domingo, 16 de febrero de 2025

ROBERT KRAMREITER (1905-1965): PARROQUIA DE SANTA MARÍA DE SALES (1941-1967)
























































 


Fotos: Tocho, febrero de 2025


La iglesia de Santa Maria de Sales fue proyectada por el arquitecto austriaco Robert Kramreiter. Era discípulo de Peter Behrens. Se instaló en España (Madrid, Barcelona, Valencia, Oviedo) durante la Segunda Guerra Mundial al servicio del gobierno alemán, interviniendo, por ejemplo, en la ampliación del Instituto Alemán  de Cultura en Madrid.





Especialista en arquitectura religiosa y fabril, proyectó esta iglesia que se hubiera tenido que construir en la Costa Brava pero que finalmente se emplazó en la ciudad catalana de Viladecans, en el sur del área metropolitana de Barcelona, en 1962. 
Kramreiter ya había regresado a Austria en 1950 donde prosiguió su trabajo en arquitectura sacra católica.
La iglesia de Viladecans, de hormigón, hoy afeada por construcciones recientes también de hormigón que impiden contemplar el volumen de la Iglesia e, interiormente, por un revestimiento parcial de madera -amén de una imaginería de un gusto cercano a la movida-, se mantiene, empero, en bastante buen estado, asumiendo la irreparable suciedad del hormigón poroso -un problema irresoluble que condena todos los edificios de hormigón visto-, causado por la lluvia y la polución. 
La amplia nave central, iluminada por vidrieras que se conforman como jirones de luz en el muro perimetral de hormigón, se dispone como un balcón que sobrevuela la cripta, con el altar mayor en el centro de la iglesia.
Pese a la época en que se proyectó, la iglesia nada tiene que ver con la imagen de la arquitectura nacional católica -y no digamos del nacional socialismo- que se hubiera esperar, en la que se perciben quizá ecos de la arquitectura brutalista de Le Corbusier.

Agradecimientos a los arquitectos Arcadio de Bobes, David Mesa y Carlos Navas, quienes nos informaron sobre esta iglesia, este arquitecto y este periodo que desconocíamos.




viernes, 14 de febrero de 2025

Tradición

 La palabra tradición suscita sonrisas en algunas personas, muecas, arqueo de cejas y ojos en blanco en otras. Es una palabra a la que unos se aferran y otros traten de sortear. No suele despertar pasiones.

La tradición aparece como un baúl de formas, materiales, técnicas e ideas inmutables, perennes, anclados en un pasado inmemorial. La tradición parece escapar a la historia. La precede y resiste al envite histórico. La tradición atesora formas y gestos que se repiten invariables desde hace no se sabe cuándo. Se asocia a la sabiduría o al inmovilismo, es decir, a las orejeras. En cualquier caso, a la tradición se la considera un lastre o una agarradera contra el viento de la historia. La tradición se opone a la aventura, la exploración, el movimiento. No mira adelante ni atrás. No avanza ni retrocede. Quieta, incólume, la tradición resiste a cualquier intento de cambio o desplazamiento, lo cual la convierte en un salvavidas o una losa. 

Es posible que no seamos conscientes que la palabra tradición, de origen latino, seamos compone a partir de la partícula adverbial trans- que evoca el desplazamiento , la mutación. 

Tradere, el verbo latino que sucede a la particular adverbial, significa remitir o transmitir. Designa un gesto desprendido, que mira hacia atrás para recoger lo que quien precede nos entrega, y a continuación entregamos a quien nos sucede. 

Lo que recibimos como un don, y donamos como un presente es un bien material o intelectual; un bien que nos enriquece e ilustra y que tenemos el placer y la generosidad, como hicieron los que nos precedieron, de legar a quienes proseguirán con la cadena de transmisión, Cuidamos, preservamos, mejoramos lo recibido para pasarlo en las mejores condiciones.

 La tradición no pertenece a nadie en particular, sino a una comunidad en el tiempo y el espacio. La tradición es un saber compartido; nos inserta en la historia. Somos los herederos de quienes estuvieron antes, y los educadores de quienes nos reemplazarán. Tradere se traduce también por enseñar: una entrega desinteresada de lo aprendido.La tradición es un saber vivo, que pasa de mano o en mano. Ya en la antigüedad y a lo largo de la edad media la expresión traditio studii significaba que los saberes eran móviles y mutables. Los sabios no eran avaros. El saber no era una posesión privada ni exclusiva, sino una cualidad que se ponía al alcance de todos, que procedía del pasado y apuntaba a un futuro no necesariamente más sabio pero si igual de lúcido y generoso, desprendido.

Es cierto que el bien puede cae en “malas” manos, o en saco roto. La cadena puede romperse y el conocimiento perderse. Pero la pérdida casi nunca es absoluta. Quedan rescoldos, trazas, indicios con los que se puede intentar restablecer la cadena, o, por lo menos, en restaurar la comunicación entre generaciones.

Esta relación de transmisión de saberes solo puede establecerse si existe confianza. Confiar es entregar: dar algo esperando que el don no se pierda ni se quiebre. Quienes nos precedieron confiaron en nuestra receptividad y en que seríamos capaces de preservar el don recibido para depositarlo en las manos que nuestros hijos y nuestros discípulos nos tienden, confiados, a su vez, que no les decepcionaremos ni les engañaremos.

La expresión el respeto de la tradición, que a menudo resuena como una amenaza, una grosería, o unas palabras vacuas o inanes, significa, en verdad, algo muy distinto. Lo que merece el respeto es nuestra capacidad de aprender y de enseñar, de educar y de ser educados: la educación -la buena educación es una redundancia: la educación persigue el bien- es el fundamento de la vida en común. La falta de comunicación, y no la innovación, la exploración ni la aventura, es lo que quiebra las comunidades. La falta de tradición, en suma. O su abandono.


Comentario suscitado por una defensa de un plan de investigación de una tesis en la escuela de arquitectura de Barcelona.

A F.A y a R.A