Le Marcheur from Camera-etc on Vimeo.
Premio al mejor cortometraje de animación francófono -hablado en inglés, pero dirigido por un cineasta valón- en el Festival Internacional de Animación de Clermont-Ferrand (el más importante del mundo) en 2018.
Le Marcheur from Camera-etc on Vimeo.
Premio al mejor cortometraje de animación francófono -hablado en inglés, pero dirigido por un cineasta valón- en el Festival Internacional de Animación de Clermont-Ferrand (el más importante del mundo) en 2018.
“Serían las diez
de la mañana de un día de octubre. En el patio de la Escuela de Arquitectura,
grupos de estudiantes esperaban a que se abriera la clase. De la puerta de la
calle de los Estudios que daba a este patio, iban entrando muchachos jóvenes
que, al encontrarse reunidos, se saludaban, reían y hablaban. Por una de estas
anomalías clásicas de España, aquellos estudiantes que esperaban en el patio de
la Escuela de Arquitectura no eran arquitectos del porvenir, sino futuros
médicos y farmacéuticos. La clase de química general del año preparatorio de
medicina y farmacia se daba en esta época en una antigua capilla del Instituto
de San Isidro convertida en clase, y éste tenía su entrada por la Escuela de
Arquitectura. La cantidad de estudiantes y la impaciencia que demostraban por
entrar en el aula se explicaba fácilmente por ser aquél primer día de curso y
del comienzo de la carrera. Ese paso del bachillerato al estudio de facultad
siempre da al estudiante ciertas ilusiones, le hace creerse más hombre, que su
vida ha de cambiar.”
(Pío Baroja: El árbol
de la ciencia, Primera parte, I)
Pocas novelas, o quizá tan solo una, encuadran la primera escena en una escuela de arquitectura, como la describió Pío Baroja en el inicio del relato, cuya historia acontece en el siglo XIX.
A partir de mediados del siglo XIX, los estudios de arquitectura, hasta entonces adscritos en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, buscaron una nueva ubicación para librarse de la tutela que pintores y escultores académicos ejercían sobre los estudiantes de arquitectura.
En aquel tiempo, los estudios de arquitectura duraban ocho o nueve años, requerían tres o cuatro años comunes con los demás artes, antes de tres o cuatro años de una formación ya específica, tras la superación de un examen de ingreso.
Incluso el ingreso en los estudios comunes exigían destreza reglada de dibujo y de gramática (no se puede proyectar bien lo que no se explica bien), que se debía obtener en la propia Real Academia o en centros homologados.
Tras la separación de la Real Academia, la Escuela especial de arquitectura halló acomodo en el antiguo Colegio Imperial (hoy Instituto de San Isidro), un imponente centro barroco, creado en el siglo XVI por la hermana del emperador Felipe II, María de Austria, en unos terrenos que ya acogían un centro educativo desde el siglo XIV, dirigido por los jesuitas, antes de su expulsión en el siglo XVIII.
Dicho Colegio albergaba también estudios de medicina, química y humanidades, entre otras especialidades, algunas de las cuales formaban también parte del currículo del estudiante de arquitectura
Éste es el centro, un imponente edificio alrededor de una iglesia barroca que mira hacia la transitada estrecha calle de Toledo, en pleno centro de Madrid, dominada por la cúpula y las torres o campanarios del templo, con cuya descripción se abre la novela.
Agradecimientos al profesor Rafael Martín, jefe de estudios del Instituto de San Isidro (ubicado en antiguo Colegio Imperial)
Pasen, pasen y sientan la emoción de ser una víctima por un día….
Se suponía que la universidad debía formar a personas reflexivas…
Me atrevo a compartir estos enlaces a páginas webs legales españolas de gran ayuda en la búsqueda bibliográfica (referencias y en ocasiones textos anteriores a 1958, fecha de la instauración de la obligatoriedad del depósito legal, que evitan la consulta en papel, a veces frágil).
