sábado, 12 de noviembre de 2016

Maquetas arquitectónicas antiguas (menos conocidas)



Modelo de naiskos (capilla) helenístico, Museo del Louvre, Paris




Modelo de carnicería, Imperio Medio Egipcio, finales del tercer milenio aC, Museo del Louvre, Paris





 Altar en forma de maqueta de santuario, Assur (capital Asiria), época sumeria, hacia 2500 aC, Museo de Berlín





Maqueta de santuario, Tello, finales del tercer milenio aC, Museo del Louvre, Paris

Fotos: Tocho, octubre de 2016


Estas maquetas son quizá menos conocidas, pero responden a las características y seguramente las funciones de este tipo de piezas.

La primera maqueta, de Mirina (hoy en la costa turca, capital de las Amazonas), procede de una tumba: debe de ser una maqueta votiva, doméstica o funeraria, de un una capilla helenística. A través de la ofrenda de la maqueta, la divinidad invocada protegía el difunto.

La maqueta egipcia, una "casa del alma", se añade a la lista de estas piezas halladas todas en un mismo lugar. El carácter de bandeja de ofrendas está acentuado  con la reproducción de todo tipo de viandas entregadas al difunto, regado también con las libaciones que el canal vertía sobre la arena que cubría el difunto. La construcción, en segundo término, podría representar un santuario o una tumba, más que una vivienda o un taller.

La gran maqueta de un santuario asirio es excepcional por el tamaño, el estado de conservación y su antigüedad. Se trata de una de las maquetas más antiguas conservadas. Es un altar, posiblemente, que representa al santuario de Ishtar, en cuyas ruinas fue hallado, en el norte de Mesopotamia. Debía formar parte, no tanto de los objetos de culto del templo, sino de una ofrenda a la diosa que manifestase la admiración o devoción por su templo. De este modo, el modelo se entregaba en el seno de lo que el modelo representaba o sustituía. Se producía un fenómeno curioso: la duplicación de un entre: un templo dentro del mismo templo. La maqueta aseguraba la protección, la pervivencia del templo, y era un testimonio de la devoción hacia la diosa, que seguramente sería benéfica para la vida y obras del oferente.

La diminuta maqueta sumeria, de Tello, podría ser ya sea una ofrenda a un templo ya sea, con mayor probabilidad, una pequeña capilla doméstica.

Estas maquetas, no siempre expuestas (algunas se guardan permanentemente en reservas, y solo se exponen ocasionalmente en muestras temporales), o exhibidas en salas de estudio, revelan bien la variedad de formas y de funciones de estas piezas que ofrecen una imagen de la arquitectura que los restos arqueológicos no exhiben, no solo por el estado de las ruinas sino también porque estas maquetas no son fieles reproducciones de edificios existentes, sino evocaciones de templos, tumbas y hogares soñados, en los que la realidad se transfigura con la imaginación. son un excelente testimonio de esperanzas en las virtudes de la arquitectura, capaz de cobijar tanto a mortales cuanto a inmorales.

viernes, 11 de noviembre de 2016

El aura de la obra de arte

Arte aurático: esta expresión, empleada en la teoría del arte contemporánea, designa a un tipo de obra de arte considerada única, expresión de una visión personal (de un artista considerado como un genio), que no está en sintonía con la concepción y la función del arte hoy, cuando las fronteras entre obras y documentos, obras y copias, están desprestigiadas, son irrelevantes, inexistentes o inocuas.
Este arte -o esta concepción- responde a una visión errónea o que ya no tiene lugar.

La pérdida o trágica y súbita irrelevancia del aura fue enunciada por Walter Benjamin, en los años treinta, ante los nuevos medios técnicos de reproducción de imágenes (fotografía e imprenta). Las obras de arte ya no eran únicas, ni expresaban o sintetizaban una visión única. Benjamin no se lamentó de esta desaparición; consideraba que las obras múltiples , o que las técnicas que permitían dicha multiplicación eran más adecuadas a los nuevos tiempos, y que ya no cabían obras singulares ancladas en sociedades estructuradas, estratificadas, para las que la historia constituía una narración lineal en la que las obras se basaban en obras anteriores y las superaban, como si estuvieran dispuestas en fila. La lenta variación en el arte no respondía a los nuevos tiempos.
Sin embargo, cabe preguntarse si el aura no fue enunciado por Benjamin en el momento en que expuso su desaparición.
¿Existió la obra única y singular -al menos en Occidente, si bien Benjamin no precisó a qué culturas se refería-, la obra mágica, misteriosamente aparecida como una emanación de lo invisible que comunicara una verdad?

