miércoles, 19 de junio de 2013

ALBERT CHAMPEAUX & PIERRE WATRIN (1918-1990): VILLA MON RÊVE (VILLA MI SUEÑO, 1960)

Uruk hace cinco mil años. Una mega ciudad: exposición en el Museo Pérgamo de Berlín (o Willi Baumeister -1889-1955-: Gilgamesh, años 40)





El Museo Pérgamo de Berlín acoge, hasta septiembre, una gran exposición dedicada a la ciudad mesopotámica de Uruk.
Dos son las razones: Uruk fue quizá la primera ciudad de la historia -si bien el controvertido tema sobre la "primera ciudad" responde más a un sueño o un anhelo que a la realidad; quizá no se pueda saber nunca cual fue la primera ciudad, ni si existió jamás-, y el Museo de Berlín atesora la colección más importante de piezas, junto con el de Bagdad.
La muestra se ha organizado a partir de la colección berlinesa con pocos, pero destacables préstamos de Heilderberg, París, Londres, Oxford y Bruselas. El esperado préstamo de Bagdad fue cancelado, como ocurrió más tarde con la muestra sobre las culturas del sur de Mesopotamia (Antes del diluvio) que se expone hasta finales de junio en Caixaforum de Madrid. Un acuerdo de promoción de las colecciones de Bagdad con una compañía danesa que ha quebrado ha interrumpido todos los acuerdos iniciales entre Iraq y otros paises. La declinante seguridad en Bagdad también aconsejó evitar sacar piezas del Museo Nacional de Iraq.

El título de la muestra es explícito. Se trata de una muestra sobre una ciudad, un tipo de ciudad, cuyos últimos ejemplos se hallan hoy en Extremo Oriente. La muestra concluye, en efecto, con una gran imagen de Hong Kong. Uruk fue Hong Kong hace siete mil años: una ciudad, de unos cuarenta mil habitantes, en una época apenas salida del neolítico, que se mantuvo como la ciudad más poblada del mundo durante más de cuatro mil años, hasta el auge de Babilonia a mitad del primer milenio aC, y que fue el lugar dónde se produjeron novedades culturales, como la escritura, que revolucionaron la manera como los humanos se relacionaron entre sí y con el entorno natural y sobrenatural.

La exposición, así, dedica apartados a la escritura, el cálculo, las leyes, la realeza, amén de bloques en los que se trata la estructura urbana y la relación entre la ciudad y el territorio, muy distinto del que hoy rodea las disueltas ruinas de Uruk.

La muestra se abre con un gran apartado dedicado al Poema de Gilgamesh. Esta apertura parece lógica. Cuenta el mito o la epopeya que Gilgamesh fue rey de Uruk, y quizá Gilgamesh no fuera solo una figura legendaria. Sin embargo, la razón de esta introducción se pierde cuando los capítulos del Poema son estudiados, aunque no guarden relación con la ciudad, y se ilustren con piezas a menudo neo-asirias, procedentes de muy diversos yacimientos. Uruk empalidece ya desde la entrada.

El esquema es claro. La exposición lo es menos. Un problema reside en la disparidad de las piezas. Pocas corresponden a los inicios de la ciudad o a su momento de máximo esplendor, a finales del cuarto milenio. De este modo, algunos apartados se ilustran con piezas que pueden ser de época romana, sin que se justifique o se explique este salto temporal.

Por otra parte, la exposición -debido sin duda a la cancelación del préstamo de Iraq- recurre a copias, cuya condición no siempre está aclarada. Así, un apartado sobre la belleza mesopotámica -inútil, por otra parte- acoge lo que es imposible saber si se trata de piezas originales del tesoro de Ur, albergadas en el Museo Británico, o de copias pertenecientes a este museo (el cual expone, a veces, en la colección permanente, alguna copia). La ausencia de este ajuar en el catálogo podría indicar que se trata de copias, quizá de los años veinte o treinta.