Agradecimientos a la generosidad y el conocimiento de Teresa León.
Teresa León Sobrino
Técnico superior de Bibliotecas
Jefe de sección Archivo, Biblioteca y Publicaciones
Email: jefeseccion.archivobiblioteca@
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando |
“Hemos olvidado que no vivimos en nuestros cuerpos, sino que somos constituciones corporales en nosotros mismos”
En 1799, los estudiantes de arquitectura en España, que se formaban junto a pintores y escultores, antes de proseguir materias arquitectónicas específicas durante cuatro años, tras un examen de ingreso, tenían que seguir durante tres años cursos introductorios comunes que incluían, por ejemplo:
“Antes de admitir en la carrera de arquitectura a cualquier joven, sería conveniente , y aún necesario, que este se hallase ilustrado en la gramática castellana y en un tratado de lógica, para expresar con claridad sus ideas y pensamientos”
(Manuel Machuca, Sobre el programa de estudios de arquitectura en la Real Academia de Bellas Artes De San Fernando, Madrid, 14 de abril de 1799)
Pero se corría el riesgo que se entendiera lo escrito.
Fotos: Tocho, Madrid, mayo de 2024
La revista del Colegio de Arquitectos de Cataluña encargó una entrevistas sobre “los López”, en Madrid, a mitad de los años ochenta: Antonio López , Francisco López y Julio López, pintores y escultores emparentados.
El encargo tenía sentido. Antonio López es un retratista urbano (así como de espacios domésticos), y Francisco y Julio López han trabajado con arquitectos como Rafael Moneo o Elías Torres, en espacios públicos y obras arquitectónicas.
Las entrevistas tuvieron lugar en sus domicilios. Una mujer abrió la puerta en cada casa. Saludamos y nos olvidamos. No veníamos a verlas, sino a sus célebres esposos. Ellas se retiraron.
Ningún responsable ni participante del encargo sabía quiénes eran. Todas han fallecido. Siete años más tarde del fallecimiento, un museo de Madrid presenta la primera antológica de Isabel Quintanilla. Francisco López era su esposo.
Tardó más de diez años en exponer por vez primera en una galería de arte. Una gran parte de su obra se halla en Alemania, fruto de un viaje familiar. Casi ningún museo español posee obra suya.
Viendo la exposición, y tras la reciente muestra antológica de Antonio López en Barcelona, cabe preguntarse por nuestra ceguera. O nuestros prejuicios.
Isabel Quintanilla fue una retratística urbana y, sobre todo, de espacios domésticos habitados.
Pintó lo que las fotografías que los arquitectos encargan no muestran: espacios con marcas, en gastados muebles, sofás y butacas rehundidos, a veces protegidos por arrugadas fundas de plástico, en alfombras descoloridas, deshilachadas, estantes desordenados, azulejos descascarillados, paredes desconchadas, cables, radiadores de mediocre diseño, objetos desparejados, como en una casa de veraneo que recoge los enseres que ya nadie quiere, contadores a la vista que son lo primero que retoques fotográficos borran, leves incidentes fruto del roce, del trato diario, de la adaptación de la estancia a nuestros humores y nuestros descuidos (que la humanizan a coste de su inicial perfección).
Quintanilla afirmaba que prefería no retratar a los habitantes. No eran necesarios. Un cúmulo de discretas marcas por doquier testimoniaban de la latente presencia humana, realzada por las luces indirectas y reflejadas (en espejos, vidrios, cristales, plásticos, maderas enceradas, pavimentos fregados) de lámparas de mesas o de pie encendidas, al atardecer, que revelan que los usuarios están cerca, fuera por unos momentos.
Breves citas de la novela El Jarama -una de las mejores novelas europeas del siglo XX, que los pintores realistas madrileños tenían como libro de cabecera-, de Rafael Sánchez Ferlosio, bien escogidas, acompañan la visita.
https://www.museothyssen.org/exposiciones/realismo-intimo-isabel-quintanilla