domingo, 28 de abril de 2024

La trastienda sangrienta (anfiteatro romano de Puzzuoli,, s. I dC)





























 

Fotos: Tocho, Pozzuoli, abril de 2024


Los subterráneos (que albergan los fragmentos de las columnas de un pórtico superior caído, desaparecido) del anfiteatro de Pozzuoli, cabe Nápoles y Cumae, ideado quizá por el mismo arquitecto que el del Coliseo Romano, a mitad del siglo I dC, constituyen uno de los más logrados y perversos juegos espaciales romanos: un juego de luces y sombras, de macizos y huecos, de arcos, bóvedas, pasadizos rectos y curvados, de nichos, estancias y pasillos, de columnas, pilares y arcos. Un juego que milenios más tarde Piranesi describiría.

Añadidos al anfiteatro en el siglo II dC, los subterráneos, de los que ascendían hasta el escenario, decorados, animales y gladiadores, que componían un ritual sangriento en pos de la vida eterna del emperador, son un laberinto cuyas vías se abren en todas direcciones y que parece no tener fin gracias al perímetro curvo del espacio que impide vislumbrar los límites espaciales. 

Es difícil orientarse; se pasa una y otra vez por el mismo lugar o acaso por uno similar que se se sepa bien dónde uno se encuentra. Las galerías constituyen un mundo oscuro, que hacer perder el sentido de la orientación, y que prepara a las víctimas al deslumbramiento de la arena, rendidas antes de luchar, tras las pérdida de referencias espaciales que los subterráneos provocan. Constituyen un hábil, calculado ingenio espacial para que las víctimas se sintieran desamparadas, cuando, tras la red de galerías que giran una y otra vez, se enfrentaban a las amplitud y el vacío de la arena. 

Aún hoy, la experiencia rebela el poder de la arquitectura para desestabilizar e infundir miedo en víctimas a punto de ser sacrificadas, para condicionar la vida y la muerte.

En el palacio de las maravillas (Villa de Popea y de Nerón, Nápoles)



















 

Fotos: Tocho, Villa de Popea, Oplonti, Nápoles, abril de 2024


Aunque a esta manera de hacer le quedan ya pocos días, hasta que regrese pendularmente , la arquitectura, hoy, ha estado a merced de una manera de operar y de juzgar, según las cuales exponer a la vista de todos los materiales utilizados -ladrillos, madera, hormigón hace unos años-, descarnada, casi ostentosamente, era honesto, y respondía a una actitud ética, ya que no engañaba sobre cómo y con qué se construía, y ese juicio ante el trabajo debía ser enunciado visiblemente. Se ha hablado incluso no solo de una actitud moral, sino hasta de materiales éticos. Que exhibir lo que uno hace y hacer del operar y de lo operado a modo o cómo una bandera pueda ser calificado moralmente no deja de sorprender, toda vez que el resultado solo puede ser valorado estéticamente.

Estas disquisiciones morales o moralistas no embargaban a los romanos, al menos a ciertos poderes romanos.

La villa que el emperador Nerón habría mandado erigir para su segunda esposa, Popea -si es que la villa de Oplonti perteneció al emperador o a su esposa-, juega, de manera culta, con las apariencias, casi en respuesta a las disquisiciones platónicas sobre el estatuto de la imagen y su poder corrosivo de la realidad, confundiendo a ésta y, sobre todo, a los sentidos de los espectadores. En el caso de la Villa en Oplonti, la imagen pintada, más que poner en jaque al mundo real, lo juzga, juega con él y lo enriquece.

Ya en el acceso, frescos con imágenes naturalistas de plantas actúan de espejo de las plantas reales que se proyectan en las paredes. En las estancias, las puertas, las columnas, las ventanas, hasta el mobiliario y determinados objetos  se doblan o se desdoblan en imágenes que se proyectan en los frescos, pintadas con un realismo logrado que, no solo multiplican los elementos, sino que los realzan al destacan sus valores plásticos y cromáticos, su presencia en el espacio, su esencia y su necesidad. 

El palacio deviene así un espacio maravilloso donde nada es lo que parece, donde la diferencia ontológica entre esencia y apariencia se diluye para conformar un mundo soñado del que uno no querría despertar, creando un mundo alternativo y superior al mundo real profano. Un “verdadero” país de las maravillas en el que nos adentramos dejándolos engañar gustosamente, rindiéndonos ante el poder superior de la imagen pintada.

jueves, 25 de abril de 2024

La villa de otro mundo








































Fotos: Tocho, Stabiae, abril de 2024


 La villa de San Marco, en Estabia, en la bahía de Nápoles, escasamente visitada, fuera del circuito más habitual entre Nápoles y Sorrento, una de las mayores y más hermosas villas pompeyanas, presenta la estructura habitual de una gran villa de recreo  patricia romana del siglo I aC, abierta hacia las vistas de la bahía, mientras el amplio jardín del peristilo mira hacia las frondosas colinas circundantes.

La villa fue arruinada por la erupción del volcán Vesubio a principios del siglo I aC.

En perfecto estado de conservación, los frescos de las paredes incluyen cuadritos con vistas de arquitecturas fantásticas, casi siempre acuáticas, o flotando sobre las aguas, entre seres de otro mundo, seres alados o mitológicos. El conjunto encuadra escenas del otro mundo que se perciben a través de ilusorias ventanas, que permiten que los seres de ese mundo ideal o de otro tiempo puedes asomarse al interior de la villa y protegerla. La villa de este mundo se abre a villas de un tiempo antes del tiempo, adquiriendo así la cualidad de las moradas de los héroes.