La muestra oscila entre la presentación cronológica y temática. Uruk, ciertamente, se mantuvo activa hasta el siglo IV dC, y algunos de los principales monumentos, aun bien conservados, corresponden a los últimos siglos de vida de la ciudad, abandonada a causa del cambio del curso del río que libró la ciudad, hasta entonces rodeada de vegetación y recorrida por canales,. al desierto, que, aún hoy, asalta laas ruinas evanescentes.

Sin embargo, sorprende que algunos de los edificios más emblemáticos, como el templo Blanco, o el subterráneo Giparu, apenas estén mencionados -o no lo están- en la exposición, aunque sí en el catálogo -al menos el Templo Blanco-.

Uruk es un yacimiento apenas excavado. Solo el 4,5% del lugar ha sido estudiado. No se sabe nada de los barrios residenciales ni de la trama urbana. Solo el doble centro religioso -dedicados, uno al dios del cielo, An, y otro, a la diosa Inanna-, y algún palacio, han sido explorados. Por eso, animaciones ayudan a imaginar qué aspecto presentaba la ciudad en el tercer milenio, si bien la excesiva dependencia de estas imágenes del aspecto de las ciudades en vídeo juegos,no les otorga un aspecto excesivamente atractivo o convincente.

 La ausencia de traducciones de las tablillas expuestas impide que los textos puedan ser valorados.

La exposición apenas "reflexiona" o especula sobre el "hecho urbano". No se plantea qué es una ciudad, en qué se distingue de un pueblo, y cómo se implanta en el territorio, ni qué consecuencias territoriales y culturales acarreó su fundación.

Sin embargo, sobresalen algunas piezas y algunos apartados muy notables, como el bloque dedicado a los prisioneros víctimas del opresivo poder real, y  una colección de tablillas, halladas cerca de la muralla de la ciudad, por desgracia no transliteradas ni traducidas, en las que se detalla el trabajo de los albañiles y las condiciones del mismo.

Es posible que la exposición se haya montado quizá de un modo un tanto apresurado, pese a la riqueza del catálogo (en alemán) en el que se ofrecen nuevas lecturas sobre el origen de la escritura y un soberbio texto sobre el tema y la figura de Gilgamesh en el arte de los años cuarenta del pintor expresionista y surrealista alemán Willi Baumeister .





















Véase la web del Museo Pérgamo de Berlín: http://www.smb.museum/smb/kalender/details.php?lang=en&objID=31969

martes, 18 de junio de 2013

JOHAN OETTINGER (1984): SEVEN MINUTES IN THE WARSAW GHETTO (SIETE MINUTOS EN EL GUETO DE VARSOVIA, 2012)



Este extraordinario y reciente corto de animación, con marionetas, empieza hacia el minuto y treinta segundos.
Quizá lo soporten.

IMRAN QURESHI (1972): ESPACIOS ENSANGRENTADOS (2013)