El aura evoca la aureola. Ésta rodea la cabeza de los seres sobrenaturales en diversas religiones, monoteístas y politeístas. Es un signo de santidad, superioridad, perfección.
El aura es propio de lo sagrado. Las obras sagradas son aquellas en las que las aureolas -y el aura que desprenden, aunque no quede claro a qué se refiere esta expresión- tienen más "sentido". Las obras sagradas se utilizan en rituales. Consisten en todo tipo de piezas: vasijas, telas, libros e imágenes. Entre éstas, las que representan a los seres sobrenaturales. Los iconos, en el mundo cristiano bizantino son el paradigma de la imagen sagrada. muestran -o ¿contienen?- la imagen de la divinidad, su faz especialmente.
Pero las imágenes religiosas se producían en grandes cantidades. Eran todas idénticas. La razón es sencilla. Cualquier variación sería interpretada como una corrección, una mejora. Toda vez que la divinidad es perfectas, no cambia. La imagen que debe manifestar su presencia y su grandeza tiene que alcanzar un grado que sea percibido como una directa materialización de la divinidad. La imagen tiene que ser siempre la misma. Un cambio alteraría la presencia divina o denotaría que las imágenes ya existentes no lograron reproducir o exponer las características del modelo sobrenatural. Un verdadero icono, además, se basa en un modelo plástico: el velo de la Verónica. Éste contiene la imagen del rostro de la divinidad directamente inscrita en el paño -cuando éste fue tendido a la divinidad para que secara su rostro doliente. Esta imagen, al no mediar mano humana alguna (la impresión fue directa), es perfecta: reproduce punto por punto los rasgos de la "Santa Faz". por tanto, cualquier icono tiene que reproducir fielmente esta imagen paradigmática. El aura, en este caso, nace de la repetición, no de la singularidad.
La historia del arte corrobora que la obra única aparece con la modernidad -precisamente cuando se descubre su existencia (que se denuncia y se condena). La mayor parte de la estatuillas de culturas antiguas se realizaban con moldes. Las obras se producían en grandes cantidades. La razón no era solo económica. Una estatuilla es la imagen de un ser prefecto por lo que no se acepta alteraciones en la forma de manifestarla.
La mayor parte de las obras de arte "clasicas" occidentales se realizaban en múltiples copias, tanto por el jefe de taller -quien las firmaba- como por copistas a sueldo. La razón era doble: las copias eran más económicas, pero también multiplicaban la presencia, el impacto de la primera obra. Ésta, por otra parte, no siempre era mejor. El propio pintor podía realizar múltiples ejemplares -si ocurre con el Greco, por ejemplo, amén de las innumerables copias de taller-, más o menos felices.
Es cierto que existen obras de las que no existen copias -o de las que no se conocen hoy. Eso no significa que se diera preferencia a la obra única, sino que ésta se realizaba para un determinado lugar para un determinado usuario. Leonardo pintó la Sana Cena para el refectorio de un monasterio. No podía repetirla -a amenos de que se hubiera hallado en condiciones idénticas. Los retratos privados solían ser obras únicas (no siempre) simplemente porque reproducían los rasgos de una persona en un momento dado. Serían quizá las obras más cercanas a una obra aurática, si no fuera porque no eran obras de arte sino documentos -de validez limitada como cualquier documento que manifieste la apariencia de una persona, inevitablemente sometida al tiempo. Los retratos, al cabo de un tiempo, eran sustituidos por otros. No merecían ninguna actitud reverencial.
La noción de aura evoca pues la mirada moderna sobre el arte occidental del pasado. No denota necesariamente nostalgia, pero sí expresa que el arte anterior al siglo XIX fue juzgado según unos criterios que no respondían a la función de las creaciones humanas antiguas. En ningún caso su valor dependía de su singularidad. Ésta por el contrario era el signo de una imperfección que debía ser corregida hasta alcanzar la obra modélica, es decir reproducible.


LEONARD COHEN (1934-2016): STORIES OF THE STREET (HISTORIAS CALLEJERAS, 1967)



Hotel debe de ser la palabra relacionada con la arquitectura más escrita por Cohen. Supongo que debe de expresar una manera de estar.

jueves, 10 de noviembre de 2016

FRANÇOISE SCHEIN (¿1955?): CARTOGRAPHY (2001)

http://www.francoiseschein.com/

Entren en la página web de esta arquitecta y artista francesa, busquen Projects, y allí: Videos.
En esta apartado, Cartography es la primera obra incluida.
Fascinante.

Schein expone en estos momentos en la Galeria  5Contemporary en Paris

MELANIA TRUMP Y LE CORBUSIER

¿Qué tienen en común Melania Trump y Le Corbusier? Su amor por las alturas, sin duda. También su gusto por los interiores barrocos -como los de los burdeles parisinos de principios de siglo en los que Le Corbusier gustaba tanto de pasar las horas, aunque proyectara celdas franciscanas para lo demás-

Pero algo más les une.
Son unos prodigios, unos autodidactas (como Ricardo Bofill, por cierto): ambos son arquitectos, pero nunca obtuvieron el título -Melania Trump solo estudió primero de arquitectura en la Universidad de Eslovenia (aunque mintiera levemente sobre sus estudios que no concluyó: es fácil olvidar los detalles).

