Seguramente es en francés donde se produce semejante conjunción -latente en otros idiomas como el español o el inglés.
En efecto, el francés palais se suele traducir por palacio: designa un edificio suntuoso y monumental, una morada aristocrática o real. Los emperadores romanos vivían en lo alto del monte Palatino. Los palacios están simbólicamente en las alturas. Desde allí se percibe el rumor de la vida terrenal.
Mas, palais también se traduce por paladar. Designa la bóveda bucal, a veces llamada el cielo de la boca.
Palatium y palatum, en latín, establecen una correlación entre un edificio elevado, abovedado a veces, y la parte superior del interior de la boca.
Palais, en francés, da lugar a la expresión : avoir du palais, que significa tener gusto, tener paladar.
El gusto se ha considerado un sentido inferior, de baja condición comparado con la vista y el oído. El gusto se equipara con el olfato y el texto: sentidos que requieren un contacto directo con lo observador con la materia palpable para poder dilucidar sus cualidades. La vista y el oído, por el contrario, actúan desde la distancia. Están por encima de los temas mundanos.
De pronto, el gusto se eleva. Se convierte en un sentido “real”, noble, palaciego. Paladar también significa gusto, gusto refinado. El paladar permite degustar - es decir probar sin tener hambre, un hambre que nos rebaja a la altura de las bestias sometidas a sus necesidades físicas, solo por el gusto de disfrutar de la esencia de las cosas; une esencia que es material, pero sobre todo espiritual. El gusto nos eleva. Nos acerca a los inmortales. Goûter, en francés, se traduce por saborear, una acción que produce placer. Un sentimiento que nos llena de gozo, nos hace bien. Tener el gusto de relacionarse significa que la acción nos distingue y nos honra. Nos sentimos distinguidos, es decir nos volvemos personas, sujetos, reconocibles entre la masa. El gusto nos permite reconocernos como personas.
Tener gusto -tener “buen” gusto- es un don con lo que se discierne lo que nos hace “bien”, y distingue entre cualidades benéficas y nefastas. Una falta de gusto se percibe como un daño, un atentado contra las “buenas maneras”. Las cosas gustosas nos placen. Las que tienen mal gusto, repelen. Nos provocan el rechazo, que puede ir hasta el asco. Y el asco es una sensación que nos aparta del mundo, nos encoge el ánimo, nos hace daño y nos perturba hasta tal punto que podemos perder la cabeza. Las personas que tienen gusto o paladar son sensibles. Los disgustos los alteran, los hunden. El ánimo se pierde. Los disgustos pueden ser mortales.
Tener gusto o paladar nos permite sortear los envites y alcanzar el séptimo cielo, atraído por el olor a santidad que emana de las cumbres, allí donde se ubican los palacios.
A la profesora de estética Jéssica Jaques (UAB, Barcelona) a quien debemos estas (sabrosas) relaciones y reflexiones