La sala de exposiciones del Banco Central Alemán (Kunsthalle/Deutsche Bank) en Berlín presenta la primera exposición del artista paquistaní Imran Qureshi en Occidente, tras obtener el primer premio que otorga esta institución.
Qureshi se formó como pintor de miniaturas islámicas, y hoy es profesor de las mismas.
Ofrece una visión del mundo actual -una serie dedicada a los Misiles, que Paquistán fabrica y posee, pintada como si de delicados árboles, protegidos tras gruesos muros, se tratara- a través de una técnica y una composición en desuso.
Las alteraciones de las mismas no son evidentes a primera vista. el tamaño (pequeño), la composición, los temas y la técnica (preciosista, que combina el dibujo a pincel, con la acuarela y los fondos de oro) son las propias de las miniaturas persas o mongoles. Se representan escenas domésticas en interiores o espacios acotados. Diminutos personajes parecen vivir en un vergel, ajenos a las preocupaciones mundanas o existenciales. Son como figuras de las mil y una noche: situaciones de ensueño con figuras que solo existen en sueños.
Los jardines, las estancias están adornadas con flores; flores rojas en ramos o colgadas de ramas cuyas nervaduras dibujan delicadas ondas en el aire.
Pero, una segunda mirada revela que las flores se mezclan con salpicaduras. Éstas tienen el mismo color encarnado que las flores. Son como flores que hubieran estallado, o manchas que el pintor hubiera dejado caer del pincel, o de una herida en la mano. Las máculas han goteado. No pertenecen a la composición, pero se funden con ésta. No desentonan de las carnosas flores bien abiertas.
El patio, el jardín, la estancia está salpicada de color rojo; se asemeja a la sangre; quizá lo sea, aunque el título de la obra no le deja entrever.
Estas miniaturas de pronto ensombrecidas se disponen en un laberinto de paredes azul noche. Las estancias se disponen según un itinerario intrincado, en dos pisos, unidos o recorridos por estrechas escaleras que se retuercen entre los muros. La oscuridad es casi absoluta. No se sabe hacia donde uno de dirige. Cada estancia está casi cerrada sobre sí misma y no deja entrever si existen otras ni cómo se disponen.
Tan solo, de tanto en tanto, un punto de luz: la luz que reverbera sobre una miniatura colgada a la altura de la vista. El conjunto arquitectónico no constituye ningún montaje en el que se disponen las pinturas. Forma parte de la obra. Ésta consiste en miniaturas dispuestas según una determinada secuencia en espacios articulados. Los espacos cobran sentido gracias a las imágenes. el recorrido se asemeja a un trazado iniciático que se adentra hacia imágenes cada vez más empapadas de color rojo, sin que se pueda definir, a fe cierta, a éste de una imagen sanguinolenta, o de la imagen de gotas de sangre.
El recorrido desciende ahora. Los detalles y las figuras van desapareciendo como si lentamente fueran saliendo del escenario, al igual que los espectadores. La sangre también se difumina. Ya solo queda casi un fondo de oro.
Pero se intuye que pronto volverá a ser manchado de rojo.
La obra de  Imran Qudeshi es quizá es más sutil y turbador, al mismo tiempo, retrato de la sociedad actual, sobre todo tal como la imaginamos en Paquistan.

Imran Qudeshi participa en la Bienal de Venecia 2013. posiblemente deje en evidencia tantas obras estentóreas sobre la violencia. Ésta, en su obra, obsesiona al espectador, porque, intuyendo su presencia, no se logra saber en qué consiste y dónde se halla.    

viernes, 14 de junio de 2013

MAARTEN ISAÄK DE HEER (1977): A FLOOD STORY (UNA HISTORIA DE UN DILUVIO, 2012)


[mu:stərman] - a Flood Story from Maarten Isaäk de Heer on Vimeo.

Uno de los cortos de animación más intranquilizadores creados recientemente. Obra maestra, turbadora.
Esta obra está cosechando en estos momentos premios en todos los festivales a los que se presenta.

Eirene, o la Paz de la Ciudad






El ágora de la ciudad griega -el espacio comunitario central, perteneciente a toda la ciudad,  lugar de encuentro e intercambio- solía acoger figuraciones (estatuas, relieves, altares) de los valores urbanos, de los beneficios que la estructura urbana y social brindaban.

Estas figuraciones eran conceptos personificados, más que divinidades a parte entera, aunque existían, en ocasiones, mitos que relataban que tuvieron una cierta vida.

Eirene era una de las personificaciones más apreciadas y valiosas. Junto al recinto dedicado a la diosa Hestia -la diosa del fuego sagrado de la ciudad, cuya lumbre alumbraba a aquella y era un testimonio vivo y perdurable de su vitalidad- se hallaba una gran efigie de Eirene.

Eirene era la Paz (se le rendía culto también en Roma, precisamente bajo el nombre de Pax). Era, junto a sus hermanas las Horai (Horas, las estaciones), hija de Zeus y de Temis.