Esto es el fin de las Escuelas de Arquitectura, o las esperanza de los estudiantes: una "arquitecta" puede llegar tan alto sin acabar la carrera.





miércoles, 9 de noviembre de 2016

DAVID CROSBY (1941): THE CITY (LA CIUDAD, 2016)



Del disco The Lighthouse (El faro)

Las teorías del arte de Platón y Aristóteles

Los juicios artísticos de Platón y de Aristóteles son antitéticos. Sin embargo, ambos partes de idénticas consideraciones sobre los efectos de la obra de arte, aunque las consecuencias son percibidas de manera muy distinta.
Tanto Platón como Aristóteles consideran que las obras de arte -representaciones escénicas (teatrales,, musicales, literarias), e imágenes plásticas- son capaces de despertar emociones. Conmueven, y mueven a los espectadores, los transportan, y los abocan a otro mundo: el mundo de dioses y héroes que luchan contra el destino, movidos por pasiones que no controlan. Las imágenes escénicas y plásticas constituyen universos distintos y subyugantes, que atraen irremediablemente.

Para Platón dichos movimientos apartan de los deberes para la comunidad. Las imágenes evocan comunidades irreales, que no deberían existen o de las que nada debería saberse. ¿Qué aporta descubrir que un rey ha matado a su padre y se ha esposado con su madre con la que tiene descendencia, antes de arrancarse los ojos al darse cuenta de lo que ha hecho? Aprender que una mujer despechada asesina y descuartiza a los hijos de su esposo, y los cocina para servirlos como un manjar a aquel, que desconoce qué ha ocurrido, como Medea, ¿qué bien causa? ¿Es necesario conocer estas atrocidades -si es que se han producido, pues el arte puede contar mentiras, aunque bien es cierto que lo que cuenta seguramente es cierto mas debe permanecer oculto?
El arte distrae y turba. Los espectadores pueden identificarse con los héroes y sublevarse contra el destino divino; también desatender, mientras asisten a los espectáculos, sus deberes como buenos ciudadanos. Pueden incluso preferir a los héroes en vez de los políticos que les gobiernas. El arte es causa de problemas políticos; se corre el riesgo de poner en peligro la armonía, la buena vecindad, el "civismo". Los mundos que el arte presenta de manera seductora puede llevar a que se prefiera ilusión -que lleva al vacío- a la realidad diaria, cuya contención y ordenamiento exige un control o autocontrol constante, que el arte pone en jaque.

Aristóteles, en cambio, que reconoce la profunda capacidad turbadora del arte, considera que dicha emoción es benéfica para la persona y para la comunidad. El arte remueve. Ofrece escenas terribles o patéticas. El espectador sufre, se asusta, se compadece de las desdichas ajenas. Pero se enfrenta por vez primera a estas situaciones y aprende a reacciones; se emociona y acaba por controlar sus emociones. Ya nada podrá afectarle. O mejor dicho, ante situaciones parecidas, sabrá qué hacer. Éstas no podrán sorprenderle, tomare desprevenido. Su alma se aguerrida, se "cura en salud". Las turbaciones anímicas que las tragedias causan son beneficiosas. Ayudan a soportar, aceptar y comprender la tragedia de la vida, sin desesperación, sino serenamente.
Cuando el ciudadano se vea abocado a un conflicto, sabrá reaccionar. Estará preparado para afrontar las dificultades. No caerá presa de la desesperación o la angustia. Mantendrá la cabeza alta. Podrá juzgar, teniendo todos los datos en mente y conociéndose, sabiendo qué siente y porqué, y como debe sobreponerse a esos sentimientos que le ciegan.

La vida comunitaria sale así beneficiada. Las relaciones intersubjetivas mejoras. El ama está adiestrada, el ciudadano es sabio, las emociones no le ciegan.

El arte, para Platón, debía ser condenado o prohibido, por su excesiva capacidad emocional. Sin embargo, Aristóteles consideraba que la catarsis (o identificación con las vivencias trágicas de los héroes) ayuda a superar o asumir la tragedia de la vida. El arte era un remedio para los sinsabores, contra la incertidumbre. El ciudadano sabría qué le espera y cómo la situación le afecta. No volvería a ser víctima del destino. El arte era un medio para adiestrar el alma. Platón, quizá no sin razón, no quiso correr este riesgo. Sabía que los humanos somos impresionables o estamos ciegos, y actuamos como corderos. Nos dejamos arrastrar -hasta perdernos.
Platón no tenía confianza en el ser humano y no quería exponerlo al peligro del arte; Aristóteles quizá tampoco confiara demasiado, por lo que consideró que un enfrentamiento no traumático nos vacunaría contra el dolor que la vida inflige, de modo que pudiéramos superar obstáculos y emociones.
Ambos tuvieron, posiblemente razón, y mostraron el potencial del arte, su capacidad profundamente transformadora.