El Greco: La Visitación (dos versiones), principios del s. XVII
No, el 15 de agosto no es el aniversario de la Visitación.
Mas, como quien se desplazó fue María cuendo acudió por sorpresa a visitar a su prima Isabel, y hoy, 15 de agosto, es el día de María, es asumible comentar la Visitación hoy.
Un comentario suscitado también por un reciente programa de radio sobre la noción de visita y lo que éste conlleva, ayer y hoy.
La Visitación, un tema propio del arte religioso cristiano, no solo es la obra maestra de El Greco, sino que este cuadro es una de las mejores pinturas del arte occidental.
La imagen representa el encuentro entre María, madre humana del dios cristiano, embarazada del mismo, y su prima Isabel, encinta de Juan Bautista. Éste sería el profeta que anunciaría la divinidad de Jesús, hijo de María.
“Por aquellos días, María se dirigió de prisa a un pueblo de la región montañosa de Judea, y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel” ( Lc, 1, 39).
Esta es la escueta noticia que ha dado lugar a toda una serie de cuadros y estatuas desde la Edad Media.
La representación de la escena por parte de El Greco muestra el encuentro de las dos mujeres, una en el zaguán de una casa, y otra, vista de espaldas, frente a aquélla, que se entiende acude desde fuera. Ambas mujeres togadas están cerca y se intuye la cercanía entre ellas. Se miran. No percibimos sus rostros.
¿Qué nos dice el cuadro sobre lo que es e implica una visita?
Los verbos visitar y ver están emparentados en latín. Visitar, literalmente, significa desplazarse para ver a alguien. El desplazamiento y la mirada se conjugan. La vista es el motivo de la visita.
Encontrarse con alguien: verla la cara. Una visita exige un cara a cara, un careo.
El rostro es el tercer elemento que delimita el territorio semántico alrededor de la visita. En castellano y catalán, cara y rostro están lejos de la palabra visita. No así en francés: la contemplación de un visage da sentido a una visita. Se produce lo que en castellano se designa con la expresión vis-a-vis.
El encuentro entre María e Isabel tiene lugar en el umbral del hogar de Isabel. María se quedará en casa de su prima hasta el nacimiento de Juan Bautista, tres meses más tarde. Se da por supuesto que Isabel invitará a María a entrar en la casa.
Pero el momento decisivo que culmina una visita ya ha acontecido cuando las dos personas se han visto las caras.
Una visita es una acción entre dos personas. El encuentro las aísla del resto. Mirarse a las caras no requiere nada más. No es necesario hablar. A la vista ésta lo que cada persona piensa y es. En los rostros se traslucen lo que de verdad sienten, sienten hacia quien visita, hacia quien es el objeto de la visita. El encuentro dura un momento. Al momento, la visita desembocará en un abrazo, una conversación o un rechazo. La visita suspende el tiempo. Dos personas se conocen o se reconocen. Se reconocen como personas. La visita da fe de lo que somos. Revela cómo somos. La visita da pie a una apertura. Instituye o confirma una relación. Hasta que las caras no se han encontrado, el contacto no constituye un hito. La visita marca un inicio, que no se podrá borrar o negar.
La visita no puede llevarse a cabo, no tiene sentido, con los ojos cerrados. La proximidad física que requiere una vista, la cercanía que instituye, permite que nos veamos reflejados en los ojos de la otra persona. Ésta nos acepta, acepta nuestra imagen, que nos veamos en ella, que entremos a formar parte de su rostro. Nos acoge con y en su mirada.
Así describía el filósofo renacentista Nicolás de Cusa una visita a un templo. El visitante se encuentra con la imagen de la divinidad, pintada en lo alto del ábside. Nota que aquélla lo mira. Y, al acercarse, descubre que su imagen se refleja en los ojos de la imagen, unos ojos pintados con pan de oro que actúen como un espejo. Verse en los ojos de la divinidad significa que ésta nos acepta en su seno, y nos protege y nos defiende con el cerco de sus ojos, y nos redime.
Igual redención acontece en una visita entre humanos. La cercanía, el desvelamiento, la mirada implican la aceptación del otro con sus singularidades y particularidades. Éstas no son un obstáculo. Aceptamos al otro tal como es. La visita confirma lo que somos y confirma que somos capaces de aceptar a los demás, con sus diferencias. La visita es un gesto de magnanimidad, que anula el orgullo y la sensación de superioridad.
Pues una visita sólo tiene sentido entre iguales que se reconocen como iguales. Si el pantocrator acepta la imagen del fiel es porque la divinidad también es humana, y la visita del fiel confirma la humanidad de la divinidad, la necesidad de dicha humanidad que acerca e iguala a la divinidad con el ser humano.
Una visita, en suma, es una acción consustancial al ser humano -solo los humanos se visitan: un encuentro que responde a un deseo y un esfuerzo, no siendo casual sino intencionado- que permite reconocernos como humanos, es decir como iguales.
Una visita no obliga a nada. El objeto de la visita es soberano para aceptarnos o para cerrarnos las puerta. Un portazo que nos obliga a reflexionar sobre lo que somos y lo que hacemos.Tanto la puerta que se abre como la que se cierre nos ayuda a entendernos y a aceptarnos, a aceptar que no podemos imponernos. Nos coloca en nuestro sitio. Nos hace más humanos. Solo los que no miran creen que todas las puertas tienen que abrirse a su paso.