Temis era una antigua divinidad. Fue la segunda esposa del Padre de los dioses, tras Metis, la Astucia, a quien Zeus devoró viva, para impedir que cometiera una infidelidad y tuviera un hijo que, pronosticaba un oráculo, acabaría con el reinado de Zeus. Temis era la personificación de la Ley. Simbolizaba los sólidos fundamentos de una comunidad, cuyos edificios se apoyaban sobre themela -cimientos o fundaciones-, gobernada por los themistoi, conocedores de la ley, que aplicaban en beneficio de la convivencia y de las buenas relaciones entre la ciudad y la naturaleza circundante.

 Las Moiras -las diosas del destino- eran también un trio de divinidades hermanadas con las Horas (Eirene -la Paz-, Dike -la Justicia-, y Eunomia -la Regla Justa, el Buen Gobierno (de nomos, ley, norma).

Las Horas eran decisivas para el buen orden cósmico. La misma Hera, la tercera y última esposa de Zeus, la diosa madre de todos los dioses, estuvo al cuidado, de pequeña, de las Horas.

La presencia de Eirene solo acarreaba beneficios. Las ciudades disfrutaban de una vida reglada. Hasta los mismos campos se componían bajo su poder: los árboles frutales se disponían regularmente, dando lugar a cosechas abundantes, en cuanto Eirene se personificaba.

Sin Eirene, la vida comunitaria, urbana, era imposible. Su comedimiento, las mesuras que aportaba, que se traducían en un espacio ordenado, y en una reglas de comportamiento justas, mantenía a raya a la temible diosa Hybris (la Desmesura) y a su odiado hijo, Koros, la viva encarnación de la insaciabilidad y el desdén.

Sin Eirene, se contaba de nuevo, de inmediato, la disensión, la guerra (Ponemos, la diosa de la discordia) se instalaban. Eirene estaba esposada con Cérifo, el viento cálido de la primavera, precisamente la época del año en que Eirene tenía que mostrarse más activa y solícita, puesto que con la primavera, los ejércitos se disponían a partir en las campañas anuales. La Paz se quebraba con el creciente ardor primaveral.

Eirene -así se mostraba en una gran estatua en el ágora de Atenas- portaba a un niño en brazos: Pluto, la personificación de la Abundancia -que solo se recolectaba en tiempos de paz - que solía blandir el cuerno de la abundancia. La relación de Eirene con este infante, signo de prosperidad futura -tenía toda una vida por delante-, a quien contemplaba amorosamente (una célebre copia romana de la estatua de Atenas, hoy en la Gliptoteca de Munich, así la representa), equiparaba a Eirene con Démeter, la diosa de las buenas cosechas y con Tiqué, la personificación de la buena suerte urbana. La otra mano blandía una rama de olivo -signo convencional de la paz- o el caduceo de Hermes, con el que se ordenaba el espacio, de manera a impedir que los humanos se perdieran.  Homero cantaba que la presencia de Eirene y Pluto invitaba a abrir las puertas de los hogares. Eirene, escribía Píndaro, era la amiga de la ciudad. Esquilo añadía que Eirene "honra a la ciudad que vive una vida de quietud, y acrecienta la admirada belleza de sus casas, de modo que sobrepasan en prosperidad a las comunidades vecinas". Eirene era, en fin, la luz de la ciudad. Por eso, estaba asentada en el corazón de la urbe.

Pero si la paz era una diosa, quizá fuera debido a que era una virtud fuera del alcance de los humanos, divinizada para ponerla fuera del alcance destructor de los humanos. A salvo y, por tanto, distante. Eficaz, pero inhumana.

De todos modos, un lúcido e irónico Aristófanes, en su comedia Pluto, bien destacaba que Eirene yacía la mayor parte del tiempo, encerrada en lo hondo de una fosa, sin poder salir para brindar sus poderes benéficos a los ciudadanos, enfrascados en continuos, violentos y descorazonadores, tan humanos, enfrentamientos.