peso del oro, las telas de Amaral son dúctiles, compuestas a veces por hilos entrenados más que tejidos, deshilachados en ocasiones. Las fibras, los hilos no quedan atrapados por el tejido; no siempre existe la urdimbre. 

Del mismo modo que la línea y el plano constituyen los elementos básicos con los que se componen los espacios, los hilos, a veces sueltos, que se enroscan, trenzan, enredan, componen volúmenes a través de los cuales se percibe el espacio que no se detiene sino que los atraviesan.

Una gran exposición en París recuerda a esta arquitecta.

https://www.fondationcartier.com/expositions/olga-de-amaral